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Nos encontramos en la sala de espera de una tarotista. El lugar era un living en penumbras. Apenas entraba la luz del sol a través de una persiana baja hasta la mitad. Estábamos sentados en unos sillones azules. Solo ella y yo. Había un teléfono rojo inalámbrico sobre una mesita en una esquina. Una alfombra con unas pirámides. En otra mesita estaba la imagen en yeso de una virgen.
Natalia estaba en la sala de espera cuando yo llegué. Nunca había ido a una tarotista y me sentía como haciendo algo clandestino. Así que entré caminando como en algodones, tratando de no hacer ningún ruido, ni de llamar la atención. Natalia estaba con la cabeza gacha mirando algún punto incierto en el piso. Me llamó la atención la virgen. El tarot no es aprobado por la iglesia pero ahí, de alguna manera, había una virgen. Me senté también con la cabeza gacha y fue el olor, el aroma, el perfume de Natalia, lo que me despertó. La miré. Era ella. Tenía un bebé en el regazo.
Natalia…, susurré.
Me miró y abrió los ojos grandes como dos relojes.
Pedro, me dijo.
Cobijó el bebé sobre el pecho. Estaba envuelto en unas mantas blancas y amarillas que apenas dejaban verlo. Me dio pena verla con el bebé. Me hizo acordar a tantas cosas.
¿Qué hacés acá?, le pregunté.
Lo mismo que vos supongo, dijo.
¿A qué había venido yo acá?, pensé. No lo sabía bien. Tenía la cabeza hecha un chimichurri. Sí, todo mezcladito, con sal, perejil, ajo, todas las especias, todo revuelto.
Me estoy por separar, le dije.
Qué bueno, dijo. Quiero decir que supongo que será un alivio para vos. Empezar de nuevo.
La verdad que a cómo estaba mi vida la separación iba a ser definitivamente un alivio.
Tenés razón, le dije. Va a ser un alivio.
Natalia tenía los ojos tristes. Estaba flaca. Los pelos despeinados y pajosos y quebradizos. Aun así seguía hermosa.
Seguís hermosa, le dije.
Sonrió. Acurrucó el bebé contra ella.
Es una locura encontrarnos acá, dije. ¿Cuántos años pasaron?
Muchos, dijo.
Había pasado muchísimo tiempo. Yo había vivido en Estados Unidos. Me había casado. Tenía dos hijos, uno de dos y otro de cuatro. Me había recibido de psiquiatra después de doce años de estudio. Había tenido un burn out y mi vida se había ido por la borda y entonces pensé que Dios me salvaría y me volví religioso. Y ahora había venido a esta tarotista, una tal Justina, que era capaz de decirte por dónde andabas en la vida y adónde podrías ir.
Pasó mucho tiempo, demasiado, tal vez, dijo Natalia.
Te busqué.
No demasiado imagino.
Te busqué cuando las cosas se calmaron un poco.
Ya era imposible.
Es verdad, te encontré, y me di cuenta de que era imposible. Entonces intenté reconstruir mi vida.
Yo seguramente hice lo mismo. ¿Querés verlo?, me insinuó el bebé.
Claro, dije. Ella me lo entregó, yo lo recibí con cuidado. ¡Era un muñeco!
¿Qué es esto?
Felipe, dijo ella. ¿No era así cómo le íbamos a poner?
Pero… ¿Qué significa esto, Natalia?
Le devolví el muñeco.
Significa lo que es. Hay gente que ama a los perros, a los gatos, a los muñequitos de He-Man. Yo amo a Felipe. Lo que pudo haber sido. Lo que fue. Lo que es.
¿Cuánto hace que tenés este muñeco?
No me faltes el respeto, Pedro. Se llama Felipe.
¿Cuánto hace que tenés a Felipe?
Muchos años, no sé, pasaron muchos años.
Sentí un mareo, un sacudón de emociones, como una cachetada tras otra de realidad.
Agaché la cabeza. La dejé caer.
Está bien…, dije. Lo que pudiera haber sido.
Lo que es.
Éramos chicos, dije.
Hace unos años falleció mi papá.
Ese fue el hijo de puta que te convenció.
Que nos convenció.
Me encogí de hombros. Otra vez dejé caer la cabeza.
¿Y qué hiciste de tu vida, Natalia? Eras tan hermosa, sos tan hermosa. Eras tan genuina, inocente, pura.
Crío a Felipe.
Te voy a ayudar.
En ese momento sonó el teléfono. Un sonido electrónico que contrastaba con la austeridad del lugar, con la imagen de la virgen.
Atendé, dijo Natalia.
¿Atiendo?
Sí.
Apreté la tecla indicada y me llevé el teléfono al oído. Querían hablar con Justina.
Quieren hablar con Justina, le dije a Natalia.
Natalia se puso de pie y caminó hasta la puerta de la cocina. Golpeó. La señora se asomó. Natalia le dijo lo que sucedía. La señora salió. Estaba vestida con una blusa negra y una pollera larga negra también. Una cadena con una cruz bastante grande le colgaba del cuello. Fue y atendió el teléfono. Asintió un par de veces.
La esperanza es algo bueno, quizás lo mejor de todo, y las cosas buenas nunca mueren, dijo en un momento. Lo espero el lunes a las tres de la tarde, dijo y cortó.
