Cierto día, estuve limpiando y ordenando mi armario cuando en el fondo de un cajón encontré una caja de farias. Sinceramente, no recuerdo haberla puesto allí. El único que fumaba puros fue mi padre y me resultaba extraño que lo hubiera guardado tan escondido. Cuando la abrí, mis dudas desaparecieron; había un fajo de cartas que mantenía con una amiga que trabajó como traductora de español en el Instituto Cervantes en Bruselas y una pequeña agenda. Puede parecer que había encontrado el lugar casi secreto para guardar las misivas, pero mi intención fue otra. Como el tamaño de los sobres tienen las mismas medidas que la caja aproveché para guardarlos.
Respecto a la agenda, fue un obsequio que nos hizo el banco a todos los monitores del esplai por abrir una cuenta corriente. Es de color gris oscuro, de tacto suave, con unas medidas de un palmo de largo por cuatro dedos de ancho. En la portada, en la esquina inferior derecha, aparece grabado en bajorrelieve el logotipo del banco. La única pega que tuve fue en el espacio reservado para notas. Está dividida en 10 líneas discontinuas de puntitos diminutivos plateados -cada línea representa a una hora, de 9 de mañana hasta la 7 de la tarde, con un interlineado algo menor de 1 cm. Aunque mi tipo de letra fuese tipo Verdana de cuerpo 8, más de cuatro palabras por línea, no cabrían; mi letra ocupa varias líneas. Pero por esto, no me desanimé y decidí dar una vida útil. Pensé en crear un diario a partir de una frase, un acontecimiento, un evento, una anécdota, un suceso... que ocurrió en mi pasada vida de estudiante.
Me picó la curiosidad por leer lo que había escrito e hice una pequeña pausa en la limpieza del armario. La primera anotación que apareció fue:
"7 de enero, cena con Jose Luis". Sin duda, fue nuestra particular despedida de aquella navidad. No apunté el nombre del restaurante ni qué cenamos. Pensé que era un dato irrelevante.
"15 de febrero, cine con Esther". Por mucho que pienso, no recuerdo qué película vimos. Esto ya no me gustó, pues pensaba que mi memoria era infalible.
"23 de marzo, vuelta al Casal Jove"¿Era una tarde que no sabía qué hacer y decidí dar un garbeo? ¿O fui porque había una exposición? Confieso que estaba al borde de un ataque de nervios al no poder responder a las preguntas. Es cierto que una vez, cuando escribía una nota, oí una vocecilla en interior de mi cerebro que me decía: "Pepe, escribe este dato, porque después no te acordarás". Como en el momento de escribir lo recordaba, hice caso omiso; cometí un gran error.
"7 de junio, nota examen diseño gráfico: 7" No podía ser más claro. También sucedió una cosa importante. Me vino a la mente la imagen de la clase, como si fuera ayer, y logré situarme en el tiempo. Pero seguía sin tener conexiones con las anteriores notas. Seguí hojeando la agenda cuando una fecha me llamó la atención:
"7 de septiembre. Reunión general de monitores. Curso 1988-89". De repente, sin previo aviso, como si alguien hubiera descorrido el pestillo de mi memoria, los recuerdos salieron a la luz. Rápidamente, me senté en mi silla, cogí un bolígrafo y empecé a escribir desde el principio de la agenda los detalles que faltaban:
"...restaurante Los Peñas. Calamares y patatas bravas"
"...cine Principal. Película Roxanne".
"...exposición fotográfica Eugeni madueño". Fui completando el resto de las anotaciones hasta el final de la agenda.
Cuando terminé, volví a guardar las cartas y la agenda en la caja de farias y la guardé en el mismo lugar donde la había encontrado. No pude evitar una sonrisa, no solamente se trataba de haber recuperado los recuerdos; también aprendí una cosa importante: los pequeños detalles cuentan. Desde entonces, lo tengo en cuenta a la hora de escribir cuentos y poemas porque, a veces, pueden contar grandes historias. |