Por una razón que no he tratado de dilucidar porque supongo que no está en mis manos, me he dado cuenta que, de un tiempo a esta parte, o desde esta parte hacia atrás, da lo mismo, existe un ánimo de amenazar a medio mundo. Se amenazan los políticos mostrándose los dientes, el que se cree probo, amenaza al que considera poco probo, el poco probo, amenaza al que se cree probo y entre amenazas y amenazas, se recurre al chantaje por los votos que permitirán darles curso a las leyes, los oficialistas respirando aliviados por tal logro y los opositores con el regusto envenenado del puñal que esgrimen entre sus dientes y que no piensan soltar mientras su sangre no logre el placer de alguna vindicta. Ocurre en la política, en los medios de comunicación y en la pedestre vida de todos los días. No ha mucho, escuché algunas palabras de cierta vecina que aureolaron la tarde y se desplazaron como volantín cortado hacia mis oídos: “La maldita lo sabe y tiene clarito que se la tengo prometida”. El tono no era de lo más conciliador y me provocó un leve estremecimiento. ¿Quién sería aquella "maldita" que ofendió de algún modo perverso o acaso inadvertido a esta damisela de lenguaje burdo pero consciente de su honra que seguro la imaginaba flameando al viento? Algún resabio de ese terrorífico payaso It cuando amenazaba:
“I'll kill you all. I'll drive you crazy and I'll kill you all. I'm every nightmare you've ever had. I'm your worst dream come true. I'm everything you ever were afraid of”.

“Voy a matarlos a todos. Los volveré locos y los matare a todos. Soy todas las pesadillas que alguna vez tuvieron. Soy el peor de sus sueños hecho realidad. Soy todo aquello a lo que siempre tuvieron miedo”.

Uno, se despierta cada día con la duda existencial de si algún guante no ha sido sacudido sobre nuestras narices para conminarnos a un duelo. O ha sido que alguna imagen de tal laya se nos quedó grabada en el magín después de ver alguna película de ofensas y desagravios en épocas en que todo se resolvía por este expediente. Surge el alivio, cuchareado con algún sorbo de café. Pero nadie está libre, ni el simple personaje que arrastra sus penurias bajo el sol ni el potentado, ni el que ríe ni el que llora, ni el que se esmera para que la paz se transforme en un pabellón que ondee libre al viento.
A todo esto, ¿Seré tan simplón, tan poca cosa, que jamás nadie me la ha prometido? Igual, uno se inquieta porque en este afán de andar sembrando letras por doquier, más de alguno podría sentirse aludido y depende como le alumbre la jornada puede tomarse las palabras y enviar una descarga de hormonas, un soplido de mocos, una bravata que me sacuda la epidermis y dependiendo de la distancia del ofensor, calibrar mis estremecimientos.
Aunque sí, una ya lejana mañana en que el sol caldeaba a mares, un reclamo por cierto vehículo estacionado al frente de mi residencia significó la ira grado naranja de un viejo tacuaco que comenzó a gritarme pestes, amenazando con matarme, degollarme y sacarme las tripas para cocinarlas como chunchules. Un ¡glup! de sorpresa trepó por mi guargüero. No estaba acostumbrado a estas cuestiones de tan poca monta. El viejo chico, que comerciaba joyas robadas, según me lo soplaron después, se la había prometido a varios. De seguro lo amparaban tres hijos tan tacuacos como él, pero de modales bastante matonescos. La cosa no pasó a mayores, aunque estampé la denuncia en Carabineros por si las moscas. El tiempo y la distancia me fueron favorables y hoy surgió este recuerdo a propósito de lo que termino de escribir.