Le dije muchas veces que no cortara el árbol, pero nunca me hizo caso; siempre se hizo el de oídos sordos. De rama en rama, fue cortando el árbol, de él, no dejó ni siquiera las raíces, pues tenía temor de que volviera a renacer.
Las autoridades lo condenaron a cadena perpetua, llevó su cuativerio con estoicismo. Estando viejo se enfermó y llevó sus dolencias con valor, nunca lo escucharon quejarse, ni pedir ayuda. En su semblante se podía ver la tragedia que lo embargaba. Días antes de morir, le enviaron a un sacerdote para que lo confesara. El padre llegó hasta el calabozo y le preguntó:
-Hijo mío, ¿Quieres confesarte?
Romulo, le contestó de inmediato:
-No soy hijo suyo y no quiero arrepentirme.
El padre lo miró extrañado, pues en esas instancias, todos los moribundos acceden a la confesión.
Romulo, no era un hombre como todos, era un ser convencido y consecuente con sus acciones. El padre, volvió a pedirle que lo hiciera, ante lo cual, Romulo, le contestó:
-Jamás lo haré, mi árbol genealógico solo producía malezas.
PEDRO MORENO MORA
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