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Fotocapítulo 51: El Bar Restaurant.

A dos calles de mi Hostal, un gran hallazgo: El hotel Vista Mar. Esquivé la entrada y rodeé el hotel por fuera hasta llegar a la parte posterior que hacia honor a su nombre. En la terraza las mesas aun con las sillas arriba y el bar cerrado. Vacío. Nadie me detuvo y me instalé en mi trono reclinable con vista al mar. Era mi reino y lo gobernaba observando sus limites en lontananza. El sol era suave al filtrarse por las nubes y desde mi spot, como un mago que saca conejos del sombrero, sacaba latas de cervezas de mi morral.

De vez en cuando aparecía una señora del aseo y se me quedaba mirando, sin dejar de barrer. La saludaba con la mano libre y ella seguía en lo suyo. Era muy hacendosa. Otro día le subiría el sueldo.

Podía dar un paso y saltar al agua a nadar. Braceaba hasta fatigarme y luego volvía chorreando hasta mi trono. Cuando el sol secaba todos los restos de humedad repetía el ciclo. Dos horas después mi sirvienta panameña comenzaba abrir el bar. Era una joven menuda de piel morena, de rostro amable, con una cofia de genero en la cabeza. Se acercó a preguntarme si deseaba algo. Le dije que iba querer: un Gin Tonic una Cerveza, un Mojito una Cerveza. Intercalaría lo dulce. Le precise que en ese orden y uno a la vez al terminar cada uno, si era posible.

Escuché llegar a una pareja de hombres italianos. Muy cómplices se acostaron juntos en una misma reposadera, se rozaban los codos y sonreían entre ellos. Les dije, Buongiorno signore. Me devolvieron el saludo. Les dejaría disfrutar mi reino. Se lo merecían por venir a visitarme desde tan lejos. Unas chicas alemanas en bikini con bronceado de Golden Retriever se sentaron más allá. No las culpaba por no acudir a saludarme. Las intimidaba. Todo lo contrario a la valiente chica francesa que se atrevió a pedirme fuego. Charlamos un rato en inglés hasta que se fue. Tendría que mejorar mi inglés. Que A1 o B1 y esas nomenclaturas raras. Yo estaba atascado justo en el nivel anterior para ser capaz de conquistar chicas en inglés. Así toda la tarde con breves audiencias. No tenía ni que moverme para conocer gente.

Al despuntar el atardecer caminé unos metros al pequeño muelle. Sentado en el borde con las piernas colgando, veía ahí abajo a cientos de pescaditos chicos. Eran unos Gummys yendo de un lado para otro como autitos chocadores. Estiré una pierna y sumergí el pie. Fue un meteorito que generó una onda en el agua y se alejaron convulsos. Estuve Inmóvil un buen rato. Les hice saber que no era una amenaza y se juntaron alrededor de mi pie. Les ofrendaba microscópicas partículas de células muertas y piñén. Les dije.

—Soy el Dios Pata. Comed y bebed todos de él, porque este es el cuerpo de Dios —Los Gummy felices. Pero unos pececitos díscolos exigían pruebas. Me pedían un milagro.

¿Qué convierta el mar en vino? Eso ya lo hizo otro. ¿Qué camine sobre el agua? Muy cuestionable, allá una familia caminaba en el mar sobre un banco de arena. ¿Qué les cante una canción? Qué milagro pedían los cretinos. Segunda vez que me pedían lo mismo en la semana. Una idea ¿Pero cómo no se me ocurrió esto cuando Lisa me pidió que también cantara una canción? No necesitaba recordar la letra, podía leerla. Comprobé que no hubiera nadie y comencé cantando despacito. La voz se iba completando, pero sólo en los coros agotaba toda la reserva de aire del pulmón. Los Gummy escuchaban como un público frenético. Parecían espermatozoides. Yo, su óvulo. A lo lejos una lancha pasando y una mujer se levantaba la remera mostrando los pechos. Una fanática más.

Le mandé el audio a Lisa y pude cumplir mi parte. Carlitro Andrews Mougñouz Kings al igual que los Lannister, siempre paga sus deudas.

Las maderas del muelle remecieron. Cada paso hacía temblar los tablones y los sentí acercando en mi dirección. Giré sólo la cabeza para atrás y poder ver. Jo… Era el mismísimo Sir Gregor Cleagane, alias, la montaña que cabalga.

—Hola ¿Tú de dónde eres? —dijo el gigante. Las palabras le salían con tropiezos.

—De Chile.

