En el 1960, en la esquina formada por la calle Hostos con la Independencia de mi barrio, solo habían dos casas transversales. La del norte con un ventorrillo y la del sur con la pulpería de don Soto. Pero que al desocupar la primera, el pulpero mudó su negocio para el frente. Y yo, como nieto de sus vecinos, me había unido a su hijo William, en el largo camino diario rumbo a la escuela primaria de varones.
Caminata que William, tan conversador, la llenaba con datos, que a mis diez años, eran una novedad. Pero de todos el más impresionante fue el de las hazañas de un tal Caryl Chessman, californiano de origen. Ladrón, sicópata, depredador sexual y asesino. Y me llamaba la atención en exceso, cómo mi amigo lo magnificaba. Hasta que un día lluvioso, la zanja que había que salvar para entrar al colmado de don Soto, creció tanto, qué sé llevó el badén que facilitaba el acceso a la misma.
Y yo que iba a completar un mandado de mi abuelo, no pude ingresar al negocio. Entonces le ví asomarse a una de las puertas con un libro en su mano derecha. Con cara de airado y un reproche áspero en su boca, qué por el vocabulario empleado, me pareció que estaba dirigido a su hijo. É instante después, arrojó dicho libro al río en que se había convertido la zanja. Momento que mi instinto de lector insipiente, me forzó a lanzarme en su rescate.
Qué logré y el secarle fue todo una dedicación. Tan grande, que tal vez sería descubrirme a mis diez, como un futuro adicto a las leyendas. Y entre páginas retorcidas y letras borrosas, supe del Bandido de la Luz Roja. El que tanto me había mencionado William en nuestro camino diario hacia la República del Salvador. Él qué para burlar la policía, confundirla más bien, usaba sus mismas luces y sirenas. Pero que por fin fue atrapado y condenado a morir en la cámara de gas de la cárcel de San Quintín.
Y que ya dentro de la ’chirola’ sé hizo abogado y escribió cuatro libros. Logrando con su autodefensa posponer muchas veces su ejecución, aunque un 2 de mayo del 1960, su muerte, puso fin a sus alegatorios. Y me tomó muchos años entender porqué aquel día lluvioso, don Soto tiró a la zanja el libro que contenía su historia.
|