Tres días después de aquella noche me tomaría una sobredosis de paracetamol con la intención de matarme. Pero ahora estaba en aquella noche. Mi cumpleaños. En una parrilla. No sentía nada. La gente me saludaba y yo trataba de sonreír a pesar de que un vacío infernal habitaba en mí. Esa noche la cosa explotó. Hacía casi un año que venía sintiendo una angustia como algo pegajoso que crecía en mi cuerpo, en mi psiquis, en mi alma. A la mañana me levantaba con cierto ánimo, soy médico clínico, atendía tres o cuatro pacientes y después me sentía derrotado, abatido, derramado por los suelos de la vida como un baldazo de agua. Cancelaba los pacientes de la tarde y me iba a casa. Mi mujer estaba en el trabajo y los chicos en la escuela así que lloraba un rato en soledad y después me tiraba boca arriba en la cama sin la menor pizca de vida, como si nunca más me fuera a levantar.
Había invitado un montón de gente a mi cumpleaños. En un brote de emoción había pensado que una buena fiesta de cumpleaños me liberaría de esta perra depresión. Entonces había agarrado con cierta desesperación el whatsapp y le había mandado invitaciones a todos los contactos. Hasta a los padres de los compañeros de mis hijos, a viejos amigos que no veía hace mucho, a familiares de todos los colores. Llegó esa noche y me di cuenta que lo de la fiesta había sido un error. No solucionaría nada. Por el contrario la ansiedad me carcomía. Tuve intenciones de suspenderla pero ya era demasiado tarde.
No había motivos para que yo estará así. Era médico, tenía trabajo, reconocimiento, tenía dos hijos hermosos, mi esposa, mis padres, amigos, jugaba al paddle. Pero no, algo había muerto en mí, algo, como un caballo, o un toro, o cualquier otra bestia que viviera en mí, que quisiera vivir, había muerto. No me quedaba nada de valentía. Hacía las cosas cotidianas como un autómata. Seguía yendo a trabajar, aunque cancelara turnos, compraba las cosas para la casa, cocinaba a veces a la noche pero lo único que yo quería hacer era tirarme en la cama y leer. Leer aliviaba mi angustia.
Esa noche en la parrilla éramos como treinta. Había venido mi cuñado, a quien yo quiero mucho, nos abrazamos, a él también le gusta leer así que hablamos de libros, de lo bueno que era El libro de arena de Borges, de Casa tomada de Cortázar, de La madre de Ernesto de Abelardo Castillo. Conectarme con la literatura era un bálsamo. Encontré unos minutos de paz mientras hablaba con él pero después todo se volvió turbio otra vez, como gelatinoso, como si estuviera atrapado en una bolsa y cada movimiento me costara mucho. Me sentía asfixiado y con un dolor en el pecho que hasta podría decir que ocupaba un lugar en el espacio.
Hice un esfuerzo sobrehumano para comer. No me entraba la comida. Me senté cerca de mi hermano, al lado de mi esposa y mis hijos, por supuesto. Mi hermano me contó de su caballo. Estaba enfermo. Se le había embichado el pene. Dice que lo tenía lleno de gusanos. Contó eso y algunos hicieron chistes al respecto. Era gracioso pero yo no sentía nada. Fingí reír. Lo hice bastante bien creo. Nadie se daba cuenta de mi estado calamitoso. Mi esposa. Mi esposa sí se dio cuenta. ¿Estás bien?, me preguntó. Súper, le dije. Los mozos traían y traían carne. Chorizos, morcillas, chinchulines. Costilla, vacío, entraña, pechito de cerdo. Y yo lo único que quería hacer es salir corriendo. No tenía motivos para vivir. Estar con toda esa gente celebrando mi cumpleaños, no significaba nada para mí. Ni siquiera mis hijos me conmovían. Los sentía lejos, los veía sonreír y apenas, apenitas, una pequeña alegría me rozaba, nada, como si una neblina se hubiera interpuesto entre nosotros y ellos vivieran en otro mundo. Yo solo quería estar tirado en la cama. Morir.
Comí poco. Nadie se dio cuenta. Medio chorizo, un pedacito de morcilla, un trozo pequeño de entraña. ¿Por qué estaba depresivo? Si las cosas en mi vida estaban bien. Tal vez el desgaste laboral. Trabajé mucho, casi de lunes a lunes, por dos años para juntar plata para un viaje que hicimos a Europa. Pero no sabía si era eso lo que me había llevado a la depresión. La depresión se había ido instalando en mi de una manera sigilosa como la de un ladrón que primero pone un pie, después avanza la rodilla, después otro pie, y así se mete, de a poco, en la bóveda del banco que va a robar. Yo recuerdo haber sentido angustia al principio, después una angustia que me hacía que levantarme a la mañana fuera muy duro y después ese malestar fue creciendo hasta hacerme desear estar en la cama y pensar en el suicidio. Mi psiquiatra decía que no me quería dar antidepresivos porque había notado en mí ciertos rasgos que lo hacían pensar que yo era bipolar. Darme depresivo podría ponerme maníaco y psicótico. No se atrevía a correr ese riesgo. Yo sentía que él me escuchaba, amablemente, y yo le decía que ya no daba más, que era insoportable, y a pesar de que sé que él tenía buenas intenciones no podía entender mi angustia. No podía entender el estado de desesperación en el que yo estaba. Yo no le hablaba del suicidio y él no preguntaba. Yo tenía ese plan como algo mío y viendo que él no parecía poder ayudarme, esa idea fue concretándose cada vez con más certeza en mi intimidad.
En un momento apareció un tipo con un micrófono invitando a la gente a cantar. Karaoke. Yo en mi juventud solía ser bastante payaso entonces los invitados empezaron a decirme que fuera. Traté de conectar con la alegría de ese momento, me levanté y fui hacia el micrófono. Me paré ahí frente a todos y sentí el abismo. Resistiré, dije. Iba a cantar la canción Resistiré. Resistiré, erguido frente a todo. Pero no, ya no daba más. Me volveré de hierro para endurecer la piel. ¿Cuánto hace que estaba así? Tres meses, cuatro meses, tenía terror, me sentía solo, sentía que la vida sería mejor sin mí. Cuando me amenace la locura. La locura había llegado. Había anclado para quedarse. Ya no daba más. Cuando el mundo pierda toda magia. El mundo había perdido la magia. El mundo me vería como alguien cobarde, o valiente, la mayoría me diría egoísta, no me entendería, pero no importaba. Tres días después de aquella fiesta de mi cumpleaños me tomaría una sobredosis de paracetamol con intenciones de matarme.
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