—Yo Finlandia —Alzó la mano y alcé la mía. Al cerrarse ambas en el apretón, no veía mis dedos de bebé. Y agregó—. Yo conocer Chile. Subir. Llegar en motocicleta. Muy lejos Chile.

—Buena. Me ganaste.

Fred contaba que llevaba dos meses en Panamá. Que alquilaba por el mes un departamento y subarrendaba piezas a dos chicas Suizas. Me preguntó por mis planes. Le dije que quizá iría mañana a Isla Bastimento, a Wizard beach y luego a Red Frog beach. Me dijo que eran playas solitarias y bonitas, que fuéramos juntos mañana. Le dije que aún no sabía. Que yo decidía día a día. Cambié el tema preguntándole que lugar de Europa le había gustado más, que en mi próximo viaje cruzaría el océano Atlántico sí o sí. Él, sin casi pensarlo, me dijo.

—Turquía. Muy barato. Comida buena. Todo todo bueno. Estambul feo, tú ir a Fethiye.

Me mostró unas fotos. Había desbloqueado otro destino que no tenía en consideración. Y Fred sabía, sabía de verdad, era un sujeto que había viajado mucho. Lo superaría. Le agradecí el consejo y chocamos las latas de cerveza. Ya era de noche y me propuso ir a su departamento a buscar a las dos chicas Suizas. El panorama era bueno. Entonces me acordé de una anécdota que me quitó el entusiasmo.

Le pasó al Pete y al Richi veinte años atrás.

Éramos seis mochileando rumbo al Sur. Divididos en tres grupos de dos para hacer dedo más fácil y nos llevaran. Competíamos quién llegaría primero a Puerto Montt. A veces nos veíamos en la carretera haciendo dedo, dejando atrás al grupo perdedor. Establecimos lugares fijos, etapas de espera para juntarnos. Richi y Pete esa noche no llegaron. Al día siguiente, al encontrarnos en una estación de gasolina, Richi nos contó.

—Ayer nos llevo un camionero todo el día. En la noche nos invito a cenar. Luego carreteamos y no acamparíamos porque pasaríamos la noche en su hospedaje. Se rajó con todo. Fueron horas bebiendo. El Pete fue a mear al baño. El Loco se puso de pie y me dijo que iría a buscar una huea. Entonces aparece este hueon, casi corriendo del pasillo y cagao de miedo. Y me dice, Richi !Vámonos! Agarra tus hueas. ¡Richi culiao! ¡Apura hueon! Y nos fuimos po. Yo no sabía que huea. Yapo. Luego este hueon me cuenta que pasó, que estaba meando, la puerta se abre y… aparece el loco por detrás y se mete al baño.

—Ahí… Fififí —acotó el Benítez, arqueando las cejas y afirmando con la cabeza— Ahí te afilaron ah. Fififí—. Reímos apretándonos la guata. El Pete no. Él forzaba una risa leve mirando para otro lado.

En el futuro la historia degeneraría en muchas versiones. Siempre para molestar y burlarnos en buena. Una de las versiones decía que cuando Pete fue al baño. El loco le preguntó a Richi. Oye, tu amigo es medio maricón para sus hueas. Y Richi le contestó en broma y cagao de la Risa. Sí, es medio wekereque.

Richi nunca pensó que, el camionero, lo interpretaría de forma literal.

Yo me acordé de todo eso y ya no pude ver a Fred de otra forma. Un silencio incomodo. Pero yo era el Dios Pata. Miré al cielo e hice llover. La gente empezó a irse y yo me fui al mejor lugar para no mojarme con la lluvia. Me tiré al mar.

Cuando salí del agua pedí unas alitas barbecue. Me las comí muy lento, saboreando, prologando el placer. Dejé los huesos brillando. !Que preparación! Tuve que ir y meterme a esa cocina. Debía felicitar a esa señora. Le agradecí como nadie nunca más la pudiera felicitar; también tenía que hacerla confesar. Ella orgullosa me dijo cada ingrediente. Le hice precisar las marcas y los pasos al detalle.

Era la hora de cerrar. Me echaban subiendo las sillas arriba de las mesas y ordenando. Tomé mi morral, el sombrero y me puse las zapatillas para irme.

Mi sirviente panameña me dice.

—Señor, la cuenta —yo pensé ¿Pero si acaso no era mi reino? Pero entendí. Normal. No me reconoce ahora con mi disfraz de mendigo con el cual iría al pueblo a pasear por los suburbios. Le pagué en dólares con billetes demasiado grandes. Me iba con largos pasos de gran hombre. Y agrega—. !Señor, su vuelto!

—Guarde el cambio.

Texto agregado el 22-12-2023, y leído por 109 visitantes. (0 votos)


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