Y fue que él nació al borde de un río murmurador. Teniendo que caminar hacia arriba para toparse con una planicie que todavía es un descanso, interrumpido por otra inclinación que sigue hasta el final de la isla. Y a él les gustaron mucho los pollos, los gatos, los perros, el bosque y los cánticos de las aves. También la lengua que entró en su archivo cuando la consciencia no contaba. Pero, más aún, amó y amará los seres que el designio divino escogió para cuidarle.
Hasta que pudo diferenciar su conducta entre las otras de algunos otros. Y descubrió que habían modelos transferidos de una generación a otra. Mientras tanto observó, qué cosas eran menester para disfrutar de una sana existencia. Entonces tropezó con un peldaño ineludible, pero que brincarlo era muy complejo para su cuerpo. Y aquel momento generó una opción: partir para un lugar con las mismas diferencias, pero que para los que como él llegaban de otra tierra, había una escala que les daba un beneficio relativo.
Sin embargo, y luego de pasar mucho tiempo notó que en su propia patria, contrario a lo que recibía en la de adopción, sé había dabo un nuevo gran cambio en las matemáticas. Porque ahora allá, dos y dos no son cuatro. Y su cerebro que jamás sé ha desconectado de las cifras dejadas del costo de una cena, una fiesta, las viviendas, los servicios básicos y el cuidado de la salud; ahora no se pueden admitir usando una álgebra que ya no es la de Baldor.
Pero el monstruo de todos esos costos es el cuidado médico. ¡Un punto que se ha metido en el cerebro del extranjero! Quién con gran dolor y pese a lo indestructible del vínculo con su terruño, ha empezado a variar el plan que ya tenía, con respecto a lo que pensaba que se hiciera con su post existencia física.
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