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Habían trabajado juntos en la oficina; ella, destinada como secretaria en el departamento de contabilidad y él, en el de ventas. En la media hora de descanso la expendedora del café de uno de los pasillos los reunía y de verse ocasionalmente al principio, empezaron a encajar sin confesarlo los encuentros para que parecieran fortuitos; luego a las claras los convenían. El amor surgió de sorbo a sorbo.

Habían pasado varios meses. Ahora ella iba a tomar otro empleo al otro lado de la ciudad por lo que la relación gozaría sólo de una tarde cada fin de semana. Estaban en el piso de él, en la cama, desnudos y exhaustos.

—Y ahora que ya no nos veremos más en la oficina ¿Me echarás de menos? —preguntó ella.

—Sí, claro.

—¿Cuánto?

—Mucho.

—¿Pero eso será siempre así?

—Siempre

Ella le miró fijamente a los ojos sin decir nada como si necesitara encontrar la veracidad que no percibía en sus lacónicas respuestas.

—¿Y cómo puedes saber que siempre será así?

—Porque te quiero.

—Ya; pero habrá otras mujeres que coincidan ahora contigo frente a la máquina de café.

—Sí, seguramente.

Se hizo de nuevo el silencio. Él sintió que ella se sumergía en algo de lo que todavía no le hacía partícipe.

—¿Te acuerdas aquel día en qué coincidimos con la secretaria del departamento de recursos humanos, que vino a la oficina para aquella reunión urgente con Mario…?

—Sí… creo que sí.

—¿… que le pediste el número de teléfono?

El recuerdo trajo detalles ingratos que él inconscientemente había borrado.

—Me parece que sí…

—Ese día te mostraste con ella muy afable. Demasiado.

—Bueno… Tal vez…

—¿La conocías de algo entonces… No sé… Porque trabajara en nuestra oficina antes de mi llegada?

La pregunta barruntaba un sendero lleno de espinas en el que él debía entrar para simular inconsciencia.

—No, ciertamente. Era la primera vez que la veía.

Ella enmudeció. Una tormenta se levantaba en su pecho.

—¿Pues sabes qué? Yo pensé que la conocías. Nunca te lo quise decir porque lo daba por sentado a la luz de tu manifiesta simpatía delante de mí. Pensé que se estaban reencontrando como viejos compañeros y que lo hacías para conservar su contacto.

—No… no era para eso… creo…

—Y si no era para eso ¿Para qué querías ese número?

—Para nada en especial… Lo hice sin pensar… —balbuceó.

La situación se desbordaba ¿Qué hacía él allí junto a ella? ¿Cómo podían verse desnudos cuando el miedo, la desconfianza y la confirmación de sus sospechas los alejaba emocionalmente por momentos? Todo le empezaba a parecer una pesadilla intempestiva.

—¿Ah, sí? Entonces tendré que concluir que lo hacías inconscientemente. Nos estábamos conociendo ¿Sabes? E incluso habíamos salido juntos algún que otro fin de semana ¿De eso tampoco te acuerdas?

Y era cierto. Vergonzosamente cierto para él en ese instante. Nada había sucedido más allá de las palabras en aquellos encuentros pero aunque la atracción no era pública sí era manifiesta y eso de algún modo les comprometía. O al menos así lo asumieron tácitamente. Él ni por asomo imaginó el golpe que aquel compromiso soterrado le iba a deparar en el futuro. Era verdad que en esa época su deseo veleidoso le hacía apetecible cualquier falda, pero ¿por qué tenía que pagar la factura precisamente ahora si aquel deseo no representaba sus sentimientos actuales?

—Entonces ¿No me puedes decir por qué le pediste el número de teléfono?

—Tal vez… —titubeó un instante— lo hice… porque una chispa en mí… sí hubo hacia ella…

—¿Una chispa? ¿Cómo una chispa? Entonces reconoces que le pediste el número de teléfono con algún propósito.

—Bueno sí… en ese momento me gustó, pero solo en ese momento… aunque no tenía un propósito… definido —dijo en un remedo de lánguida voz.

