Llegó después de dos meses de ausencia, nadie lo esperaba pues era un ser insignificante. Volvió a reirse como siempre lo había hecho, es decir, como un idiota. A pesar que se parecía a un caballo, le decían el oso, no se cansaba de hacer el ridículo, no solo con su Terrecita, sino también en el lugar de trabajo. Lo mandaban a comprar papas y llegaba con tomates; en lugar de comprar pan, compraba tocino; confundía arriba con abajo.
Se ufanaba de ser la mejor pluma de la comarca y a cada rato lo mandaban a la chingada. Un día le dieron el pasaje de ida para la mierda y se fue contento. Todos aspiraban a que no volviera jamás, pero volvió a contar bellezas de ese lugar asqueroso. Él decía que era corrector de pruebas, pero que va, era pintor de brocha gorda y no sabía pintar de una manera uniforme, pues las paredes quedaban con muchos lugares sin pintar. Lo poco que ganaba, tan solo le alcanzaba para comprar papas y chorizos. La Terrecita estaba cansada de comer chorizo ajeno, pues el suyo se doblaba con facilidad, dentro de la olla se deshacía y no lograba calmar el apetito de la Terrecita que terminaba buscando chorizo ajeno. Hoy llegó a la comunidad de escritores, como ya era costumbre riéndose como un idiota, no tenía argumentos para nada. Le gustaba llevar papas cocidas en los bolsillos traseros de su pantalón. Al llegar a su sitio de trabajo se sentaba, cuando le daba hambre se comía esas papas aplastadas. Él era así, bobito de nacimiento. Hoy lo mandaron a pintar de azul un muro inmenso y lo pinto de negro. A veces se sentía Adelita y a veces Adelmo, unas veces se ponía tanga y otros días boxer. Hoy le dio por relinchar, no era para menos con esa cara de caballo que tiene; luego pidió que le pusieran herraduras, apenas terminaron de ponerlas, salió como un potro desbocado, en el noticiero de las siete de la noche dieron la noticia de que una bestia se había estrellado contra una tractomula. |