EL carro del supermercado me trae suerte. Empujándolo lentamente camino por el primer pasillo. Es el de las frutas y verduras. Los atascos me entretienen por la reacción de las damiselas cuando se les da la preferencia. Sonrisas y conversaciones al voleo. Más que mal ellas utilizan las mismas artimañas para entablar conversaciones. En la fila para pesar las verduras me acerco para dictarles los códigos de la antigua pesa electrónica. En la del pan no es muy diferente. Luego me desvío por el rincón de los perfumes y detergentes y aquí la estrategia es distinta, las conversaciones son domésticas, ya sea de marcas, calidades y usos. En fin, todo es recreo.
Luego enfilo por los pasillos ordenadamente, sería un crimen saltarme alguno y este correspondía a los lácteos. La dama de esta historia camina calmadamente hacia mi encuentro aun con su carro casi vacío. No parecía una señora atrasada comprando tomates para el almuerzo. Su figura delataba frescura y seguridad, de pelo castaño, muy liso caía por sobre sus hombros, su rostro de eterno bronceado y maquillada con apenas unos retoques. Avanza sin prisa y cada dos metros se detiene mirando los postres. En una de esas pausas y por una milésima de segundo me observó. Se adelantó otro par de metros quedando frente a las leches cultivadas. Tomó uno de los envases para observar la etiqueta y me planté a su lado
- No, esos están vencidos, no lo lleves
Levantó las cejas y sin mirarme, claro, si ya me había visto
- ¿En serio? - Dijo, preocupada buscando la fecha en la etiqueta.
Tardó tan solo unos segundos y captó la desfachatez. Pausadamente levantó la vista y clavó sus ojos en los míos.
- No, mentira - exclamé.
Bajó los brazos, como pidiendo explicaciones
- Sólo era una excusa para acercarme y hablarte.
Sonriendo avancé mientras ella giraba arrugando la frente como regañándome.
Seguro que en el próximo nuevamente me encontraría con ella. Calculé el tiempo y al girar en el pasadizo de los quesos ahí estaba, eligiendo. Ahora sería distinto, era como una segunda fase. Cuando me detuve a su lado, adivinando mí presencia, con sus ojos bien abiertos y sonriendo dijo
- No, estos no están vencidos, encontré la fecha
Ahora si reímos sin desafiarnos. Cruzamos unas cuantas frases y continuamos en dirección contraria. Elegí las cosas a la cual iba, café, mermeladas y doblé hacia la sección de los abarrotes.
Ella estaba detenida ya en la mitad, mirando hacia adelante y apenas me vio soltó unas carcajadas, sin importar algunos clientes despistados
- Lo sabía, lo sabía, supuse que aparecerías
- Así es, es un laberinto, siempre nos cruzaremos
Conversamos otro tanto y al decidir continuar dije
- Nos vemos en el próximo pasillo
- No. Me desvío hacia las carnes, así que nos perderemos
Ya había encanto en su voz. Esperó cómo lo solucionaba
- Tienes razón. Mira, si coincidimos y llegamos al mismo tiempo a la salida, te invito un café en la cafetería.
No contestó. Solo me dirigió una sonrisa y se alejó.
Efectivamente, ya no la encontré en los siguientes y me fui al fondo, donde estaban los vinos. Ahí me entretuve un rato discutiendo con otros la calidad y el precio dilatando con la esperanza de toparme con ella a la salida.
Ya estando en las cajas no la divisé. Miré para todos lados y nada. A propósito me devolví a la pérgola de los confites por una barra de chocolate. Al volver resignado me convencí que ya se había marchado.
Me estacioné en el mesón y comencé a sacar las pocas cosas que llevaba, la botella de vino, la barra de chocolate, café y de pronto sentí un empujoncito de un carro en el trasero. Me volteé y era ella
- Creíste que te escaparías, no, no
- Te escondiste, te busqué
Me entró el alma al cuerpo. Al pagar, la joven cajera me preguntó
- ¿Acumula puntos?
- Si, dicté mi credencial
Apretó unas cuantas teclas y al divisar la pantalla exclamó en risas
- Felicitaciones Don Raúl, cumplió los sesenta y cinco años y tiene un descuento del diez por ciento por tercera edad.
Miré hacia atrás esperando que la futura invitada celebre conmigo y cuál fue mi sorpresa:
Dejó el carro botado, pasó por mi espalda y cuando ya estaba en dirección a la salida, giró mirándome y muy enojada me enrostró
- ¿Qué pretendías? Tengo treinta y nueve años. ¡Qué horror!
Se retiró, dejando una estela que no pocos pasaron por alto. Me miraban y la miraban a ella. Concluían.
La cajera sonrojada y sonriendo me dijo
- Parece que metí la pata
|