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La noche que la conocieron, la fiesta se organizaba en la mejor terraza. Se bebía alcohol en vasos de colores, colgaban las serpentinas sobre todas las cabezas y a las servilletas se las llevaba el viento. Entre la gente invitada, Marucha sufría como nadie la competencia. A eso se debía el mal humor en su cara pintarrajeada mientras Depeche Mode aturdía en los parlantes. La recién llegada era muy linda y eso daba bronca. Los varones parecían querer desnudarla con esa mirada que practican desde tan chiquitos. Linda era decir poco. Era hermosa. Una princesa. Tenía un brillo en los ojos que se hubiera dicho de otro mundo. Parecía una reptiliana de esbelto cuello con anuencias de princesa Disney. Y por todos lados le brotaba la envidia y la lujuria.

En este cuento lo llamaremos Pavote al pretendiente de Marucha por razones que el narrador se reserva. Apenas la vio, el Pavote se encaminó embrutecido directo a la recién llegada. Dejó a Marucha sola en un rincón donde parecía hacer mucho frío y se marchó con vasos de colores diferentes en cada mano, cargados de alcohol por supuesto. La invitada inesperada lo recibió recostada en la baranda, con un arqueo singular en las pestañas negras de rimel. Luego, a vista de todos, arrimó sus insaciables labios bordó al oído del Pavote, y entonces dibujó con ellos palabras en el aire que a toda evidencia querían ser secretas. Menos para Marucha, que desde su esquina alcanzó a leer en los labios la frase "gracias, dulzura". Vio como ese gesto le hizo perder el equilibrio al Pavote y de un vaso se le caía un chorrito de alcohol. Es ese lugar se quedaron charlando el resto de esta historia. Hasta que...

Contar que la historia terminó siendo trágica restaría interés, ¿no es verdad? Vamos a contar entonces que Marucha se hizo de gran valor, del mismo que siempre alardeó y nunca tuvo oportunidad de demostrar (hasta hoy) y se arrimó despacito hasta donde conversaban su pretendido y la sobrecogedora rival. Fue una conversación al extremo curiosa la que escuchó esa noche. El resumen puede coincidir con lo siguiente:
-¿Y cómo te llamás, linda?
-Me llamó Dorminiana de la Sexta Galaxia Roja, pero aquí me dicen Jazmín.
-Ahhhh.
Aquí se hizo la pausa. El Pavote la miró confundido por la índole extraña de la respuesta que le tiraban a la cara. Después pensó en la magra resistencia de las mujeres al alcohol en sangre. Siguió entonces, más vehemente:
-¿Y dónde vivís?.
-¿Aquí abajo o allá arriba?.
Otra pausa. Mismas razones.
-En los dos lados, corazoncito.

Con toda su oreja inclinada para ese lado, Marucha de repente se abstrajo de la conversación. No sólo ella, sino los demás invitados también. En la terraza ya no quedaba nadie atendiendo ningún vicio por liviano que fuera. Al grito de "cuidado, nos invaden, cuidado, nos invaden", un jovencito flacucho al que le flameaba la ropa por todos lados, estaba casi descolgado de la baranda e introducía el más índice de sus dedos en la oscuridad profunda del jardín trasero. El resto de los invitados no tardó en acompañarlo.

Miraron todos para abajo en su desesperación y los menos valientes clamaron al son del más puro terror. Sobre el césped negro discurrían extraños seres de piel anfibia y blancuzca. Eran altos y delgados, y ya se dirigían en extraña forma de caminar hacia la boca de la escalera. Entonces volaron los cigarrillos en todas direcciones, los vasos de colores rodaron por el piso junto a su alcohólico contenido y por primera vez en la noche calló la música.

