Es la Contingencia, ente veleidoso y empoderado, que nadie anticipa y comprende, el que nos eleva al pedestal o nos arroja al abismo ciego; el que da o niega; el que nos recuerda el evanescente carácter de las formas del orbe; el que elige entre el ser o el no ser.
Yo la temo y mi temor amancebado con ella pare ese otro sentimiento que como su madre también se muestra veleidoso y cruel. Punza mi corazón a cada segundo, el hijo de ambos, la Incertidumbre.
La Incertidumbre, imagen de la Contingencia en el espejo del alma, se jacta de ser dueña de mis apacibles horas y de la frágil certeza de un destino acomodado.
En vano la rehuyo: vive como sombra inevitable aparejada a mis pequeños actos cotidianos. Me acecha y me asedia. En ocasiones la gente que me abraza descubre su presencia trepidándome las carnes y me pregunta: «¿Qué es eso?» Y la Incertidumbre se agazapa rápidamente avergonzada. «No es lícito darle pábulo cuando el pan está más que asegurado: esto es miserable» proclama el viejo moralista que en mí habita.
Unos inclementes versos me buscan: «Yo, dondequiera que viva mi vida quiero hacer frente a las contigencias y encarar la noche, las tormentas, el hambre, el ridículo, los accidentes y los rechazos como lo hace el animal»
¡Oh, Contigencia, ya es hora, cómo dictan estos versos del viejo Whitman, y cómo merece la vida, de convertirme en tu más acérrimo idólatra…!
6 de marzo de 2023
David Galán Parro
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