Un texto antiguo, de hace ya algunos años.

Una taza de café.
Un lugar tibio y acogedor.
Una canción rítmica sonando de fondo.
Una mujer bonita frente a mí
que sonríe y me mira a los ojos.
Enlazo sus manos con las mías
e intento descubrir lo que piensa,
lo que siente en este momento
que para mí es mágico, especial.
La conozco tan poco
que quiero saber todo de ella;
por eso bebo sus palabras una a una
como si fueran el elixir de la vida.
Lleva la taza de café a sus labios
y ansío ser el café y la taza que los roza;
su mirada ríe adivinando lo que pienso,
soy tan pueril y transparente.
Salimos a la noche fría,
una llovizna persistente nos moja,
nos hace correr apresurados
tomados de la mano y gozosos.
Yo, de la cercanía de su cuerpo
y la tibieza de su mano blanca,
que aferro con fuerza como si fuera mía.
Ella, quizá sienta lo mismo.
Ha dejado de llover
y caminamos sin prisa por las calles
encharcadas, solitarias y oscuras.
No me contengo más,
le pido besarla en los labios.
Pensativa, hace un mohín
entre sorprendida y dudosa;
asiente con un suave sí.
Me acerco lentamente a su rostro
y la beso en la boca.
Sus labios están fríos,
pero responden con suavidad
a los míos.
Es el primer beso,
quizá el principio de muchas caricias.
No sé si ella será para mí,
pero en ese instante decido esforzarme
para que esos labios
y esa mujer tan bonita
que tengo frente a mí,
sean para siempre míos.