Hoy viernes, después de la hora de trabajo se desarrollará la fiesta anual de aniversario de la institución. Año 1985.
La fecha elegida por la dirección es el segundo viernes de diciembre. Casi cuatrocientos funcionarios invitados (obligados) a asistir. Se reparten diplomas por cumplimiento, simpatía, y también se celebran los cumpleaños del mes, siendo estos los más beneficiados. Reciben un regalo extra.
Como la hora de término es a media noche, muy temprano para una noche de viernes que recién comienza, es tradición que gran parte de la población sigan celebrando movilizándose en grupos a distintos lugares nocturnos con baile y abundante comida. Ahí se incorporan los respectivos conyugues que no asistieron a la fiesta oficial.
Con la jefa de sistemas desde un principio los besos de saludos y despedidas, diarios, son con los labios estampados en su mejilla, húmedos, disimulados y supongo bien recibidos ya que nunca los esquivó. Se aleja y no se seca. Se embetuna su rostro con crema porque quedo con mis labios brillantes; tampoco me limpio. Inútil es conversarle, menos acompañarla a almorzar, ni hablar coincidir en una salida y llevarla en mí auto. Siempre mantuvo la formalidad entre nosotros conversando solo cosas de trabajo. En edad me llevaba como cinco años, yo estaba en los treinta. Por ende esperaba impaciente esta celebración para acercarme y conversar cosas personales.
El casino se ubica en el piso siete, el último. Terminado el horario laboral, se sube y en la misma entrada se ofrece una copa de champagne. Las bandejas con tragos no cesan de circular y los ánimos suben de tono bailando al compás de la orquesta interpretando música tropical. Con un trago en la mano y al divisar que estaba con un vaso y llevando el ritmo de cumbia me acerqué. Antes de iniciar el diálogo, no alcancé ni a sonreírle, se adelantó para preguntarme a qué hora me retiraría, casi al oído, para darle un toque de complicidad. Me explicó con más calma que terminada la fiesta se sumaría a un grupo para salir a bailar y su pareja no la acompañaría. ¿Y? dije. Me pidió que para ojos del resto del personal asistente sería yo su pareja formal. Bueno, era lo que esperaba, salir con ella, pero completó la frase diciendo que solo era para la salida, porque tenía otros planes.
No se apartó de sus amigas. Nunca encontré pausa y espacio para que me contara cuales eran sus planes. Comenzó la ceremonia y con los últimos aplausos se acercó con uno de los fotógrafos contratados y pidió una foto tomados del brazo y ambos con una copa, y se preocupó que al fondo aparezca el escenario. Me murmuró: “Para que me crean que estuve con un compañero de oficina”. Siguió con sus amigas.
A las doce en punto se prendieron las luces, se acercó y me dijo “Nos vamos”. No estaba ebria, pero muy chispeante y de muy buen humor. Contoneándose caminamos hacia la salida junto con la multitud. En el taco formado esperando los ascensores se hablaba quiénes y donde se seguiría celebrando. Como no iba sola, nadie la invitó y nadie se ofreció acompañarla. Yo era su salvoconducto.
El tumulto continuaba en la planta baja, en la calle, en el camino a los estacionamientos. Nadie se interpuso. Nos hablaban cosas vagas, - ¿dónde van a celebrar?, - que lo pasen bien, - nos vemos el lunes.
Salimos del estacionamiento y desde su cartera sacó un casete insertándolo en la casetera del auto. Con Soda Stereo comenzó a llevar el ritmo con sus manos, reía. Yo esperaba que me dijera donde debía llevarla. Cuáles eran sus planes.
- Lo hicimos, lo hicimos, estuviste grandioso. Te pasaste.
- Si claro, ahora dime donde te llevo.
- Al fin del mundo – subió un poco el volumen.
Manejé hasta alejarme lo suficiente y bajé la velocidad hasta estacionarme. Algo sospechaba.
- Lo tengo todo planeado. Quién se va a imaginar que estuve contigo.
Mi auto era pequeño, así que se apoyó en mi hombro y me besó en la mejilla. Yo giré y la besé. Pasé mi brazo sobre su hombro y la apegué con fuerza. Fue un beso apasionado, lengüeteado, con pequeñas pausas para respirar, reír y a la carga nuevamente.
Se enderezó y exclamó
- Y ahora Mi Rey ¿dónde vamos? Tenemos tres horas.
Todavía no reaccionaba de la sorpresa, no sabía que decir.
- No pretenderás llevarme a bailar….el plan resultó perfecto.
Un poco más avispado y atrevido
- Más adelante hay dos moteles, El Niagara y del Duende Azul
- El Niagara, El Niagara. Jajaja.
Mientras manejaba comentaba
- Que eres astuta, es de película, quien va a sospechar que sales con el chofer
- No, - aclaró – es como salir con el peluquero gay.
Claro, qué duda cabe, pensaba.
- Mi marido, que es super celoso y violento, le muestro la foto y listo, tendrá que entender que eres del departamento y que eres mi subordinado.
- Genial. No me digas que la foto también lo planeaste.
- Así es. Es la coartada perfecta. Por algo soy la Jefa de Sistemas.
En la estación de servicio me detuve a comprar cigarrillos. El dependiente muy perspicaz, al momento de pagar me preguntó
- Preservativos, ¿no va a llevar?
- No - me mostré sorprendido - como se le ocurre.
- Si es evidente.
Con la vista apuntó al auto estacionado. La música estridente de soda estéreo, mi acompañante se veía alegre y candente, movía los brazos y cantaba “persiana americana”.
- Tiene razón, Es evidente. Compraré.
- Tenemos estos individuales y en oferta esta tira de seis.
- Bueno, deme la tira.
- Ha, campeón. Ojo, no aceptamos devoluciones.
Ya manejando le conté la anécdota con el dependiente, mostrándole los condones.
- Tonto. - Medio en broma - No debes dejar huellas. Se supone que vamos de baile.
Recordé la frase, “es evidente” del dependiente.
- Pero igual. - insistí.
- Igual ¿qué?
- Es evidente.
Comencé a transpirar helado. Mientras contaba las cuadras que faltaban para llegar a EL Niágara, pensaba en el "marido celoso y violento". Si era una mujer astuta, él será igual de astuto. No caerá tan fácilmente en la versión burda que fue a bailar, averiguará a que local asistió, y deducirá que no asistió, y que además no necesita identificar al hechor, hay foto.
Le ayudé a bajar del auto. La jefa abrió la reja de su casa y la cerró dando un portazo. Era apenas la una y ya en mí hogar dormí tranquilo.
Al lunes siguiente la saludé de beso, pero no fue húmedo. Retiró la mejilla.
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