Desde hace unas semanas, extirparon del periódico que compro todas las columnas enclavadas en la sección Arte y Cultura. Aún más, esta sección también fue seccionada para dar paso a la farándula, que es el rubro que seguramente atrae más lectores. El humor se conserva, en conjunto con el puzzle y el horóscopo. Envié un correo para averiguar qué ocurría y aunque todas, o casi todas mis cartas eran publicadas, ésta se desechó y no he recibido respuesta. Pensé primero que esta sacada abrupta se correspondía con los Juegos Panamericanos y parapanamericanos, pero la algazara por los logros deportivos y el brillo de las medallas en el pecho enhiesto de los competidores se apagó junto con la llama olímpica y nada ocurrió.
Acaso se preguntarán cómo es posible que todavía compre el diario teniendo en cuenta que basta teclear en el computador para dar con las páginas on line, que ofrecen lo mismo y con ventaja. La respuesta es clara. Así como uno siente el placer de pasear sus dedos por las páginas impolutas de los libros nuevos y descubrir como cosa física esas letras que traducen la emoción, la intriga y la aventura, del mismo modo, sentir al tacto ese periódico enrollado como pequeña alfombra presta a ser desplegada, gozar con el roce del papel entre los dedos y el aroma de la tinta evocando eras casi sepultadas por los calendarios, no tiene parangón, por lo menos para mí. Aquí arriesgo más de alguna crítica, pero la emoción que me embarga al divisarlo impoluto desde la ventana es la misma que sentía cuando al contemplar el pequeño gallinero que había en la casa divisaba los blancos huevos oferentes de sabor y frescura. Lo advertí.
Otra cosa es la ruma que se va incrementando día a día, amasijo de noticias ya caducas aplastándose unas con otras en algún rincón. Desde allí, al azar, algunas páginas servirán para secar humedeces del piso o para envolver uno que otro cachivache. Cuando el bulto ya es considerable, se le entrega a un pariente que sabrá ocuparlo en sus propios menesteres.
Echo de menos sí esas columnas de los diversos exponentes. Ellos ofrecían su enfoque sobre diferentes facetas de la vida, del arte, de la cultura, de sus propias experiencias. Todos, escritores, Merino, Sanhueza, Davidson, Gil, Ferrada, Montañez y otro que se me escapa, daban luz en la brevedad de su espacio a diferentes tópicos, cada cual, con el sabor de su prosa.
A otra cosa.
Extraigo de la nada una idea. Está un tanto enrollada en si misma así que la agito emulando malamente la elegancia de esos magos de frac, varita, sombrero y conejo. La tomé al azar. Pensaba el otro día en alguien de la celebridad, no recuerdo de qué ámbito. Yo lo hacía rozagante, poderoso, ejerciendo influencias en su campo, recreando mundos particulares que se prolongaban al contexto general, si por general consideramos lo que nos atinge a todos. Pues bien, revisando su historial en la sabelotodo Wikipedia, me entero que ese señor entregó su alma hace miles de días, reducidos esto a una decena de años. No era poca cosa, porque en mi pensamiento lo consideraba en plena actividad. Así se dan las cosas en la memoria, hasta los famosos parten de este mundo sin que su muerte se provea de un diapasón que ponga en alerta a todo el mundo. Y si bien, pude saberlo en su momento, los engañosos juegos que emplean los recuerdos trastocan fechas, personajes e historias.
Muy por el contrario, ayer, viendo la película Éxodo dirigida por Otto Preminger y el fabuloso reparto de actores: Paul Newman, Eva Marie Saint, Ralph Richardson, Peter Lawford, Lee J. Cobb, Sal Mineo, John Derek, Hugh Griffith, Gregory Ratoff, Felix Aylmer, David Opatoshu, Jill Haworth y Marius Goring entre otros, supe que todos los nombrados ahora yacían bajo lápida. Pero me campanilleó una duda. En algún momento leí en cierta parte que la rubia protagonista Eva Marie Saint celebraba sus ochenta años. No habrá rodado más que eso, pensé en aquella ocasión, o creo haberlo pensado, considerando la fugacidad de sus vidas, excesos, lujos y apremios entre otras condicionantes. Pero ese campanilleo me impulsó a la acción y buscando y rebuscando, me entero que la actriz todavía respira a sus no tan rozagantes noventa y nueve años. A decir verdad, luce de sesenta y algo más. Pero respira, pese a que la consideraba ya esqueleto y me alegro por ello. Pensamiento aparte: ¿tendrá opinión sobre la guerra actual de la entonces advenediza Israel contra Hámas y de rebote, contra los palestinos? Quizás. O tal vez no. Uno nunca sabe, por esto de los indivisibles hilos de la progenie que se urde, mezcla o bifurca en razón de las herencias de la sangre.
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