La confesión o el hecho de sonsacarla la devastó. Lo que intuía desde hacía meses en aquel encuentro con la otra se le encaraba definitivamente. Pero los cabos no le quedaban todavía bien atados…

—¿Cómo que «sólo en ese momento me gustó»?

—Sí… claro… sólo en ese momento…

—¿Y qué lo hacía exclusivo entonces y no ahora?

—Como te dije… el hecho de que estoy enamorado de ti.

—Ya… y por eso he de concluir que ahora inhibes tus impulsos amorosos por otras y antes no…

—Sí… algo así…

—Y además de que tienes una total certeza de ese control que ejerces sobre ti mismo…

—Pues… sí…

—Y de que tienes un propósito muy definido conmigo…

—Lo tengo, cariño, lo tengo…

—Ya… y que reconoces no haber olvidado ese momento que te fijaste en ella a la vez que me andabas pretendiendo…

Él sólo sentía su propia respiración, su propio latido, un gris tapón en los oídos.

—No… No lo olvido, cariño… —pudo decir—. Sólo que para mí era y es un hecho irrelevante.

—Ah… Para ti… ¿Y para mí? Y si es como dices irrelevante para ti ¿Qué te llevó a mentir claramente sobre el asunto, primero diciendo que no recordabas para luego de repente, hágase la luz, recordar y hablarme de chispas e inocentes propósitos?

La pregunta quedó colgada en otro tenso silencio. La mente de ella era el despiadado rigor en estado puro aguijoneándole, exigiéndole una respuesta convincente ¿No serían aquellos bellos momentos del idilio de ambos una cadena de breves mentiras que él se había consentido para huir de la soledad? En la oficina y antes del noviazgo, ella veía posible que algunas compañeras más jóvenes pudieran fácilmente gustarles y como no quería interferir en sus naturales preferencias, le toleró, no sin fastidio, cierto talante de seductor inofensivo ¿No le habría entonces él elegido como mal menor, como última opción? ¿Acaso valían eso los sentimientos profundos y firmes de ella en los que se cobijaba? Parecía pues un inmaduro, un cobarde vital, un irremediable estafador sentimental. Y de esos ya ella conocía bastantes en vida.

Entonces zafándose de las sábanas, ella se levantó de su lado. No podía mirarle. Dentro se le agolpaban turbiamente sentimientos de amor, de rabia, de decepción, de tristeza,… Trató de pensar en una solución intermedia. Un fuego interno la abrasaba… Comenzó a vestirse.

—¿Te vas ya?

—Sí.

—Por favor, no me dejes así…

—Sabes que no me puedes pedir eso ahora

—¿Me llamarás mañana?

—Sí.

Y no lo hizo; ni al día siguiente; ni nunca.

Se iba a mudar aquel mes a la otra parte de la ciudad a recomenzar su vida y de paso ahora a salvaguardar su amor propio de hombres como él.

28 de octubre de 2023
David Galán Parro

Texto agregado el 28-10-2023, y leído por 160 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
29-10-2023 Complicada conversación. Yo soy de la idea de que el amor a primera vista no existe, por lo cual es plausible que el protagonista sí haya tenido varios "caminos posibles" en un primer momento y luego se decantara por ella porque empezara a amarla. No sé si comprendi bien el diálogo. Parece el diálogo de una mujer demisexual con un alosexual (busca los términos, te vas a sorprender). Un saludo Dhingy
29-10-2023 Un poco histérica la chica del cuento. jovauri
29-10-2023 Un escrito bastante veraz para los tiempos que corren. Saludos sheisan
29-10-2023 Hay hombres abusadores, solo buscan sexo no amor para autocomplacer su ego. No valen nada como personas. spirits
29-10-2023 Siento que ella tomó una buena decisión al dejarlo, primero está ella, debe respetarse como mujer y ser humano. Bravo por ella!!! spirits
29-10-2023 El verdadero amor no se basa en momentos. Muy bueno yosoyasi
29-10-2023 No entiendo por qué la mujer pide un amor absoluto, siendo que la relación que se dió tiene un carácter transitorio: debía durar sólo el tiempo que trabajaban juntos. Tan es así que ella se va a otro sitio, dejando al hombre con la cabeza vuelta un embrollo. Gatocteles
 
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