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Me acerqué a la ventanilla.
-¿Me deja pasar, me faltan cincuenta centavos?- le dije a la mujer.
Le entregué el montón de billetes y monedas. Era una rubia teñida. La delataban sus gruesas cejas negras. Agarró el dinero y lo contó con cierto asco.
-Pasá- me dijo.
Entré al lugar. La puerta daba a una escalera. Tenía los escalones gastados, sucios, y las paredes cubiertas de afiches de otros tiempos. Grupos de cumbia. Cantantes melódicos. Había algunos hombres fumando. La pista principal era un lugar amplio, oscuro, apenas iluminado por unos reflectores de color. Algunas parejas bailaban. No había mucha gente. Pude conseguir una mesa junto a la barra. Me senté y fumé.
Las mujeres en ese lugar no debían de pesar menos de ochenta kilos. Había en ese sitio pantalones a punto de reventar, blusas desbordantes de pechos gruesos, rollos prensados en soleras de color. Había tres parejas bailando. Bailaban muy bien. Pasos exóticos y complicados. El ritmo de la música era frenético, vivaz.
El disc-jockey parecía divertirse y cambiaba discos como minutos del día. A pesar de la música hablaba con un tipo. Un hombre de campera negra de cuero, peinado hacia atrás con el pelo untado en toneladas de gomina. Tenía patillas. Anteojos negros en el bolsillo de la camisa. El hombre gesticulaba exasperadamente como si estuviese contando algo importante. Movía las manos, como dando golpes, y hablaba. Hacía gestos con los labios, las mejillas, la cejas. Una mujer de vestido negro se le acercó. Era una morocha hermosa de amplias caderas y piernas largas, carnosas, que su minifalda dejaba ver. La mujer le dijo algo al tipo y se perdieron juntos entre la gente.
El lugar comenzó a llenarse. Las mesas se ocuparon. Tenía ganas de tomar una cerveza. No tenía dinero. Ahora había doce o trece parejas bailando. Algunos no eran tan buenos bailarines como los del principio. Un tipo surgió desde entre la multitud. Caminaba dubitativo. Vacilante. Buscaba un lugar donde sentarse. Traía una cerveza en las manos. Le hice señas, me sonrió y vino, se sentó a mi lado.
-Gracias- me dijo- este lugar es un loquero.
-Recién se llenó- le dije- más temprano no había mucha gente.
-¿Tomás cerveza?- me preguntó.
–Sí -le dije. Fue hasta la barra, trajo otro vaso. En una hora nos bajamos tres cervezas.
Se apoyó en el respaldar de la silla.
- Que vida de mierda- dijo.- ¿Para qué vivimos? Decime vos ¿Para qué vivimos? Yo
hay días que preferiría estar muerto, unos días, cada tanto, morirme un poco.
Yo lo escuchaba, a medias, quería que fuese y comprara otra cerveza.
-Para qué vivir tanto, sufrir tanto. Envidio a los cavernícolas, vivían veinte, veinticinco años, después a otra cosa mariposa- dijo.
- ¿No comprás otra cerveza?- le pregunté.
-No me estabas escuchando- dijo. - No importa- puso una cara de tarde lluviosa- nadie me escucha últimamente.
Se paró y se fue a buscar otra cerveza. Me sentí mal. Un maldito abusador. Un aprovechador de la melancolía del otro.
Cuando se volvió a sentar le dije:
- Tenés razón, a veces la vida es demasiado dura, pero mirá eso-. Le señalé un culo musculoso que se mecía en frente nuestro al compás de la cumbia. Sonrió.
-Hay cosas que valen la pena- le dije.
Frunció la cara, como si no lo convenciese mi comentario, como si el culo no llenase el vacío de su corazón.
-A veces me arde el pecho- dijo.- Tengo una angustia que podría desmoronar la torre Eifeel, perforar la muralla china, hacer agujeros en el muro de Berlín.
Mudo. Me quedé mudo. Estaba medio mareado. La cerveza me había encharcado las neuronas, se me anegó la lengua y no me salía una palabra.
El tipo de la campera negra que hablaba con el disc-jockey ahora estaba en la pista. Bailaba con la morocha de la mini-falda. Eran unos experimentados, entreveraban las piernas como serpientes en torno a un palo y se movían con vigor. Un hombre de camisa cuadriculada se puso a un lado de la pista. Los miraba. Yo los miraba a los tres. A los dos bailando y al otro parado en el costado, apoyado en la pared.
-A veces me gustaría morir como un héroe- dijo mi amigo. - ¿Nunca quisiste ser el hombre araña?- me preguntó. -Escalar las paredes, salvar alguna minita de un choreo y después curtírtela como un héroe ¿Nunca pensaste en eso?
-A veces- le dije.
La cerveza circulaba fresca por mi garganta adormecida.
-Una vez leí que todos los hombres son héroes. Solo necesitan la oportunidad de demostrarlo- le dije.
-No todos son héroes, no todos- dijo él, con un gesto amargo de la boca. -Te imaginás si yo fuese el hombre araña, estaría caminando por el techo, las mujeres dirían, wow, ahí va el hombre araña y todas, absolutamente todas me querrían devorar.
-Hay algunas que son fóbicas a las arañas- le dije, un poco en broma un poco en serio.
-Bah, entonces sería mejor ser superman –dijo él. - Es verdad, además superman es más guapo ¿Viste la pinta que tiene superman?
Yo asentí con la cabeza.
