A ella le gustaba mucho leer, caminar por Av. de mayo, comprar libros usados. Al ser hija única, sus compañeros de aventuras imaginarias fueron los libros, mientras más hojas tuvieran mejor.
Recuerda haber leído a Simone de Beauvoir en “El segundo sexo” a temprana edad, sin entenderlo. Su cerebro a esa altura no estaba desarrollado para esas ideas tan feministas.
Años más tarde volvió a leerlo, y quedo maravillada.
Cierto día caminando por Lavalle, entro a una librería. Había un muchacho de su edad leyendo un libro en el fondo del local. Se entretuvo hojeando por allí y por allá. Tomo un libro. Era de Edgar Alan Poe.
El se acerco, y le dijo
‘- Te conviene empezar con El gato negro, El cuervo y la Caída de la casa Usher.
-¿Por qué?
- Porque así entenderás cual es el leitmotiv de sus libros.
Comenzaron a hablar sobre libros, que sí había leído a Dostoievski en Crimen y Castigo, y a Madame Bovary de Gustave Flaubert.
A esa altura estaban muy concentrados, cuando entró otro cliente a la librería y el la dejo para atenderlo.
Le pidió el número de celular.
Dijo los ocho números una sola vez.
Llamo a las 10 de la noche, su abuela ya dormía y salieron a caminar. La brisa era suave, los jacarandas estaban en flor aromatizando las calles de Buenos Aires.
La distancia se fue acortando entre los dos.
Los gatos silenciosos se acariciaban como amantes, deslizándose fugazmente de árbol en árbol. De a ratos maullando como si fueran bebés.
Un jacarandá se desperezaba esparciendo su flor violeta. Aspiro su aroma azul.
Se sentaron en un banco de la plaza. El preludio del sexo había comenzado.
Una fina llovizna había empezado a caer lentamente sobre el parque, los gatos se desparramaron en sus escondrijos.
La evocación a la primera vez afloro en su memoria.
Fue como un presagio y la base del sortilegio de esa noche.
Escucho que tenía un hijo llamado Alejandro y pensó como “Alejandro Magno el grande”.
Ya abrazados caminaron hasta el hotel, que tenía una luz roja muy tenue y maquiavélica.
Y allí entre sábanas usadas, sucedieron las caricias milenarias. El hablaba mucho. Le decía entre jadeos y gemidos.
-Putea, y deci lo que quieras, eso exorcizara tus demonios interiores.
Se colocó un preservativo, rápido y furioso
Tuvo el primer orgasmo.
Las palabras soeces se deslizaron entre ambos embriagando los oídos de lujuria, excitación y sexo.
Se durmieron.
Al día siguiente se despertaron, salieron del hotel como dos desconocidos, nunca más se volvieron a ver.
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