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Al final parte 21

Los dos jóvenes estaban recostados en la cama. Oscar reposaba sobre el pecho de Israel.
-Te amo tanto – le dijo Israel.
-Yo te amo más - responde Oscar - ¿Cómo va tu terapia?
-Mejor. Antes entraba en crisis. Ahora estoy más tranquilo.
- ¿Te ha servido?
-Demasiado. La doctora Nájera es increíble. Oye ¿Cómo va el paciente del que me platicaste?
-Terrible. Con el paso de los días empeora. El único que está ahí es su hijo Pablo. El hijo se quedó con el mariachi que tenía el señor.
- ¿Terminará mal?
-Seguramente – afirma Oscar.

Israel, del amor pasó al coraje. A veces las personas están obsesionadas con que todos debemos pensar igual. Aquella mañana no pintaban bien las cosas. El joven médico llegó al hospital en punto de las seis de la mañana. Revisó todos los casos de cirugía en junta como las que tenía con Flavio cuando Israel era médico de pregrado.
Revisó el caso de un joven con acné inflamatorio severo. Había dejado de ir a la escuela por las burlas que le hacían en la secundaria.
-El caso me preocupa – dijo el doctor Hernández en la junta.
- ¿Por qué? Solo con un tratamiento el joven podría salir de aquí – comenta Israel – perdón no es mi área.
-Está bien, doctor. Y tiene razón. Con un tratamiento farmacológico. El problema no es el joven, es la mamá. Perdón, con todo respeto, pero esa señora es insoportable. Como es la mamá, que cree saber todo de medicina. La señora dice que es una enfermedad que le contagiaron aquí, cuando el joven llegó así.
-Quiero que esta vez el médico de pregrado José Sandoval lo atienda.
-Está bien – dijo inocentemente el recién egresado de la facultad de medicina.
Israel al terminar de platicar con el doctor Hernández regresó a su consultorio. De camino escuchó los gritos de la mujer. Israel siguió su camino cuando vio salir del área de urgencias al principiante.
- ¿A dónde vas? – le preguntó Israel.
-No. Yo no puedo con esa mujer. Me insultó – se defendió José – no vaya, doctor. A usted también lo va a insultar.
-Bueno, pues que nos insulte a los dos.
Israel entró a urgencias y cerró la cortina. Cerca de la camilla observó al joven. Tenía acné inflamatorio severo. Sacó su recetario y escribió una serie de medicamentos. Sin decir palabra alguna, Israel dejó la receta en la mesita y se retiró. Los dos médicos salieron y se fueron.
-No discutas con ella – le recomendó Israel.
-Gracias, doctor. Le debo una.
-Tranquilo.
A las once de la mañana salió a desayunar y se encontró con la sorpresa de ver a su novio afuera del hospital. Verlo era reconfortante. Desayunaron sentados en la banqueta, Oscar sabía la importancia de verse. Era como inyectarse energía. A lo lejos, con la receta en mano, Margarita, la mamá del joven en plena adolescencia, los observó platicando. Los dos jóvenes terminando de desayunar se besaron y se abrazaron, era claro, estaban juntos y no lo ocultaban.
Al entrar al hospital, Margarita sacó lo corriente y vulgar que puede ser una persona. No todos debemos pensar lo mismo, qué flojera. Lo que no está bien es insultar el pensamiento del otro.
- ¿Ese es su novio? – preguntó Margarita en el pasillo que va a urgencias.
- ¿Disculpe? – voltea Israel.
-Sí. Lo vi afuera con ése.
-Ése, tiene su nombre – Israel defiende a su novio.
-Ay, todos son iguales. Son unos cerdos asquerosos. Unos malditos maricas. Ustedes infectan el aire. Me dan asco.
-Si tanto asco le dan los “maricas” como usted nos llama, llévese a su hijo.
-A un hospital privado. Ahí hay mejores médicos.
-Se equivoca, señora. Los médicos de hospitales privados, públicos, de la marina y el militar, nos preparamos en las mismas facultades. Y nuestro propósito es el mismo, la salud.
-Ay, qué tonto. Usted le contagió esa enfermedad de los maricas a mi hijo. Me dan asco. Usted es un maldito marica que solamente da un mal ejemplo.
La mujer rompió la receta en la cara de Israel y la tiró al piso. Margarita dio la vuelta escupiendo en el piso. Israel sintió coraje, quería gritarle a la mujer, pero es un caballero.
-Doctor, deje los papeles. Yo los levanto – dijo una mujer de limpieza.
-No. Yo lo hago.
Israel se limitó en levantar los papeles y tirarlos a la basura.
Por la noche todo mejoró. Una señora le dio uno de los regalos más preciados que ha tenido en su vida.
- ¿Cómo va, Rosita?
- ¡Ay, doctor! Me siento bien jodida. Pero pronto seré una mamacita.
-Lo has sido siempre – le responde Israel - ¿ya encontró sus lentes?
-No. Se me hace que llegué sin ellos.
-Tenga – Israel le entregó la cadena que la señora traía puesta antes de entrar a cirugía.
-Ay. Pensé que la había perdido.
-No. Ayer que la íbamos a ingresar a cirugía la enfermera me la dio y yo se la entrego a usted.
Israel revisó el expediente. Al terminar pretendía irse, pero lo detuvo Rosita.
-Venga doctor.
- ¿Qué pasa?
-Cuando mis padres se conocieron, mi papá le dio esta cruz a mi mamá. Es de oro. Fue hace ya más de sesenta años. Después, mi mamá le compró una cruz con todos sus ahorros a mi papá. Desde entonces la usaron hasta que murieron. Yo me quedé con las cruces y les compré dos cadenas de oro.
-Está preciosa. Es algo muy valioso – le comenta Israel.
-Páseme mi bolso – le indica la mujer a Israel para sacar algo del bolso– tenga – Rosita le entregó otra cadenita.
- ¿Y esto?
-Yo lo pierdo todo. No pierdo la cabeza porque la traigo pegada. Le doy estas dos cruces. Me imagino que un doctor tan guapo no le faltará algún amor ¿está casado?
-No. Tengo novio.
-Ay, el amor es de colores. Y todos tenemos derecho a amar. El amor en todas sus expresiones para Dios es una bendición.
En ese momento Israel recordó las palabras que su madre hacía años le había dicho cuando comenzó a salir con Flavio. Su corazón se volcó.
-Tómelas. Dele la que usted desee a su novio y quédesela con la otra. Mis padres se amaron intensamente. Eran una pareja increíble.
-Gracias. De verdad, es un regalo que no tiene precio.
Israel se levantó de la silla dejando sola a Rosita. Camino a su consultorio se secó las lagrimillas que brotaron.

Continuará…

Texto agregado el 28-10-2023, y leído por 54 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
30-10-2023 Me brotaron lagrimillas al leerlo —escribió eRRe mientras le brotaban lagrimillas al leer una novela. eRRe
 
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