La morocha bailaba con el tipo del pelo engominado y el otro hombre junto a la pared los miraba. No parecía muy contento el de la camisa cuadriculada. La mujer parecía haber notado la presencia del tipo junto a la pared, pero el engominado no. El engominado bailaba con un aire solemne en la cara, poniendo mucho esfuerzo en cada paso. Me agarraron ganas de orinar.
-Ahora vuelvo - dije, y me fui al baño.
El baño quedaba junto a la ventanilla de la entrada. Se escuchaban unos gritos. El
encargado del lugar parecía estar retando a la rubia teñida porque le faltaba plata. Son cincuenta centavos nada más, decía la rubia. Me sentí culpable, no pensé que la retarían por cincuenta centavos. En el baño bajé mi bragueta y oriné. Cuando me acomodé el pantalón de nuevo, sentí algo en el bolsillo trasero. Eran billetes y monedas. Qué bueno, qué bueno es encontrarse plata en el bolsillo. Pasé por la barra, compré una cerveza y volví a sentarme.
Le serví un vaso a mi amigo.
- Mejor sería ser el zorro- me dijo.- Es más real, me puedo comprar un caballo, un antifaz, una capa y sería el zorro. Nunca podría volar como superman.
Yo miré la mesa agobiado. Ese tipo no parecía terminar de hablar de súper héroes y yo no sabía cómo seguirle la conversación.
-Batman tampoco vuela- le dije.
-No, pero Batman es feo –dijo.- Nadie quiere hacer el amor con un murciélago.
-Puede ser- dije. Lo dejé hablar. Volví a mirar la pareja del engominado y la morocha bailar. El engominado le había puesto una mano firme en el trasero y así bailaban ahora. El de la camisa cuadriculada, junto a la pared, fumaba. Tenía la cara de alguien que mastica limón, pomelo, o una cucaracha. La cumbia seguía sonando y el disc-jockey cambiando discos. Mi amigo seguía hablando.
-Morir como el sargento Cabral, eso es morir- dijo sonriente.
Me di vuelta hacia atrás. Una mujer estaba parada junto a la columna. Parecía pesar setenta kilos, para el lugar estaba bien. Me levanté y fui a buscarla.
-¿Bailamos?- le pregunté.
-Vamos- contestó.
Yo nunca fui un buen bailarín. Trataba de defenderme con mis escasas maniobras aprendidas y más o menos aquello funcionaba.
-¿Te gusta el hombre araña?- le pregunté.
-¿Qué? - me contestó confundida.
-Que si volvés mañana - cambié la pregunta tratando de arreglarla.
-No, mañana no porque al otro día me tengo que levantar temprano. Pensé que me preguntaste si me gustaba el hombre araña- dijo la mujer.
-No, no, como te voy a preguntar eso- le dije.
Ella era linda. Tenía un escote agudo que sacaba a la luz dos pechos poderosos. Me gustó. No se por qué me acordé del encargado retando a la rubia de la entrada por los cincuenta centavos. Le dije a la mujer que me esperase, que ya volvía.
Fui hasta la ventanilla y me asomé. La rubia mataba con una escoba una araña en la pared. Sonreí.
-Le traigo los cincuenta centavos- le dije.
-Vos y tus centavos- me dijo.
Los agarró y los metió en la caja, después siguió en su tarea de matar la araña que se había arrinconado en una de las esquinas.
Volví. Buscaba a la mujer que había bailado conmigo. Cuando la alcancé a distinguir bailaba con otro tipo. Me desanimé. Decidí tomarme otra cerveza. La cumbia sonaba fuerte. Hubo unos gritos. La gente en la pista corría. Se formó un espacio y en el centro se empujaban el engominado con el tipo de camisa cuadriculada. La morocha miraba comiéndose los dedos. Se enredaron en golpes de puños y patadas. Apareció mi amigo. Salió desde la multitud. Se zambulló en el medio y con los brazos los separó. El de la camisa cuadriculada sacó una navaja. Mi amigó hacia señas para que terminaran de pelear y el tipo le pegó dos puñaladas en el vientre. Después salió corriendo.
Quise hacer algo. ¿Qué iba a hacer? Decidí irme. Me abrí paso entre la multitud pero la gente se había amontonado contra la entrada y costaba salir. Al rato se despejó el camino. Salí. Caminaba por la vereda hacia la esquina. Había comenzado a lloviznar. Una llovizna cristalina caía sobre la ciudad. Al doblar escuché el sonido de una ambulancia acercarse. Hice señas a un taxi y me subí.


Texto agregado el 04-10-2023, y leído por 116 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-10-2023 De todos nuestro súper héroes me guata superman yosoyasi
04-10-2023 Ja ja, me reí con la pregunta del personaje "¿te gusta el hombre araña?" su posterior arreglo, y la rubia que justo mataba una araña con la escoba. Es mejor el Chapulin, compa, no promete nada, es humilde, y termina solucionando las cosas. Tus cuentos están buenos, no le vayas a hacer caso al de más abajo, no porque a alguien le guste la prosa poética eso tiene que convertirse en una norma para las narraciones. Dhingy
04-10-2023 No coincido para nada con el comentario de ahí abajo. Me parece un texto buenísimo. Cavalieri
04-10-2023 Tu historia parece como cuando le cuentas lo que te paso a un amigo, si bien sigues una secuencia pero faltan recursos como describir las escenas con metáforas o metonimias, en fin trata que no suene a anécdota, si es que te interesa la literatura, la trama puede dar mucho mas. A seguir escribiendo. Pablishus
 
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