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La tarde en la que me introduje al cine tuve el presentimiento de que me seguían. En la oscuridad del pasillo me cambié de ropa, salí por la puerta de emergencia y regresé en taxi a mi departamento, que había dejado a propósito sin luz.
Llegué al país hace menos de un año. Concursé por una beca para hacer el servicio social en una institución de salud y fui aceptada. Me incorporé al trabajo. Inicié un proyecto de investigación. Me asignaron un escritorio, un ordenador y una impresora. Mi compromiso era exponer los resultados al final del año lectivo. Tenía un tutor y una jefa que era la encargada de los pasantes que hacían su servicio social. La señora Andrea, amable distinguida y con carácter.
Una ciudad arbolada. Los domingos me cautivaban porque la gente iba a la alameda donde, las personas mayores, bailaban al son de una música tropical. Vivía en un departamento que se ajustaba a mi economía. Mi padre y mi novio estaban pendientes de mi quehacer,pero nunca los molesté.
La institución, si había un auto me llevaba al área de trabajo. Regresaba en algún móvil urbano. Como tutor me asignaron a un médico responsable de llevar la vigilancia de las enfermedades. Supervisor de las áreas rurales por lo que solo permanecía en la oficina una semana al mes y ocupado en sus reportes. Muy amable, galante, conocedor del proceso de investigación. Es él quien me orientó para darle forma a mi trabajo.
Conocí al señor secretario cuando iba por los pasillos. Levanté la mirada para verlo y seguí en mi trabajo. En una brevedad estuvo frente a mí, acompañado por mi jefa. Me levanté, le di la mano. La señora Andrea le dijo: “ella es la que ganó la beca”. “Me llamo Sonia para servirle. “La felicito y sea bienvenida”, “estoy muy agradecida”, “nada de agradecimiento, si está aquí es por sus méritos. Se retiró dejando un aroma con discreto olor naranja.
Al día siguiente me llamó a su oficina y se mostró interesado en los pormenores del trabajo, hizo un gesto de desaprobación cuando supo en que colonias hacia las entrevistas. En la siguiente semana el operador de una camioneta reciente se ocuparía de mis traslados. El Chofer era una persona mayor de la confianza del señor secretario.
Fui a agradecerle el gesto. Y ordenó que trajesen dos capuchinos. Poco más de media hora estuvo preguntando sobre mis impresiones acerca del país, la ciudad y la manera como el personal me había recibido. La veré cada semana para que me cuente de sus avances. Me despedía, pero él dio la vuelta al escritorio y estrechó cálidamente mi mano. “bienvenida”, me dijo y besó mi mejilla y el olor a cítricos volaba de su barba cuidada. Ese fue el inicio, y si bien fue una vez cada semana, en ocasiones me mandaba a llamar. Era un hábil platicador y lleno de anécdotas. El tono de su voz claro y cálido. Agradaba escucharlo; ameno y cauto, pero en ocasiones se le escapaba una mirada de cálculo. Cuando me retiraba sentía en la espalda la fuerza de sus ojos. Con él sentía el respeto al superior, y al hombre culto que intentaba encubrir la fuerza de su genero. Supe que era un varón dispuesto a conseguir, pero prudente. Un tropiezo y su carrera política se truncaría. Yo no era connacional, y él sabía que guardaba una buena relación con el consulado.
Desde la ventana de mi departamento me gustaba ver a los transeúntes, oír a los vendedores que van gritando: pan, nieve, tamales y desde la camioneta con una bocina “compro fierro viejo, estufas, refrigeradores, colchones que venda”. Una tarde se sitúo un carrito que vendía hot-dogs. No le di importancia. Un martes salí temprano y reconocí el vehículo que transportaba el mueble. Hice conjeturas y entré en la sospecha de que me vigilaban. Cuando apagaba las luces de mi departamento el vendedor se iba.
Entre los pasillos los cotilleos se pasaban de un departamento a otro. Cada vez que salía de la oficina del señor, mi jefa se hacía la aparecida. Me escaneaba. Le sonreía como diciéndole: mira todo está en su lugar. Mi cabello, el carmín de mis labios y la ropa sin arrugas. Dos pretendientes que tenía fueron removidos y no los volví a ver. El único que le permitía me tomara del brazo, hombros o cintura era al chofer. Un hombre cano, respetuoso, y caballero. Manejaba en silencio y al despedirme, me decía: cuídese, dándole un acento de más a la palabra.