Después caminando despacito, con pasos de monja, se metió de nuevo en la cocina y cerró la puerta.
¿Y a vos que te pasó con tu mujer?, me preguntó Natalia.
No existo más para ella. Me ignora. Trato de hablarle y no me contesta y después me reclama que yo no le hablo. ¿Entendés? Me dice que yo no le hablo y es ella quien no me habla. Me estoy volviendo loco.
Los mejores muros que se construyen son los de silencio, dijo.
Desde que nacieron los chicos no me da más bola.
Bueno, pero eso suele pasar, la mujer pone la energía en sus hijos.
Pero esto ya es demasiado.
La vida es demasiado. Si yo no tuviera a Felipe no sé lo que haría.
Vos y yo éramos felices.
Pero nos equivocamos.
Nos queríamos.
No nos hicimos cargo.
Éramos chicos.
¿Sos psiquiatra?
Sí.
¿Y qué hacés en una tarotista?
¿Y por qué no?
Pensé que los psiquiatras no creían…
Yo creo muchas cosas. Me volqué a lo espiritual. Me quemé trabajando. Me saturé de trabajo y un día me encontré tirado en una cama sin fuerzas para seguir. Empecé a ir a una iglesia y eso me salvó. Creo en Dios. Creo en un mundo de espíritus.
¿Creés en Felipe?
La pregunta volvió a sacudirme como una trompada.
Sí, creo, le dije.
En ese momento se escuchó un leve gemido.
Me sobresalté.
Con un movimiento de mentón interrogué a Natalia.
A veces cuando lo muevo llorisquea, me dijo.
Pensé en esos muñecos que hacen sonidos cuando unos los mueve. Miré a la virgen. Me Estremecí. La virgen tenía los ojos húmedos. Sentí que me estaba volviendo loco. Volviendo loco yo, un psiquiatra ¿Cómo podía ser?
La virgen está llorando, le dije a Natalia.
A veces llora, dijo. Yo suelo venir seguido y la veo llorar. ¿No te parece triste el mundo como para no llorar?
Sacudí la cabeza.
En eso se abrió la puerta de la cocina. Salió un hombre de traje con un maletín. Si no fuera por el lugar donde estábamos juraría que era un visitador médico. Nos miró tratando de no mirarnos y caminando rápido salió a la calle.
El próximo, dijo Justina. Parada junto a la puerta con el aplomo de alguien sabio.
Pasá, le dije a Natalia. Vos estabas primero.
No, pasá vos, pasá, yo puedo esperar, toda la vida puedo esperar.
Me paré y caminé con miedo hacia la cocina.
Justina cerró la puerta a mis espaldas. Se sentó a la punta de una mesa con el tamaño perfecto como para jugar a un truco de cuatro. Había una heladera cuyo motor zumbaba sin parar. La heladera tenía unos imanes de frutas. A un costado un modular con platos, copas y vasos. Más allá, atrás de Justina, una cocina, una mesada, una canilla y una pileta. En la pared una imagen de Cristo. Me sentí protegido. Mientras yo miraba todo Justina me esperaba paciente con ambas manos sobre la mesa, en el medio un mazo de cartas. Su mirada era vidriosa. En realidad no era una mirada triste, tampoco alegre, una mirada sabia cómo dije antes, eso era.
Justina era una abuelita. La vida nos lleva por caminos insospechados. La vida. La vida tan dulce y tan fría. Tan llena de jardines coloridos y de callejones llenos de basura y corazones rotos. ¿A qué había venido yo acá?
Corte el mazo en tres, me dijo Justina.
Eso hice.
¿Qué es lo que lo trae por acá?, me preguntó.
Entonces escuché el llanto de un bebé.



Texto agregado el 27-10-2023, y leído por 115 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
28-10-2023 Está muy bueno el cuento. Me gusta cómo las cosas están sugeridas más que nada. Por ahí en algunas partes explicás de más, pero igual está muy bueno. Abrazo. Cavalieri
28-10-2023 Hace algún tiempo atrás me recomendaron a una persona que veía las cartas, aunque yo leo el tarot la fui a ver. Toqué la puerta de su casa, me hizo entrar y lo primero que vi fue imágenes del diablo, cosas de magia negra y ocultismo, me hizo sentar y me sentí muy mal, era todo oscuro y se respiraba un aire de maldad. Me paré y le dije que necesitaba salir de ahí y me fui. La peor experiencia que he tenido. Saludos alejandroeder
27-10-2023 Curioso, porque eso también preguntaría un psiquiatra: ¿qué es lo que lo trae por acá? Buen cierre. Las cosas que no llevamos a cabo no se agotan pareciera, quedan suspendidas en su potencial, en nuestros deseos. Está muy bueno. Dhingy
27-10-2023 Me encanto, un cuento para pensar. TETE
27-10-2023 Muy bueno. Un cuento con interpretación abierta. ¿Están todos locos? ¿Están en un manicomio y todos se prestan a ese juego de la locura? O realmente lo que sucede es una pesadilla de terror y los hechos que se suceden son reales? Se puede leer de varias formas. En unas de amor, otra de suspenso y otra de terror. Saludos. ValentinoHND
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