Fogatas en la playa.
Recuerdo cuando, hace de esto muchos años, solíamos reunirnos varios amigos y amigas en la playa, no importaba si era verano o primavera, ni el día, éramos jóvenes e ilusos creyendo que aquello de la juventud sería eterno para nosotros.
Juntarse en la playa con alguna guitarra, cantar y bailar alrededor de una pequeña fogata era lo máximo.
Aquella noche la recuerdo muy bien porque entre nosotros estaba un nuevo amigo que habíamos conocido en un boliche y que con sus anécdotas nos hacía reír.
De inmediato comenzamos a charlar y como esa noche nos reuníamos en la playa, lo invitamos.
Renzo era su nombre. Aceptó de inmediato diciéndonos que de donde él venía tenían la misma costumbre de juntarse con amigos frente a una fogata en la playa.
Resultó ser un excelente orador, tan buenas eran sus historias que, por cierto, él las contaba como verdaderas, que de inmediato se unió a nuestro grupo como un amigo más.
Las fogatas las hacíamos casi siempre tras las rocas, nunca supimos si se podían hacer, pero creo que, por aquella época, si hubiera sido prohibido, quizá lo hubiéramos sentido como algo genial, éramos rebeldes igual que la juventud de todas las épocas, aunque a las actuales les cueste creerlo.
Mi novia Amalia era una chica de rizos dorados, verdaderamente dorados sin necesidad de usar tintura, algo tímida que contrastaba conmigo que siempre fui el más alocado de todos.
Mi madre solía decirme que Ángel no era el nombre que debió ponerme ya que de ángel no tenía nada, entre risas, porque sabía que por aquél entonces estaba viviendo mi juventud, divino tesoro, como ella la llamaba.
Amalia y yo estábamos muy enamorados, claro está que a los dieciocho años siempre lo estamos, pero solíamos pensar que algún día nos casaríamos.
Ahora que el tiempo pasó, que todo quedó atrás, aún la recuerdo, aún la veo desde mi ventana con sus tres nietos y sin querer algunas lágrimas ruedan en mis mejillas. Ya no soy el alocado Ángel de entonces, ahora soy un viejo que se quedó solo sin quererlo.
El barrio es el mismo, jamás me fui de él solo que ahora construyeron una placita para niños bajo mi ventana y alrededor edificios tan altos que hasta a mí me asombran a pesar de que, siendo arquitecto, yo mismo los diseño.
Amalia fue el amor de mi vida, el que no supe cuidar y que otro me quitó, quizá en buena ley ya que al ver lo que comenzaba a suceder entre ella y Renzo, me aparté sin luchar por su amor.
Renzo tampoco está, me enteré que hace dos años murió de una cruel enfermedad y Amalia tuvo que seguir su vida sola, con sus recuerdos.
Ellos tuvieron dos hijos, ahora dos hombres que han sabido cuidar a su madre como todo buen hijo debe hacer y Amalia se siente muy orgullosa de ellos, llevar a sus nietos a la placita es lo máximo para ella que los adora, se puede decir que, a no ser por la pérdida de su esposo, llevó una buena vida.
Yo en cambio, obtuve mucho de la vida, pero nunca fue suficiente, quería más cada vez y eso no siempre es posible, hace muchos años estuve casado, pero no funcionó, ella no era Amalia y al darse cuenta pronto me vi firmando los documentos de mi divorcio.
Hoy voy a animarme, pienso salir a la hora que sé que Amalia viene a la placita con sus nietos y quizá, aunque sea por un instante vuelva a sentirme aquél ángel alocado que tocaba la guitarra y cantaba frente a una fogata en la playa y tal vez, sólo tal vez, la vida vuelva a sonreírme.
Omenia
19/12/2023
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