En la libreta escribí:
«El señor tiene una memoria privilegiada, me interrumpe para contarme alguna vivencia. Le encanta sentir que se le escucha. Tiene una voz suave, educada que envuelve con seda. Su pelo crespo, entrecano, lo hace atractivo. Cuando su secretaria le dice que el gobernador desea que lo llame. Me despide con un beso en la mejilla y de manera “accidental” rueda sus manos por mi talle. No intento rechazarle; acepto su cortejo, sin que encuentre en mis ojos nada que lo haga pensar que lo acepto».
Hace un mes recibí la orden de atender a un grupo de estudiantes para darles estadísticas de nutrición. Un equipo de profesionales que me agradó servir por espacio de varios días, ya que realizaban un estudio de investigación.
Un domingo salí con mi bolsa de compras. En el baño me cambié de ropas para confundir, por si alguien me vigilaba. Fue un escape para disfrutar de unos momentos en la playa. El mar, la inmensidad, y la plática de él fueron los que me sedujeron para tener una tarde intensa, acalorada y prometerle una plática diferente.
Lo enteré que me vigilaban, “estará el departamento a oscuras, dejaré la puerta entreabierta”. había una luz mínima con sabor a canela. Estaba pendiente a todo ruido que escuchaba. Por el hueco de la cortina veía hacia la calle, para fortuna el vendedor de Hot-dog ya se había ido. Hablábamos con voz baja y disfrutamos de algunos bocadillos con un blanco espumoso, muy rico. Pasé la noche con él. No me dio descanso hasta que la madrugada nos alcanzó. Dos noches que conocí paisajes, colores, sensaciones y mis gemidos sofocados con la complicidad de las almohadas. Él Se iba antes de que abriera el día.
Él ya no está, terminaron el estudio. La Primera intimidad nunca se olvida. La mujer se enamora en un clic y en una noche... fiel a la pasión destraba el nudo de la barca y deja que la corriente se la lleve.
Las tardes son calmas, se ven los pasillos deshabitados. Saqué la carpeta de mi escritorio y me encontré en el pasillo con él. Con el pretexto de enseñarme un área que estaban remodelando me invitó a cenar. Rechacé la invitación. Tuve una sensación de inquietud y pretexté que tenía trabajo, pues ya faltaban pocos días y detallaba el informe final. No se anduvo por las ramas y soltó a los felinos que lleva. “Bien sabe que disfruto su compañía y no puedo negar que las horas contigo se esfuman. Deseo darte la mejor noche que hayas pasado. (me puse en guardia, deduje que sabía mi secreto). Acepté que me llevase a mi departamento, pero tomó otra avenida hacia la salida. “solo tomaremos un café”. Iba hacia la zona donde se sitúan los moteles. “¡Déjeme aquí! Alcé la voz, sin gritar, ni mostrarme histérica. Apretó los dientes, me miró con reclamo. Dio la vuelta y regresamos. Antes de bajarme me pidió disculpas, “no se asuste, yo me dije y qué tal si acepta”, hizo que me sonriera y ambos reímos.
“Es usted una mujer bella, inteligente y deseable, quien la conquiste y la haga su esposa será afortunado. De buena gana me iba con usted y pedía su mano, ”¿solo la mano?”, le dije, y nos carcajeamos. “ Ah, tenía escondido el humor, eso es algo que la embellece”. Déjeme darle un abrazo de los míos. Se acercó y su aroma de cítricos me sedujo y acepté ese abrazo y un beso en la mejilla que lo corrió hacia mi boca y sí, nada podía hacer, y le correspondí. Pensé que un beso no es caro, pude estar en un infierno o en un cielo de mentiras. No creo que sea prudente humillar al tigre.

Texto agregado el 16-11-2023, y leído por 101 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
17-11-2023 Ese par de capuchinos detonaron muchas cosas. Entretenido tu relato, amigo. Y sabia decisión la de no humillar al tigre. maparo55
17-11-2023 Me encantó la sutileza de tu cuento. yosoyasi
17-11-2023 cinco estrellitas goldberg
16-11-2023 —Muy cierto, no es prudente humillar al tigre, puesto que si así se hiciere lo más probable es que al hacerlo responda con las garras. —Saludos. vicenterreramarquez
 
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