Tengo una bolsita
con muchas cerezas
y lo mas bueno de ello
es que no es tanto lo que pesa.

Es más, por mas que muchas cerezas hayan
sigue siendo una bolsita liviana.
Espero no se me rompa,
y que no quede como una tonta.

Voy caminando con mi bolsita,
y muchos me la van mirando.
Así como me la van mirando,
otra cerecita me van echando.

Yo al principio feliz me voy sintiendo,
pero al mirar las cerezas que me van dejando
me doy cuenta que
el aspecto que tienen no me va gustando.

Son más grandes o más pequeñas,
son más claras o más oscuras.
Llena de tonos me va quedando mi bolsa,
y a medida que mi disgusto va creciendo,
el hombro derecho me va doliendo.

¡Ya no soporto más esta bolsa!
¡¿Por qué cresta me la fueron llenando?!
Si yo solo quería llegar a casa
con mi bolsita pequeña bajo el brazo.

Dejo caer la bolsa, y por el suelo se desparrama,
y con ello una mancha roja queda marcada.
Al mirar la mancha, me sorprendo
y con mi mano toco mi pecho;
no es solo la cereza la que mancha,
si no también la sangre que mi corazón derrama.