En la escollera del barrio Sur.

El atardecer en la escollera era algo tan hermoso que la gente se daba cita para poder contemplar la caída del sol bajo el río en las tardecitas de verano.
Allí, entre tanta gente, pero apartado y solitario a la vez, un hombre llenaba su mate con el agua que llevaba en el termo sin dejar de mirar el río con la mirada triste y perdida. Nadie lo miraba, era otro solitario que pasaba desapercibido, las parejas se ocupaban de ellos y los solitarios como él estaban tan ensimismados en sí mismos que ni lo notaban, pero alguien lo observaba sin que él lo supiera. Un niño de pelo tan rojo como el atardecer lo miraba fijamente. Al lado estaba su madre sin percatarse de nada que no fuera su pequeño bebé que dormía plácidamente en su cochecito. En aquella familia se notaba la ausencia del padre.
De pronto el hombre del mate se sintió observado y levantando la vista se encontró con la mirada fija del niño y sintió curiosidad. La mirada de aquel niño le recordaba la de su hijo y esto lo entristeció aún más.
Por un buen rato hombre y niño no bajaban la vista uno del otro.
El hombre pensaba qué llamaba la atención para que el muchachito lo observara tanto mientras que el pelirrojo pensaba que había visto aquella mirada muchas veces y que lo asustaba.
Bajo la mirada de su madre, el niño se acercó al lugar donde estaba el hombre que tanto observara, le habló al oído y aquel hombre sin sobresaltarse ni extrañarse le contestó que no tuviera miedo, que gracias a él en aquel momento desistía de sus tristes pensamientos, le dio las gracias al niño y se marchó.
Al volver junto a su madre ésta le preguntó qué le había dicho al hombre en el oído y por qué ya que siendo que no lo conocía se acercó, pero el pelirrojo le contestó algo que la dejó sin respiración.
—He visto en ese hombre la mirada de papá cuando…
Y la madre lo entendió, unos meses atrás su esposo se había suicidado en presencia de su hijo.
Omenia
26/11/2023