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Nuestro pueblo jamás creció para él. Porque nació en una calle, que solo se requería dar un salto, para caer en el campo: Las Palmas. Y había un trillo rectilíneo que lo adentraba en su labor, mismo que lo llevó a ser un equilibrista sobre el lomo de un caballo, pero también aprendió a modular su fuerte voz, según los giros que les daba a la baqueta de su machete al hablar.

Y nunca fue dueño de un conuco, pero vivió del oficio de no tenerlo. Ya que las alforjas que colgaba sobre el potro de turno, nunca iban vacías y se convirtió en el fenómeno del trote lento. Porque fue que mi tío podía montar formando un ángulo de noventa grados con las piernas y su espalda. De forma tal, que yo lo imaginaba ordenándole su apuro al animal, mediante el uso de los dedos de los pies que metía en las orejas de la bestia.

Y desde chico me acostumbré a verle llegar a casa con una vestimenta que identificaba lo que ese día pregonaba con su poderosa ronquera. Hasta que a mis diez y seis años, una mañana distinta a todas las que había vivido, un hombre corpulento se acercó al grupo que formábamos los chicos contemporáneos del barrio. Quién con tono autoritario preguntó: ¿Cuál de ustedes es Pedro?

Y que a mi respuesta afirmativa, el advenedizo me señaló un señor que entre otros dos, me esperaba cerca del poste de luz de la esquina. Que al momento era, para nosotros, la más dulce de todas. Luego, al llevarme frente al temible ser humano que me había mandado a buscar, los otros tres me bloquearon la retaguardia. Y unos aterradores ojos, hirieron aún más, mis sorprendidas pupilas. Para entonces él, abrir una boca que infundió gran temor en el grupo de amigos que acababa yo de dejar atrás.

Y lo que siguió, fue el tejido de una acusación ridícula. Pero los cinco, de repente volteamos hacia la derecha. Atraídos por el estruendo salido de la boca de un hombre que vestía una camisa teñida de negro. Quién haló la rienda del caballo que elevó de golpe su cabeza y detuvo la marcha. Y una pregunta de su jinete rompió la tensión del momento: ¿Pedrito, qué está pasando aquí? ¡Nada, tío!

Pero aquel falso nada mío, fue la mejor mentira de toda mi existencia. Y tuve que repetirla, ya que el hombre de la cara manchada con el polvo negro del carbón, hizo una segunda: ¿Estás seguro, Pedro?

Texto agregado el 15-10-2023, y leído por 129 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
28-10-2023 Un relato repleto de enseñanzas respecto a los giros con que se entienden aquellos señores avezados en lo que manda y un poco ingenuos en lo que desconocen. Un gran abrazo, amigo. guidos
17-10-2023 Buenísimo!! Saludos. ome
16-10-2023 Qué bueno que está!!! MujerDiosa_siempre
16-10-2023 Buen texto mi buen. Un abrazo. sendero
16-10-2023 Excelente narración, me encantó. TETE
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