Sobre el esbozo. Coge un lápiz y dibuja una raya que obliga al Hombre a que extienda las manos. Más rayas y más manos. También hay brazos. Brazos musculosos. ¿Yo? Más rayas y más manos. Rayas y manos. Brazos. Brazos musculosos. Pienso. Sí, existo. Me veo en varios planos. Más rayas y más manos. Rayas y manos. Brazos. Brazos musculosos. Me copio y me reproduzco. Me siento dentro de una celda de animación. Mareos. El espacio viene hacia mí, y voy dejándome a mí mismo, hacia atrás, hacia adelante, a los lados, en siluetas calcadas, sobre mis espaldas, como si cada uno de mis yoes pasados formara parte de una cadena de escamas que forra la piel de alguna serpiente legendaria y perene.

—De aquí hasta allá, el Canon de Policleto, el Conocimiento de Marcio Vitubrio Polión, y, si me permites, un grano de publicidad de Da Vinci. Impregnaré en ella su ideal de una estructura llena de proporciones y geometría. Pero ésta tendrá, a diferencia de lo que se ha hecho por siglos debido a la influencia de la Poética natural de Aristóteles, la sapiencia de la física de Newton y de Descartes. Tendrá una especie de dinamismo perpetúo, repetitivo, que creará la ilusión de movimiento y futuro, es decir, surgirá de ésta la belleza de la velocidad y las marcas del pasado presente. Una obra de arte en sí misma.

La regleta sobre la página en blanco y la punta del carbón que lo encaja en un cuadro. Hay más cuadros. Se esfuerza por alcanzar las esquinas. Más dedos en tensión. Ah, el ácido láctico ha acabado por castigarme y me duelen las articulaciones más allá de lo tolerable; el eco de mis quejidos me aturde; me he dado cuenta de que no soy como aquella ninfa de cuya boca salen las palabras más bellas jamás nombradas. No. Soy más bien como uno de los hecatónquiros, al que han encerrado por el pecado de reproducir su vigor, su belleza y su estatura. Más cuadros. Sigue esforzándose por alcanzar las esquinas. Más dedos en tensión. No freno y veo cada una de mis sacudidas como en un fotograma. Me embelesa. Su visión hace de mi existencia un acto sufrible. Más cuadros. No para de esforzarse por alcanzar las esquinas. Más dedos en tensión. Ahora tiendo a criticarme. Puedo moverme de la mejor manera, me digo, hacerlo con un sentido estético más sublime, acaso simétrico pero a la vez violento. Puedo llegar a ser como un Egeón retransmisor.

Con el compás dibuja un enorme círculo que lo hace sentir más claustrofóbico. Más círculos y piernas. Cerradas y abiertas. Me duele el rabo. Me reduplico sin cesar. Quizá sea porque soy más rápido que el tiempo. Lo estoy abarcando todo. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Para quién lo tiene? No para mí, ciertamente. No puedo negar, empero, que lo que queda de mí es una sensación de vibración y magnificencia. Me veo y me pienso. Nada hay más perfecto que yo. Más círculos y piernas. Cerradas y abiertas. Más allá de mí, la Nada. Más círculos y piernas. Cerradas y abiertas. Sí, más allá de mí, la Nada. Es un antropocentrismo que lo domina todo. Doy estabilidad y orden. He logrado hacer que, a partir de un círculo, un cuadrado tenga una misma superficie. ¡He alcanzado la perfección!

—La cuadratura del círculo. En cuanto a su configuración universal, hasta ahora ha representado la inmovilidad pensativa, el éxtasis y el sueño. He de crear, por tanto, una nueva belleza, más dinámica y brutal, una que aumente sus proporciones y las multiplique sin miedo en un asalto a las fuerzas pusilánimes del conservadurismo. Lo dejaré aquí por hoy. Antes, esconderé el código de mis ideas en aquella mítica frase del Manifiesto:

.etneserpinmo dadicolev anrete al odaerc someh ay seup ,otulosba ol ne somiviv aY .reya noreirum oicapsE le y opmeiT lE ?elbisopmi ol ed satreup sasoiretsim sal raeuqnarf somereuq is sárta rarim ed someh éuq roP¿ .sedade sal ed omertxe oirotnomorp le ne somallah soN

atsirutuF otseifinaM lE