Qué horror, pensé. No es negra, sino brutal. Supuse que lo había dicho en susurros mientras viajaba en un autobús que rodaba a marcha lenta hacia la Sierra de Guadarrama. Mecánicamente, había desviado la vista hacia la altiplanicie, seca por el aire del Sáhara, y aprecié cómo de ella se desprendía uno de los rascacielos más abrillantados y proporcionados de Europa, la Torre Espacio. Está diseñada de tal forma que cambia de arquitectura, desde cualquier ángulo por donde la veas, como si hubiera sido construida con material programable.
En cambio, mi exabrupto, que lo había expresado en voz alta, era tan desemejante que mi compañero de viaje se adelantó para preguntarme si me pasaba algo. Anonadado, no sabía cómo explicar el sentimiento que me abrumaba, si de horror, asco o decepción. El panorama astral del skyline aplacaba por un momento mi sofoco.
—No pasa nada —le contesté, con pena; escondí al señalado culpable de mi sobresalto, un libro que leía acaso sintiéndome extraño, aterido, y que guardé en la guantera de la silla de enfrente.
—Una lectura fuerte, ¿eh? —dijo riendo.
—Novela negra —repuse—. Y sueca.
—Joder. Eso sí que es retorcido —sopló, sin que pudiera dejar de reír.
—No tienes ni idea.
La trama no me parecía del todo nauseabunda, ya que a decir verdad había visto cosas peores en la calle o en las películas yanquis, incluso leído casos bien encrespados en las noticias. Tampoco pasaba porque no anduviera de buenas luces.
Lo que me chocaba de ella, por una parte, era su abandono del virtuosismo literario. La técnica narrativa consistía en un largo listado inventorial de frases forzadas y de poco ingenio que la convertían en un documento comercial, pleno y directo. Se contaban incluso los pasos del personaje y se insertaban datos comparativos, que no por comunes sino por impericia, sorprendían poco al leyente. Parecía que el placer de escribir se había ausentado del ánimo del escritor, quizá abatido por la presión de alcanzar un objetivo literario demasiado alto que lo forzaba a caer en el tedio narrativo y la timidez lingüística. Para decirlo de una manera más simple, el escritor no se regodeaba ni con ni en la palabra. Pero, en la otra parte, tenía ese lado oscuro, vomitivo, que ponía los pelos de punta.
Que se dijera «original», podría ser considerado como un acto pecaminoso. La novela comenzaba con un hombre solitario que vivía en una cabaña perdida en la inmensidad del territorio lapón, en donde se hacía pasar por investigador de la naturaleza. Como es una imagen que Hollywood y los canales de «ciencia» han explotado hasta la saciedad, el lector deduce fácilmente que se trata o de un psicópata que mata y se esconde, o del típico «hombre de montaña» que sobrevive él y su hacha contra todo pronóstico concebible por cualquier urbanita, tal como sucedió al final. Era, pues, previsible.
Como en toda novela negra, no podía faltar la mujer que, como el afro o el latino, acaba violada y muerta; pululaban los giros cinematográficos típicos como los del hombre escondido bajo la nieve que ve y mide con la mirilla el alcance de su tiro para deshacerse de cualquier enemigo que lo importune. En cuanto a los personajes, carecían de una configuración adecuada, en unas demasiada simplistas y en otras por demás complejas, restándole al microcosmos del relato la comprensión necesaria.
A mi parecer de holgazán, el discurso político y general rescataban la historia, que demandaba una mayor ecuanimidad y justicia para los más despojados. Lo que me sorprendía porque hablamos de una novela negra. Se podía sentir que, en este aspecto, el escritor se gozaba como un verdadero artista.
Pero, sin duda, lo que me afectó emocionalmente y por lo que es justificable el apodo de «novela negra sueca», consistía en una escena que, de la nada, resultó ser muy retorcida. Hay que hacerse de la idea de que voy leyendo con el candor y el espiro de un lector desprevenido y, de repente, el personaje principal acomete con tan mala sangre contra una criatura inocente que no tuve más opción que decirme a mí mismo: «Qué ascazo. Horroroso».
Dudo como dudaba Otelo de siquiera reproducir una escena tan reprochable en un lugar tan piadoso como éste, donde abundan tantos espíritus nobles que abogan por la no violencia, las buenas costumbres y la paz.
Pero no quiero que la dilatada mayoría me inunde con mensajes, solicitando el fin de la historia. Así que he de ceder con este asunto.
El hombre de la nieve en cuestión es un sicario que acude a una cita programada. En ella, un tipo le entrega el cadáver de una mujer que es hija de un hombre muy importante. Con oficio, se dirige con el cuerpo hacia su cabaña, lejana y desconocida para el mundo, pero acogedora, limpia y minimalistamente nórdica para su propietario. Mientras se traslada en su motocicleta por el camino escabroso, las manos de Sven, como llamaremos a nuestro protagonista de aquí en adelante, se llenan de sabañones producidos por el implacable frío del Ártico. Tiene la apariencia de un varón corriente. Su barba es castaña y pulcra. Su simetría facial lo hace pasar por guapo para el gusto latino. Ama a los gatos, de los que tiene una granja, o corral; le gustan especialmente las hembras, como su nueva gata Kinky.
Cansado por el esfuerzo de una jornada dura a través de la taiga, Sven decide tomar un pequeño descanso en su sillón de piel de oso. Coge a su gatita Kinky y la acaricia, dándole besos una y otra vez. Sven se acuerda del encargo, que recoge y avienta en la cama. Abre la bolsa. Una chica cae inerte. Lleva las manos atadas, la cabeza deshecha. También hay una capucha. Aun muerta, parece una ninfa. Sven la desnuda. No puede esperar más. Se baja el pantalón. Coge una lámina de papel plástico, filmina, con la que envuelve su pene erecto. Antes exclama, sardónico: «Quién sabe qué mierdas de enfermedades de transmisión sexual te cargas, bebé. Pero no te preocupes, confío en ti. Puedes quedarte conmigo en la cabaña unos cuantos días si así lo deseas». Con Kinky en sus brazos, penetra la vagina del cadáver. No para. Sigue penetrando más y más, hasta que se escuchan los maullidos de auxilio de Kinky, que lucha por liberarse de las lamidas de boca de Sven y de sus manos enloquecidas, que la asfixian y la retuercen como un pollo desplumado.
No se te apetece, ¿verdad? ¿Ahora entiendes por qué le llaman novela negra sueca?
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