Algunos me decían que yo estaba deprimido y otros afirmaban que era un holgazán. Lo cierto es que solo salía de la cama para comer algo, ir al baño y regresar otra vez a las cobijas calientes con las series de Netflix y vídeos de youtube sin pausa. Comencé a vivir de ese modo desde aquella noche cuando me puse a pensar sobre mis 55 años de edad, sobre lo que quería lograr y no logré y lo que me hubiese gustado ser y no era. No fue muy complicado deprimirme con mis pensamientos: siempre fui un ser sensible y llorón. Pensé en los seres queridos que han muerto, en los amigos que ya no están, en los comerciales de televisión de mi infancia que me dan un bajón de nostalgia cuando los veo en youtube, en la novia que nunca me quiso en la juventud, en la oportunidad perdida de tener hijos, en esa gran carrera de escritor que no sucedió por falta de disciplina y de talento; pensé en las guerras actuales, en las catastrofes naturales, en la muerte de los dioses, en mi cobardía, en mi triste vida. También comparé mi edad con la edad de Mozart, que antes de morir a los 33 años ya había escrito las obras que lo harían inmortal, o Raffaello, que cuando murió con 37 años ya era el gran maestro de la pintura, o Caravaggio, que con 38 años murió dejando una obra que cambiaría la perspectiva del arte, e incluso me comparé con Obama, que con 48 años fue presidente de los USA; mientras que yo, con 55 años, solo lloraba y me torturaba con ideas negras. Ahí estaba, en la oscuridad de mi cuarto, lamentándome en silencio. Quería perderme en un supor gris y etéreo de imágenes con sabor a marihuana cuando alguien tocó a la puerta. Eran golpes duros y secos. Hacía ya mucho tiempo que no recibía visitas. Quien quiera que fuera seguía golpeando y no iba a detenerse hasta que yo abriera. Salí de la cama y descalzo caminé hasta la puerta. La abrí de un golpe. Frente a mí estaba un enorme, corpulento, peludo y espeluznante payaso. Tenía gordos cachetes, nariz roja tipo lapiz labial y el rostro pintado con colores payasísticos. En la cabeza llevaba un sombrerito ridículo del cual colgaba una flor marchita.
— Hola, soy el payaso Gomita y estoy aquí para ayudarte.
— ¿Qué?, yo no pedí ningún payaso a domicilio— le contesté.
— Claro que sí. Yo nunca me equivoco. Si no lo pediste tú, entonces lo pidió alguien por ti. Ya estoy aquí, así que déjame entrar.
Iba a cerrar la puerta para olvidarme rápido de esa pesadilla, pero el payaso me agarró del cuello con una de sus enormes manos y con su aliento fétido me dijo que no complicara las cosas, luego perdí el conocimiento.
Una bofetada me despertó. El payaso estaba parado frente a mí. Me observaba con sus ojos amarillos.
— Te desmayas con muy poco, papi, por eso estás como estás.
— Mira, payaso, yo no sé quién te pagó por esta visita, solo te pido que me dejes en paz. No necesito ayuda de nadie, además, te tengo miedo.
— Llámame Gomita, señor Gomita.
—Por favor, señor Gomita, déjeme solo.
— Escúchame, debilucho, he venido para ayudarte, ¿sabes lo difícil que es reservar una cita conmigo? Tienes suerte de que hoy esté aquí, y no me iré hasta sacarte del hoyo en el que te has metido. Así que escucha: vamos a meditar.
— ¿Qué?
— Cierra los ojos o te meto una bofetada.
Cerré los ojos y el payaso comenzó a murmurar ommmmm, ommmm. Me quedé quieto, sentado en el sofá donde el señor Gomita me había despertado con una bofetada. Descubrí que estaba en calzoncillos; el payaso me había quitado los pantalones de la pijama.
— Escucha con atención, debilucho: siempre has sido un valle de lágrimas. Te lamentas por esto y lloras por lo otro y crees que la vida ha sido injusta contigo, pero en realidad la vida te ha tratado bien. Has estado superestimulado con tus pensamientos absurdos. Necesitas una mente completamente tranquila, en paz y siempre nítida. No puedes hacer nada bien si siempre estás pensando que todo está mal, ¿captas la idea? Tienes la mente distraida y una persona que tiene la mente distraida vive entre los colmillos de las aflicciones emocionales. Necesitas equilibrio espiritual y para desarrollarlo necesitas comida simple, hacer ejercicio, un entorno natural, personas sanas con las que puedas interactuar, poner atención en la información que consumes, cuidar tu conducta y vivir con disciplina, así crearás una sinergia que...
— Perdón, señor Gomita— interrumpí— pero ya conozco esa teoría. Usted dijo que es un payaso, no un monje budista.
— Así que lo quieres por las malas— me dijo el payaso, acercándose con los puños cerrados.
No recuerdo mucho, pero el dolor aún lo tengo marcado en la memoria. El payaso me golpeó, metió mi cabeza en el agua del inodoro, me pegó de nuevo, hizo conmigo cosas que no quiero nombrar y después de una eternidad dolorosa me dejó tirado en el suelo y se largó. Entre las nebulosas imágenes que veía y el zumbido de mis oídos sentí el cambio de piel, como una víbora; luego cerré los ojos. Al abrirlos escuché el canto de los pajarillos y el sol brillaba. Me levanté del suelo a duras penas, me duché, tomé un café y por alguna razón que no podría explicar acepté que la vida tenía sentido. No sé quién haya enviado ese payaso a mi casa, pero valió la pena. Si un día un payaso toca a tu puerta y dice que está ahí para ayudarte, déjalo entrar y no lo interrumpas cuando hable.
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