“Un beso en la frente”
Mi nombre es Constanza, tengo una hermosa y gran familia. En el verano del 2022 decidimos alquilar todos juntos una casa grande, arbolada, donde los nietos más pequeños pudieran correr y divertirse a gusto, disfrutar de la gran piscina y tener unas merecidas vacaciones. El lugar elegido estaba a unos doscientos kilómetros, muy tranquilo, un pueblo encantador, habíamos decidido pasar la navidad y el año nuevo juntos en un lugar diferente. El anterior había sido un año intenso, la muerte de mi hermana me había dejado un dolor inmenso, no habían pasado diez días que llamaron por teléfono diciéndonos que mi hija mayor estaba internada, se había sentido mal por la mañana y ya en la noche tenían un diagnóstico “tumor cerebral” sentí que el mundo se derrumbaba sobre mí, ya había perdido una hija, ese solo pensamiento ya me aterraba. No me dije a mi misma a tu bella morena no la vas a perder, ese día mi marido salió corriendo y me dejó sola en casa, como siempre, como cuando perdí a mi primer hija, sola, siempre sola y con la complicidad de “a mamá no hay que decirle toda la verdad porque puede pasarle algo” Que más podría pasarme? Durante todo el proceso estuve sola, el pronóstico no era nada bueno, pasó la cirugía y siempre había una excusa para que pudiera ir a verla. Una sola vez la vi en la clínica y otra en la casa, pasaron tres meses largos, mi hermosa morena se recuperó por completo. Yo seguía en esa eterna soledad, siempre pensando que era lógico que no nos viéramos muy seguido con mis hijos, ellos tenían sus propias familias y ocupaciones y se dificultaban los encuentros, a medida que el tiempo transcurría se fueron haciendo más espaciadas las reuniones. Yo pasaba mis tardes con mis libros, escribiendo y como amaba el mundo de las esencias me anoté en un curso de Aromaterapia, pasaba mis tardes investigando el origen de las y flores, los procesos de destilación, como curar con aromas, siempre había pausas, mi mirada se perdía a través de los grandes ventanales, donde podía contemplar mis plantas, viéndolas florecer. Me llegaban pensamientos de épocas lejanas, siempre había sido una mujer enérgica, trabajaba siempre en lugares importantes, me había enriquecido mucho con mis logros.
Tenía veinticinco años cuando me casé, durante mi juventud fui una mujer hermosa pero con una belleza extraña, ejercía un poder sobre los hombres que sin que yo quisiera no podían resistirse, me sentía halagada, deseada, tuve muchos amores, y cuando me casé los primeros tiempos fueron muy ardientes, nos amábamos con locura, hacíamos el amor como desesperados de todas las formas posibles y en cualquier lugar, todo eso se fue espaciando con el transcurso del tiempo, los años, los hijos, el trabajo, de vez en cuando quedaban esas chispas y nos hacíamos el amor ardientemente. Fue cuando perdí a mi hija en un accidente, ella tenía veintidós años y ese dolor que no se compara con nada, nos alejó, si en vez de acercarnos salimos cada uno por nuestro lado mordiendo tanta impotencia y llorando por los rincones de nuestra casa, esa que había sido tan feliz.
Empezaron a llegar los nietos y fue calmando las heridas, ya eran otros tiempos, pero la soledad se había apoderado de mí y no quería soltarme, si bien mis hijos venían de vez en cuando, en el momento en que el bullicio de las largas charlas se terminaba la casa se quedaba nuevamente en silencio, pasaron veintiséis años de la muerte de mi niña y la voy a extrañar siempre. Veintiséis años sin caricias, sin roces, compartíamos la misma cama, ni siquiera un hasta mañana, nada. Veintiséis años sin amor, sola, reinventándome para no caer, los labios se secan, la piel se agrieta, aunque me cuidara mucho me hacía falta esa chispa que enciende todos los sentidos, la que te devuelve el brillo en los ojos y te hace respirar la piel. Así llegó el día de emprender el viaje, todos estábamos muy contentos. Salimos al amanecer en dos autos y nuestra camioneta. A pesar del paso del tiempo yo conservaba mi figura, mi mirada intensa, ese aire de mujer incógnita, ese aire distante e inalcanzable que la misma soledad había acentuado. Habíamos recorrido la mitad del camino y decidimos detenernos, una bellísima casa nos paralizó a todos, tanto que nos hicimos señas y paramos, los niños alborotados corrían felices hasta que en esa casa vieron otros niños y cruzaron una desolada calle de tierra, se saludaban como si se conocieran, nos pareció algo muy tierno. La casa era imponente, no solo por su arquitectura neoclásica, sino porque de ella emanaba una magia desconocida. Yo la miraba pensativa, como si la conociera, como si ya hubiera estado allí, la contemplaba deslumbrada. De pronto comenzaron a salir personas de la casa, se acercaron a nosotros y nos saludaron amablemente, era una numerosa familia, nos contaron que les llevó años construir la casa, que todos habían aportado algo personal de ellos, como si la casa tuviera un trozo del alma de cada uno. Les costó mucho esfuerzo, nos dijeron que no eran gente rica, todo había sido a base de sacrificio, después de hablar un largo rato dispuestos a continuar nuestro viaje y nos estábamos despidiendo de esas personas cuando sucedió, él apareció de pronto entre los árboles, se acercó a mí, me di cuenta que nadie había notado su presencia solo yo, tenía una mirada intensa, lo rodeaba una luz que no se puede explicar con palabras, nos perdimos mutuamente en una mirada que parecía interminable, solo fueron unos segundos, mi cuerpo y mi alma se estremecieron de tal manera que me sentí avergonzada, pero nadie se había percatado, éramos él y yo, fue como si hubiese regresado a mis treinta años, todo en mí era un cúmulo de emociones que afloraban, vino hacia mí mientras sus labios se acercaban y susurró “ya nos vamos a volver a encontrar” Me pregunte cómo? Cuando? Hubiera querido atrapar ese instante y guardarlo conmigo como algo entrañable. Una lágrima rodo por mi mejilla, Todo eso con una promesa y “Un beso en la frente”
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