El comisario Horacio. Cuento y reflexión.
Horacio era un comisario de unos sesenta años que casi al final de su carrera pudo cerrar una boca de pasta base con ciento cincuenta kilos de cocaína pura.
Fue felicitado por sus superiores, la prensa y el público en general que ya estaban cansados de ver cómo sus hijos menores y no tan menores se consumían y terminaban por las calles o presos muriendo de a poco.
Horacio era padre de dos hijos y abuelo de dos nietos.
Luego de tantos años de trabajo y de enseñarles a sus hijos y nietos lo peligroso y malo que era la droga, se sentía orgulloso de que ellos no se sentían atraídos por esas sustancias tan terribles.
Se daba cuenta de que la mayoría de los niños y adolescentes que lo hacían, muchas veces provenían de hogares donde la educación brillaba por la ausencia, pero le había tocado conocer antiguos compañeros de estudio, que con muy buena educación caían en las drogas por distintos motivos, a veces simplemente por una mala compañía que los incitaba a probarla otras por soledad y otras también por salud.
Él no los juzgaba, se limitaba a enseñar a los suyos esperando que a pesar del mundo entero que parece caminar al revés, lograran comprender que después de probarla, no había vuelta atrás.
Aún le quedaban unos años de trabajo y con algunos compañeros pensaron en visitar las cárceles y tratar de dar algunos consejos a esas personas que habían delinquido debido a las drogas.
No era un trabajo fácil, muy pocos prestaban atención a sus consejos, pero si lograban que uno sólo lo hiciera, quizá con el tiempo otros se sumarían.
Una tarde al término de su horario de trabajo, Horacio junto a dos compañeros llegaban a la cárcel central donde ya habían hablado con sus superiores contándoles sus propósitos y aunque ellos esbozaron una sonrisa, les permitieron hacer el intento.
Ese día Horacio, Mario y Carlos se reunieron con tres reclusos que fueron los únicos que se prestaron a escucharlos.
Cada uno de los policías se propuso ayudar al reo que le tocara.
Así fue que Horacio se reunió con Manuel, un joven de veintidós años que estaba preso por primera vez luego de atacar a su madre para que le diera dinero para drogarse, la mujer con mucha pena lo había denunciado.
Mario lo hizo con Gastón, un muchacho de veinte años que era la segunda vez que caía preso, hijo de un médico y una abogada. Parecía difícil creer que nacido en cuna de oro, Gastón desviara su camino, pero quizá ese era su destino, al poco tiempo de salir y a pesar de los consejos de Mario, lo mataron al asaltar una carnicería donde el guardia pudo disparar primero. Los padres pensaron que simplemente era su destino, pero jamás sintieron culpa de nada, ni de la soledad y la falta de amor del muchacho. Esto desconcertó a Mario de tal forma que no volvió a pisar una cárcel, no lo podía entender, parecía que sus consejos de nada sirvieron. Se dio por vencido. Al poco tiempo dejó su empleo.
Carlos fue el más afortunado, Nicolás era un hombre de treinta años que antes nunca había probado ni siquiera una Aspirina, pero su historia era muy triste, su mujer estaba embarazada y al poco tiempo de nacido el bebé le confesó que no era suyo y que lo abandonaba por el padre de la criatura.
Nicolás en su desesperación comenzó a consumir, al principio drogas que supuestamente no eran dañinas, pero al correr del tiempo la adicción pudo más que su propia voluntad y como era de esperarse gastó todo en ellas hasta que ya no pudo con su cuerpo que le demandaba más que lo que él podía darle, robó un celular a un hombre para venderlo con tan mala suerte que lo detuvieron al encontrarlo caído en la calle sin ni siquiera haber podido venderlo.
En este caso, la ayuda de Carlos fue aceptada, Nicolás no era un delincuente y cuando no estaba drogado pedía ayuda para volver a la vida, así lo decía. En la cárcel poco a poco y con la ayuda de Carlos, el hombre pudo salir luego de cumplir su pena, volver a su casa donde a pesar de que no lo esperaba nadie, sabía que aún era joven y que quizá con un poco de ayuda podría volver a formar una familia y esta vez con más suerte, porque estaba seguro de que la vida nos prueba para comprobar si somos dignos de vivirla. Carlos también se sentía un hombre nuevo, sabía que con algo de suerte salvaría a otros.
Horacio sufrió mucho con Manuel, pero hoy el muchacho está casi recuperado, su madre lo volvió a aceptar en su casa y con mucho amor y paciencia no lo deja, Manuel es muy inteligente y aunque sabe que todavía no está todo dicho, hace lo imposible por no volver a consumir, tiene novia y volvió a sus estudios, quizá el amor de su madre y los consejos de personas como Horacio le cambien el triste destino.
Quizá si las cárceles tuvieran personas como Horacio y Carlos, no estarían tan llenas de hombres y mujeres que desperdician sus vidas por un instante de un placer que ni siquiera lo es al precio que hay que pagarlo.
Omenia
20/9/2023
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