Crónica de tiempo y vida
Esto lo escribí hace mucho tiempo y hoy quiero publicarlo aquí porque hace algunas horas, desde muy lejos, me comunicaron que esta crónica y otros dos escritos míos serán publicados en el libro de la historia del ayer un pequeño pueblo que hoy es ciudad y un importante centro petrolero.
Bigotes en los pies
¿Bigotes en los pies?
La persona que lea estas líneas pensará: ¿Qué es eso de bigotes en los pies? Bueno, lo voy a explicar: sucede que... que… no, mejor al final, puesto que este título con esta introducción solo son pretexto para hablar de una persona muy especial que entre otras estuvo presente en mis años de enseñanza primaria, desde primero inferior hasta sexto grado en la Escuela Nacional Nº 3, en la entonces Colonia Las Heras, de la entonces Gobernación Militar de Comodoro Rivadavia en la entonces y siempre actual Patagonia de la República Argentina.
Hoy sigue siendo EGB N° 3, de la Ciudad de Las Heras, pero de la provincia de Santa Cruz.
La persona a la que me refiero fue maestra-directora de aquella escuela. Nunca supe cuándo ni de donde llegó, tampoco le conocí familia, lo que sí sé, es que siempre estuvo allí, estuvo presente en todos mis días de clases durante siete años, así como también lo estuvo en mi pensamiento algunas noches de vigilia esperando su reprimenda del día siguiente por no haber cumplido una tarea, una solicitud o una orden de la Srta. Julia.
Infundía orden, respeto y en mi caso también un poco de temor, siempre seria, en mis recuerdos no está su sonrisa pero sí sus labios, sus labios pintados de un rojo fuerte. Hoy con varias decenas de años en mis hombros, yo diría que sus labios eran un beso.
No era bella ni muy joven, como lo eran la Srta. Beatriz, la Srta. Carmen o la Srta. Lily, pero sus labios rojos y su pelo recogido en un moño, como un tomate, le daban un encanto especial a la Srta. Julia.
Recuerdo muy bien que las otras maestras, las más bonitas, todas fueron mis amores platónicos de infancia y están en el capítulo “Amores y Romances de mi vida” en el libro de mis recuerdos, en cambio la Srta. Julia está en el capítulo “Mujeres importantes de mi vida”.
Beatriz, Carmen, Lily, otras maestras y otros maestros como Eduardo, Baltazar y.., y… Rolón era el apellido, no recuerdo el nombre, me enseñaron juegos y rondas con el abecedario junto con los números, me enseñaron a pronunciar las palabras al igual que a poner el acento en el justo lugar que debe ir. También me enseñaron a plantar un árbol en el patio, a preparar la tierra para sembrar lechugas y zanahorias en el huerto lo mismo que a cultivar una flor en el jardín.
En cambio ella, la Srta. Julia, me enseñó a valorar todo lo aprendido y algo más. Me enseñó a cumplir mis obligaciones, a realizar las tareas, a escuchar y a ocupar bien el vocabulario. Recuerdo que siempre me pedía a mi maestra de grado para realizar mandados en los que se requería hablar bien. Entre otras cosas era ella la que me abría la biblioteca para que entrara a leer, permitiendo además que llevara libros para que los leyera en la casa, siempre incitándome a seguir leyendo. Leí casi todos los libros de aquella biblioteca, que no eran pocos.
También me hacía callar en la fila y en el aula, me mandaba a lavarme las manos y a limpiarme las uñas. Una vez delante de todos los alumnos y maestros formados para entrar a clases me mando a lavarme los pies, creo que ese día, de vergüenza, me puse tanto o más rojo que sus labios.
Siempre me acuerdo del día que muy seria me dijo: Herrera, mañana no lo quiero ver con esos bigotes, los corta o dígale a su padre que le compre un nuevo par de alpargatas*.
Valgan estas pocas líneas en su recuerdo, de un alumno que no fue el escritor que Ud. hubiera esperado que fuera: Srta. Julia del Carmen Gómez.
Las personas que nos marcaron rumbos a seguir siempre vivirán y continuarán siendo importantes mientras las llevemos, aunque sea en un pequeño párrafo escrito, en algún renglón escondido de alguna página de nuestro libro de memorias.
*Alpargatas: calzado rústico, humilde y barato que la primavera y el verano nos permitía usar en aquello lugares de inviernos fríos y nevados, confeccionados con suela de yute o cáñamo trenzado, con cubierta de lona. Los bigotes nacían del yute que se iba gastando y cortando.
Incluido en libro: Crónicas al viento
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