Las travesuras de Pepita
Había una vez una niña llamada Pepita. Pepita era una niña de diez años ella era muy traviesa y siempre estaba llena de energía. Le encantaba hacer bromas a sus profesores y hacer reír a todos en la escuela. Siempre estaba tramando algo divertido, y sus travesuras eran las famosas en todo el colegio.
Un día, Pepita ideó la broma más grande que jamás hubiera imaginado. Decidió poner gelatina en la silla de la maestra de matemáticas, la Señorita Clara. Se aseguró de que nadie la viera mientras lo hacía y esperó con emoción para ver la reacción de la Señorita Clara.
¡Pero la broma no salió como Pepita lo esperaba! La Señorita Clara se sentó en la gelatina y, en lugar de enojarse, se puso muy triste. Y todos los niños se rieron mucho, pero Pepita notó que la maestra se levantaba con dificultad y se marchaba sin decir palabra alguna.
Esa tarde, Pepita recibió un castigo que jamás olvidaría. La Señorita Clara la llamó y le dijo con tristeza en los ojos: "Pepita, entiendo que te guste hacer reír a los demás, pero a veces nuestras bromas pueden lastimar a los demás sin que lo esperemos. No es bueno hacer sentir mal a los demás, incluso si solo queremos divertirnos".
Pepita se sintió mal por lo sucedido. La travesura que tanto planeó había herido los sentimientos de alguien a quien apreciaba. Desde ese día, decidió cambiar su forma de divertirse. Aún conservaba su chispa y su alegría, pero ahora se aseguraba de que sus bromas fueran divertidas para todos y no hirieran a nadie.
A medida que pasaba el tiempo, Pepita se convirtió en una niña que hacía reír a todos, pero de una manera amable y cariñosa. Aprendió que la diversión podía ser contagiosa sin tener que hacer sentir mal a nadie.
Y la Señorita Clara, al ver el cambio en Pepita, le regaló una pequeña libreta de bromas amigables, animándola a seguir siendo la niña alegre que era, pero siempre cuidando de los demás.
Desde entonces, Pepita se convirtió en la reina de las bromas amigables en la escuela, donde todos esperaban sus ocurrencias creativas que hacían reír a todos sin lastimar a nadie. Y así, con su chispa intacta, Pepita aprendió que la diversión puede ser contagiosa cuando viene acompañada de amor y consideración por los demás.
Fin |