Lo ví en un rincón, junto a jarrones y fotos. Estaba casi acurrucado entre los objetos. Pasaron varios días, y sin faltar uno, lo miraba al pasar, casi de reojo.
Una noche me animé y como estaba de visita en la casa, pregunté si a alguien molestaba que lo tomara entre mis brazos para probarlo. Dijeron que no había problema alguno, así que de pura curiosa lo agarré, me sorprendió que fuese liviano, al verlo se podía suponer que pesaba bastante más.
¡Era tan hermoso!, pequeño y antiguo, fileteado de oro reluciente sobre el negro noche del fondo, y con esa pátina sugerente, especial, algo que sólo los buenos años pueden otorgar.
Tenía como cierto aura, no sé, se sentía muy hondo. Me senté con él sobre mi falda, y así apoyado, probé con alguna timidez los botones de nácar; tenía hileras de ellos, por delante, por detrás. Pensaba que era una caradura, que cómo iba a pretender sacar algún sonido de un instrumento como ése, casi sagrado para el tango. Apenas recordaba mis años de piano, y las notas hacía tiempo que se me antojaban jeroglíficos.
Y sin embargo...
Y sin embargo, en cuanto lo agarré entre las manos y me animé un poco, fue como si nos hubiésemos conocido hacía tiempo, el rencuentro de dos amigos, de una sola alma.
Fui una con él, me enseñó a escuchar, me envolvió por completo con sus sonidos y con su silencio.
Permitió que mi cuerpo se amoldara a él y me acompañó. Me dí cuenta lo femenino que es, una misma esencia nos unía, sentía su pasión vibrar en mí, no podía creer que ya de entrada, pudiera arrancar de su corazón de barrio esas notas vigorosas, y aquellas otras sutiles y tiernas como las de un violín. Por si fuera poco, descubrí entonces el fuelle, ése que respira a través de una, y saca todavía sonidos más potentes, diversos, magníficos. Estaba en éxtasis como si me encontrara meditando, dejaron de existir los demás, el lugar, todo; sólo existíamos el bandoneón y yo; mi cuerpo se ondulaba insinuante al compás que marcaba, dentro de un ritmo sugerido, sinuoso y mágico.
Supe que sólo podía ser tocado por gente apasionada, tan fuertemente apasionada como él.
Luego de ya no sé cuánto tiempo, teniendo todavía mis ojos cerrados dejé de tocarlo. Al abrirlos, me dí cuenta que no estaba sola.
Fue un momento de deleite, por completo inesperado y sin igual. |