Cuando entramos en aquel pueblo de Gent, lo primero que hicimos fue hacer una visita al cementerio. De todo aquel rosario de túmulos nos llamó a la atención un epitafio en la tumba de una bella- de una belleza actual e intemporal- joven de veintitrés años:
" No conoció el amor( ni siquiera su apariencia, como la demás gente)".
El resto de la mañana lo pasamos, entre peñascos de aquel pequeño pueblo del Pirineo, haciendo conjeturas sobre lo que querían decir aquellas palabras. Ella llegó a la conclusión de que nosotros tampoco nos amábamos; que se trataba de una apariencia, un convencionalismo. Yo me incliné por pensar que era una declaración de sus amados padres por aquella prematura muerte, que no quería significar sino que nunca había estado enamorada.
Como era imposible que nos pusiéramos de acuerdo y dado que era la hora de comer, nos metimos en un restaurante- el único que había en el pueblo- a restaurarnos, que es lo que propiamente significa la palabra.
Nos atendió solícito un camarero y nos hizo una serie de recomendaciones que seguimos encantados.
Con el vino, vinieron las preguntas.
-Cuál es el gentilicio de las gentes de este pueblo- acertó a preguntar ella.
-Gentilicios- respondió el solícito camarero.
-Sí, el nombre por el que se les conoce a los habitantes de este pueblo- eché yo un capote.
-Gentilicios- insistió el camarero.
Yo estaba cariacontecido, pero ella sí entendió el debate que nos traíamos. El vino hizo el resto.
-Peor hubiera sido "gentuza"- dijo risueñamente, sin que la oyera el camarero.
Aquella noche, hacia las tres, la desperté, ya profundamente dormida, en la habitación del, también, único hotel del pueblo.
-Ah, claro, que les dicen "gentilicios" a los de Gent.
Me miró, y no pudo evitar una aviesa mirada hacia mi persona; que interpreté, entre la repugnancia y el hastío. |