Hugo en mi recuerdo
Cuando me dijiste parparara la valija que nos vamos a Iruya, mi entusiasmo y expectativa se convirtieron en un motor con 100 caballos de fuerza navegando por el turbulento océano atlántico.
Ese junio del año 2019, compré la valija en la estación de once, la subí al tren Sarmiento vacía, y mi alegría, fervor y perplejidad no me dejaron disfrutar ni siquiera a las vendedores ambulantes que pregonaban sus mercaderías con el frenesí de la supervivencia.
Sin embargo pasaron los días, y el médico que te atendía te dijo que quizás tengas que aplazar el viaje tan ansiado por una incipiente neumonía que se convertiría en un impedimento para realizar el viaje tan ansiado.
Estuviste convaleciente con neumonía, con fiebre, delirios, con antibióticos, mientras se iban incrementando la frustración, la desazón de postergar ese viaje tan fantaseado.
En enero del 2020 estuvimos en Quila Quina, lugar paradisiaco en San Martin de Los Andes, nos encontramos con tu querida amiga de la familia mapuche, con Rayen, hija de Alida Cheuquepan, con su madre, la que me denominaba huinca. Al buscarlo en google descubrí que yo casi era hija de los conquistadores que usurparon sus ancestrales tierras mapuches.
No obstante me invito a su hogar a leña, donde cocinaba. Me dijo de qué lugar podía arrancar las cerezas más maduras y comestibles de ese árbol a la vera de su ladera.
No olvidare ese viaje, ese lugar a orillas del lago Lacar, donde abrevaban las bandurrias y avutardas. Allí donde tu perra La Linda las corría a la mañana temprano cuando salíamos a caminar.
En marzo del 2020 pasaron cosas. Estuvimos seis meses en tu casita prefabricada, recluidos en la pandemia. Vos hacías las compras con barbijo, te pasabas alcohol en gel, volvías y cocinabas para mí los manjares más sabrosos, con solo un ají rojo pequeñito como la palma de mi mano.
Aprendí la medida exacta para cocinar el arroz sin colarlo. Una medida del cereal, y tres medidas de agua, para que se cocine sin colarlo.
Llego septiembre y se empezaron a avizorar algunas normas de apertura social, pero tal vez no fueron tan auspiciosas, como hubiésemos querido. Nos vacunamos con la primera dosis contra el Covid 19.
Hasta que a principios de noviembre del 2021 te intervinieron colocándote una endoprotesis por guía inguinal para evitar una derrame de la aorta abdominal. Saliste airoso y recuperado.
El 22 de noviembre, fuimos asaltados por un violento delincuente.
Era feriado, hacía calor. La casa tenía un alambrado, una laguna donde en invierno abrevaban las garzas blancas y los patos salvajes.
A través de la reja, de la puerta delantera, de donde te aferraste, de vidrio repartido, te dispararon tres tiros. Uno impacto en tu abdomen.
Estuviste 39 días en terapia intensiva, hasta que dejaste de respirar el 1 de enero del año 2022.
He ido a Iruya, pensando en vos, ese pueblito enclavado en las montañas y riscos, donde los turistas son odiados por alterar su tranquilidad y osar perturbar su armonía. Los niños no tienen caries, porque no comen azúcar ni dulces.
Viven una vida pacífica, a veces, su paz y armonía es invadida por los hombres blancos.
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