La casa en silencio.
El silencio de la casa hacía temblar a Norma que observaba a su marido escuchando y viendo la televisión con auriculares para no molestar.
Walter veía una de las películas de guerra que tanto odiaba Norma por eso usaba los auriculares, aunque le incomodaran.
Ella tejía una bufanda para su nieto ya que, aunque aún era verano, le agradaba estar ocupada.
Norma y Walter se habían casado siendo muy jóvenes, se querían y unir sus vidas era lo que más deseaban, pronto vinieron los hijos que ahora ya habían levantado vuelo al formar sus propias familias, la casa…
La casa había quedado tan silenciosa…
Todo lo que habían dicho y planeado para ese momento, había quedado en el olvido al poco tiempo de que los muchachos se fueran, aquellos paseos en las noches de verano, o el cine una vez al mes o una cena a la luz de unas velas, nada de eso sucedía, Walter no deseaba salir, estaba cómodo en su sillón, aunque Norma odiara estar siempre en aquella casa tan vacía como su alma.
Una idea fue carcomiendo su mente y aquella noche saltó de pronto sin que ella lo pensara detenidamente.
Se sentó frente a su marido y se lo dijo…
–Quiero el divorcio.
Walter no se movió del sillón y sólo atinó a contestar…
–Lo veía venir…
–Aún somos jóvenes y ya ni nos hablamos, los dos hemos cambiado, somos tan diferentes…
Walter al querer levantarse del sillón y terminar la conversación cayó desplomado sobre el mismo sin reaccionar.
De inmediato Norma llama una ambulancia explicando lo sucedido al médico.
En pocos minutos un doctor y una enfermera atendían a Walter que, de a poco fue volviendo en sí.
Al terminar de atenderlo Norma le pregunta qué tiene su marido y qué remedio debe comprar.
–Señora, le dijo el galeno, un hombre muy mayor, su esposo no necesita remedios, ni pastillas ni gotas ni inyecciones.
–No lo entiendo, ¿Cuál fue la causa del desmayo?
–Su esposo tiene la enfermedad de moda, depresión y eso se cura de mil maneras, pero sin medicamentos. ¿Qué estaba haciendo cuando le ocurrió el desmayo?
–Norma recordó la conversación y le contó al médico lo sucedido.
–Sra. ¿Ustedes se quieren aún?
–Nunca dejé de querer a Walter, pero todo se volvió rutina y …
–La llama del amor aún está en ustedes, lo noto al ver cómo su esposo la mira y creo que usted también, solo que dejaron de avivarla, debajo de las cenizas siempre queda algo recuperable.
Norma dio las gracias al médico y luego que se retiraran, médico y enfermera, volvió al lado de Walter.
–Dice el médico que tienes que descansar, acuéstate que voy a quedarme contigo por si necesitas algo.
Walter la miró de reojo y al poco rato estaba dormido.
Durante esas horas Norma tuvo tiempo de pensar, toda su vida parecía estar en su mente y comenzaba a ver las cosas de otra manera, aquello la había despertado, estaba tan dormida como la casa que volvía a estar en silencio.
A la mañana siguiente Norma descorriendo las cortinas del dormitorio dejó entrar la luz directamente sobre la cama, despertando a Walter.
–Quiero que te levantes y te vistas, vamos a desayunar, el día está hermoso y vamos a aprovecharlo.
Walter sin decir ni una palabra, obedeció y pronto se encontraban frente a dos tazas de café y tostadas con manteca.
Ninguno decía una palabra sobre la conversación del día anterior.
–Ahora nos vamos.
–¿A dónde? Preguntó Walter.
–A hacer lo que solíamos hacer cuando el tiempo aún no había pasado para nosotros.
La hermosa rambla de Montevideo los encontró, tomados de la mano y caminando sin rumbo, conversando como solían hacerlo antes de olvidar cómo era tener una charla.
Al medio día volvían a la casa donde Norma encendió la radio para volver a escuchar música, esa que tantas veces los invitaba a bailar, almorzaron lo que había en la heladera y cuando terminaron su almuerzo, de pronto Walter tomando a su esposa por la cintura le susurró al oído…
–¿Y si hacemos una siesta?
Omenia
10/12/2023
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