El agua en sus orejitas,
Mario tenía su perrito, chompi, un mestizo, mezclado o chusco como se le conoce popularmente; era una mascotita fiel y cariñosa, de blanco pelaje y con una máscara negra formada por las manchas negras en su rostro, eso le daba un aire de travieso, pícaro y juguetón.
Solo que Mario, lo pasaba mal, no tenía buen carácter, se irritaba con facilidad, la adolescencia le traía las hormonas revueltas, con altibajos anímicos, a veces estaba muy animado y jovial para caer después en melancolía y malhumor. Por lo que su inocente mascota a veces pagaba los platos rotos de su variable estado de ánimo.
Una tarde después de salir de la escuela, Mario venia mascullando maldiciones porque su profesor de matemáticas lo ridiculizo ante todo el salón de clase por no haber hecho su tarea de algebra, la cual odiaba con furor. Ese día las cosas no le habían salido nada bien, en especial con Sofia, su compañera de clase, esta muchachita lo ponía atontado, cuando la veía se nublaba su mente; era algo que no podía controlar, todas las veces que trataba de hablarle, por alguna razón Mario se quedaba mudo; su lengua se trababa, las manos le sudaban, se ponía rígido y sentía que la sangre le subía a la cabeza, tan evidente era, que Sofia y sus amigas no paraban de reírse al ver en ese estado a Mario mientras se iban alejando de él.
Esos días de invierno a fines de junio, se veían más tristes de lo normal, caía una intensa llovizna, que en Lima le llamamos garua, le daba al ambiente un tono sombrío, gris, hasta lúgubre. Mario solo quería llegar a casa a almorzar esos suculentos platos que su abuela Martha le preparaba. Arroz con pollo, Estofado de carne, Lomo saltado, Tallarines verdes, o una rica Sopa a la minuta bien calientita revoloteaban imaginariamente sobre su cabeza y su estómago sonaba rugiente cual león hambriento.
Él vivía con su abuelita desde hace ya varios años, desde que sus padres murieron en un accidente de tránsito y la abuela Martha se encargó de criar al huerfanito Mario. La abuela lo esperaba siempre con la mesa servida y el aroma de sus deliciosos platos se extendía por varias cuadras hasta llegar a la ansiosa nariz de Mario, quien apresuraba el paso para encontrar su almuerzo caliente en la cocina de la abuela Martha.
Mario en su caminar presuroso, su fiel mascota, chompi, partió en veloz carrera para saludar y saltar de alegría ante el regreso de su amado dueño, es que los perritos son así, amorosos y efusivos en abundancia, tienen ese cariño sin límites que nos regalan y solo es superado por el amor de Dios. Pero Mario venia con un solo pensamiento, saciar su hambre, ese apetito de fiera feroz que los adolescentes desarrollan y que solo las madres y las abuelas saben saciar.
El encuentro del chompi con Mario no pudo ser más brusco, al atravesarse su mascota entre sus piernas cuando él iba en veloz carrera, Mario le propinó un puntapié directo para sacarse al animalito de su camino y este lanza un quejido dramático, esto hace salir a la abuelita Martha de sus cocina a mirar lo que pasaba. Ella al contemplar a su nieto y el perrito relamiéndose su patita, levanta su mano frente al muchacho descarriado y le dice: -Si tratas mal a tu perrito, no habrá quien te ayude cuando padezcas sed en el infierno.
Mario se detuvo en seco frente a su abuela, pero mas que asustado o arrepentido miro a su abuela con un signo de interrogación en su mirada. ¿Qué me ayudará cuando padezca sed en el infierno?
Si, esa fue la frase de su abuela, ella entonces le empieza a contar sin antes enviarlo a que atienda a su mascota de la patada certera le había dado antes. Mario con actitud arrepentida se acerca y acaricia a su perrito chompi, quien con el mismo amor le responde lamiendo la mano del chico.
Mientras se reconcilian mascota y dueño, la abuela Martha le comienza a contar: “Habían dos hombres que eran vecinos, uno era gordo, rico, gastaba mucho dinero en fiestas y banquetes, el otro vecino era pobre, muy delgado y casi no tenia para comer, sus perros le acompañaban y le aliviaban sus llagas lamiéndolas porque el vecino pobre les trato y cuido bien a sus mascotas en las épocas que no era pobre.
Pasado un tiempo ambos murieron, el vecino rico se fue al infierno y el vecino pobre al cielo, el rico sentía que se quemaba y sufría mucho por el fuego de las llamas eternas y levanto la mirada y clamo: -Padre, Abraham envía a Lázaro a que moje la punta de su dedo y yo pueda al menos saciar mi sed porque me estoy quemando- Abraham le responde, en tu vida en la tierra tuviste mucho y fuiste malo, en cambio Lázaro sufrió mucho, fue bueno y cuido de sus animales, ahora el merece ser consolado y tu sufrir. Además, hay un abismo que nos separa y no se puede pasar de un lado a otro. El vecino rico quedo muy apesadumbrado, pero en su vida a pesar de vivir disipadamente y derrochando, él trataba bien a su mascota, por eso su perrito salteando los obstáculos para llegar a lo profundo del infierno, le llevaba agua fresca dentro de sus orejitas, y así calmaba la sed de su atribulado dueño con cada visita que le hacia llevando agua en sus orejas, por eso tu nunca sabes si necesitaras que te lleven agua al fondo del infierno.
(En memoria de mi mascotita de infancia: chompi)
Pablo Villanes
Noviembre, 30 de 2023