Pronto ocurrió lo peor. Nadie podía bajar. Los extraños seres ya estaban con un pie en la terraza. Fue momento de la estampida hacia el otro lado, todos el mundo pisándose entre sí. Marucha quedó mirando la escena con la espalda protegida en la tapia, en medio del Pavote y la invitada inesperada que se hacía llamar Jazmín. Los seres invasores eran unos cuantos, los suficientes para copar el centro de la acción. Apuntaban con unas pistolas enormes que se parecían demasiado a las que los tíos les regalan a sus sobrinos todas las navidades. En ningún momento dijeron arriba las manos, pero todos igualmente quedaron con las manos arriba. De a poco las fueron bajando cuando entre los invitados se habría un surco al paso de la invitada inesperada.

Bajo las guirnaldas agitadas por el viento, la bella mujer avanzó hasta los invasores sin titubear un solo instante. Intercambió extrañas frases con aquellos y fue cuando todo el mundo perdió dominio sobre sus quijadas, que prácticamente cayeron al suelo. La invitada inesperada buscó con sus manos en el fondo de su pelo castaño algo que debía ser un cierre, porque deslizó sus dedos hasta muy abajo en su espalda. De a poco se fue quitando el traje de Jazmín y dejó a todos al borde del desmayo colectivo. Pronto se congració con sus húmedos congéneres al chocar con cada uno de ellos el dedo más largo de los únicos tres que poseían sus manos esponjosas. En ese momento alumbró, desde lo alto, un artefacto plateado que se suspendió sobre las estupefactas cabezas inclinadas.

El resto de los seres invasores ya había subido al artefacto de luces multicolores, pero Jazmín (o como se llamara) estiró sin previo aviso un largo brazo en dirección al Pavote, haciéndolo levitar al lado de Marucha. Todos voltearon entonces hacia Marucha y reconocieron inequívocamente su última oportunidad. Toda despeinada por el soplido de la nave interplanetaria, Marucha saltó y se colgó de los pies del Pavote, y así también colgada increpaba con la cara desencajada a la invitada inesperada. Desde la terraza, la invitada inesperada seguía con el brazo apuntado hacia el Pavote en una maniobra que le demandaba extrema concentración.

Todo ese tiempo el Pavote estuvo inconsciente mientras flotaba sin saberlo hacia el artefacto volador. Hubo un instante en que el Pavote y marucha, todavía colgada de sus pies, sobrevolaron a la invitada inesperada, y ahí fue cuando Marucha se soltó y le cayó encima como una bolsa de papas. De inmediato se formo un círculo de personas enfervorizadas por ver cómo dos mundos femeninos se peleaban por un hombre. Forcejearon largo rato. Desde el artefacto volador, algunos seres invasores asomaban sus cabezas globosas por pequeñas ventanillas y alentaban ridículamente a su congénere. Lo mismo hicieron los terrícolas con Marucha, cada vez más hembra y decidida. Envalentonada, Marucha agarró algo que le pareció una pierna y la hizo girar desenfrenadamente como tromba hasta que la soltó y la invitada inesperada fue a parar volando calle abajo. De inmediato, un grito de victoria interplanetaria festejó la proeza de Marucha, para luego burlarse de la supuesta supremacía extraterrestre sin percatarse de que el cuerpo del Pavote cayó de golpe sobre la pobre Marucha. Ahí quedaron los dos por un buen rato. Hasta que los despertaron al mismo tiempo, heridos, doloridos, pero terrícolamente juntos.

Texto agregado el 26-10-2023, y leído por 219 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
28-10-2023 Un Don Juan que trasciende lo terrestre para incursionar con una damisela del espacio exterior. Me acordé de esas películas en donde los extraterrestres invaden la tierra y amenazan la existencia de este sufrido planeta. Lo tuyo es más jocoso, repleto de situaciones que uno no esperaría de un desembarco de este tipo. O acaso, sea la forma como arrancaremos si ello alguna vez ocurre. Un gran abrazo, amigo. guidos
28-10-2023 Aún me sigo riendo que es el mejor comentario que puedo hacerte. Abrazo grande. sendero
27-10-2023 Como si hubiera visto una película. Impecables las imágenes. Un abrazo amigo. TETE
27-10-2023 Que divertido cuento, me gustó mucho. Valiente Marucha!!! ;) spirits
27-10-2023 Bien por Marucha nos salvó de los extrarerrestres yosoyasi
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