Cuarta semana
Estoy rodeada por el cariño de amigos y familiares lejanos y cuando me preguntan cómo estoy no encuentro las palabras adecuadas para definir el sentimiento que me embarga.
En este momento en que el país llora a sus muertos, clama por la liberación de los prisioneros, atiende a los heridos, teme por la vida de los hijos que están en el frente y se une al dolor de los que han visto sus casas hechas polvo…me siento culpable, de una culpa que no es tal, lo sé, mi sentimiento de culpa se llama impotencia.
A mi edad no puedo hacer nada para ayudar, no puedo salir a poner mi granito de arena en los trabajos civiles humanitarios. Nunca me sentí tan inútil. Volcar mis emociones en estas líneas es mi válvula de escape ¡Menudo consuelo¡
Yo soy aquella que ayer no más decía *que su karma era ese impulso compasivo y solidario, esa constante actitud de ayuda al prójimo. ¿Aquella ¿dónde está?
¿Donde está?... está enroscado frente al televisor, paralizada por el miedo y el ansia , dejándose abrazar por un sillón confortable. ¡El espectador modelo!
Para superar mis temores y carencias me doy un atracón de chocolate tras otro. Creo que esta “adicción en el momento en el que todo se va al diablo es comprensible, no es el caso de refrenar los impulsos de compensación ni pensar en dietas.
A pesar de lo que escribí acerca de mi incapacidad, consigo mantener una actitud equilibrada porque sé que mientras se vive se está expuesto a lo imprevisto pero aún sabiéndolo me ilusionaba la idea de vivir con tranquilidad mis últimos años .
Aunque puedo disfrutar de los momentos de dicha o desesperarme en las horas amargas, algo interior que he construído poco a poco, me mantiene en el centro.
El lema de París “Fluctuat nec merguitur”, expresa exactamente mi situación ; soy un barco que se balancea en aguas tempestuosas pero no naufraga.