Al final parte 18
-Perdón por llorar – le dijo Israel con la nariz tapada.
-Para nada. Llorar es limpiar el alma. Comprendo lo que me dices. Lo de tu adopción, encontrar a tu mamá biológica, Oscar, Francis, Flavio. El accidente de tu padre, el secuestro de tu madre. No es fácil y luego si le añades la presión del hospital.
La psiquiatra hizo una pausa mientras Israel se tranquilizaba.
-Respecto a tu vida amorosa, yo creo que el “espectáculo” los confundió aún más. Ustedes no solo unían sus cuerpos, unían sus almas.
-El sexo con Oscar era distinto. Con Flavio era con pasión, pero no tenía esa complicidad que he tenido con Oscar.
-Fíjate cómo hablas de Oscar. No es que hayas olvidado a Flavio, pero él ya no está aquí.
-Flavio está muerto. Y no puedo hacer nada por remediarlo. Me duele no haber estado con él.
-Arriba en el piso siete, hay una paciente de nombre Esmeralda. Ella tiene cáncer de ovario, es terminal. Su familia está peleando por estar con ella. El policía discute todo el tiempo con ellos porque quieren entrar al hospital. Ella solicitó morir sola. No es lo que la familia quiera, es importante la voz del doliente y en ese momento, Flavio no quería que la gente a la que amaba, sufriera. Qué dicha tuvo en el elegir ¿no crees?
-Lo sé. Los pacientes tienen derecho a decidir cómo quieren morir – le dice Israel ya más tranquilo.
-Me comentas de una carta ¿ya la leíste?
-No he tenido valor.
-Date el tiempo. Sabes, cuando llegué al hospital, lo primero que escuché fue a unos pacientes preguntando por un doctor Israel Escalante, se peleaban porque tú los atendieras. Después escuché a varios médicos hablar de ti. Moría de ganas por conocerte, no sabes cuánto te quieren aquí.
Esas palabras reconfortaron a Israel.
El sábado por la mañana, Israel por fin se había decidido a leer la carta que le había dejado Flavio.
Después de desayunar se encerró en su cuarto, se sentó en el piso junto a su cama, sacó la carta del cajón y comenzó a leerla.
“Israel.
Cuando leas esta carta seguramente estaré muerto. No te enojes con mi papá ni mucho menos con Clara. Ellos no tienen la culpa. Aquel día cuando te vi en tu casa, estabas desesperado por la situación con tu papá. En ese momento entendí que debía luchar solo con lo que me quedaba de vida.
Había una paciente en el hospital ya muy viejita, ella estaba rodeada de toda su familia. Un día pasé a verla, platiqué un rato y me dijo que estaba harta de ver a su familia ahí. No quería verlos sufrir, a ella ya no le dolía nada físicamente, le dolía el alma. Ver a su familia llorar y sufrir fue peor que su propia enfermedad.
Eso es lo que no quería, verte sufrir. Ver sufrir a mi papá. En estos últimos meses la vida no ha sido fácil. Me sentía cansado, me faltaba el aire, sentía dolor en el brazo izquierdo, la cabeza me dolía. Algo andaba mal. Y efectivamente, mi corazón ya no funcionaba igual.
Yo no quería verte llorar por mi enfermedad, tener la impotencia de no poder hacer nada por mí. Espero y me entiendas. Hablando de entender, hay algo que debo confesarte. Por alguna razón pasó. Talvez no medí las consecuencias, pero al final… sucedió.
La última vez que estuvimos en el espectáculo pasó algo. Oscar y tú estaban en la sala. Yo los miraba por el filo de la puerta. Oscar y tú se besaban intensamente. Se acariciaban. Jugueteaban. Reían. Eran felices. Regresé a la cama y le pedí a Francis hacerlo otra vez. Cogimos, pero esta vez lo hicimos sin preservativo y me vine adentro de ella.
Sigo sin entender por qué lo hice. Me enteré por las noticias de lo que pasó con Francis. De verdad lo lamento. Sé que nuestro bebé crecerá feliz junto a ustedes, Oscar y tú.
Ustedes son uno solo. Si tan solo se pudieran ver desde afuera. Son una pareja única. Ahí hay amor de verdad. Simplemente que ninguno de los dos se aminaba a decir lo que sienten. La pasión, el amor, la amistad, la complicidad, el respeto, la entrega por su profesión los une por completo.
Sigue adelante, eres un extraordinario médico, un gran ser humano que se merece lo mejor. Tu familia es increíblemente fascinante.
Formarás una vida a lado de Oscar. Serán la familia que yo nunca tuve.
Yo sé que todos preguntarán qué pasó. Diles que yo convencí a Francis de hacer el amor, de estar juntos. Ensucia mi reputación, pero nunca mencionen el espectáculo ni la reputación de la mamá de mi hijo ya tiene bastante con estar en la cárcel.
Te quiero muchísimo y deseo lo mejor para ti y los tuyos.
Flavio Medina”
Las lágrimas se apoderaron del joven médico. Había llorado mucho en los últimos meses. Cinco meses después se había animado a leer la carta. Le dolía lo que estaba leyendo. Era tarde para reprochar, lo que tocaba era continuar con su vida.
Oscar tenía los resultados en la mano. Lo pensó muchas veces. Israel le había dicho que necesitaba tiempo ¿necesitaría más?
Tomó las llaves de su automóvil y fue a casa de Israel. Ahí fue bien recibido por la familia Quintana Escalante.
-Buenas tarde, señora ¿se encuentra Israel?
-Sí – responde Nuria – está arriba.
El joven se disponía a subir las escaleras cuando Nuria lo tomó del brazo.
-Hijo. Yo sé que ustedes se aman. Me da una impotencia ver así a Israel. Casi no come. No habla. Yo sé que tú puedes hacer algo. Emilio y yo estamos preocupados.
-Claro. Veré qué puedo hacer.
El joven subió por las escaleras, se plantó frente a la puerta del cuarto de Israel. Tocó a la puerta, pero no hubo respuesta. Unos segundos después Oscar abrió la puerta y justo enfrente vio la cama de Israel. Estaba destendida. Todo estaba regado. Israel no es así. Oscar entró al cuarto y se detuvo al pie de la cama. Sin voltear Israel supo quién estaba ahí.
-Ven, siéntate aquí conmigo – le indicó Israel.
Oscar se sentó en el piso recargado en la cama.
-Amigo – dijo Oscar - ¿Cómo estás?
-Hay salud. Eso es suficiente.
- ¿El trabajo?
-Normal.
-Ya nació el bebé de Francis – comentó Oscar para romper el hielo.
- ¿Cómo? Pero… - dijo Israel sorprendido.
-Aquí los resultados.
Israel tomó el sobre y comprobó lo que Flavio le confesó en la carta.
- ¿Qué quieres hacer? – pregunta Oscar.
-Dormir – le responde Israel.
Los dos jóvenes pasaron a la cama y durmieron abrazados.
Por la noche, los dos jóvenes seguían en un sueño profundo. Nuria no quería interrumpir nada, pero subió al cuarto y se encontró con una de las escenas más tiernas que nunca había visto en su vida. La madre entró sin hacer mucho ruido. Los tapó con las cobijas revueltas de la cama, salió del cuarto y cerró la puerta.
Continuará…
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