Me hizo una seña amable para que tomara asiento.
No estaba seguro de haber hecho bien en ir allí.
Mientras el terapeuta se acomodaba en el sillón, observé en la pared un cuadro con una fotografía de Sigmund Freud.

-Freud hablaba - me dije.

Se preparó con una libreta y un bolígrafo.
Me sonrió y levantó sus cejas.
Abrí mi boca instintivamente para comentar por qué estaba allí, pero también sonriendo me hizo no con el dedo.

-Él lee tus gestos – me había dicho el Gordo Peña.

En parte porque hacía tiempo que el gordo estaba bastante menos pelotudo, y en parte por curiosidad, me decidí a probar.

Levanté mis cejas, hice un gesto con las manos y suspiré.
Él tomó nota como si yo hubiera expresado algo interesante.
Luego me miró y asintió para que continuara.

-Pero qué guacho, si sordo no es. ¿O sí? - me pregunté.

De repente me sentí molesto.
Él anotó mi cambio gestual. Con su mano me indicó que continuara.

Quería relatar mi crisis de forma breve. Entonces levanté el pulgar para comenzar por la etapa uno.
A él le gustó mi poder de síntesis.

Evalué por un instante la situación y no pude evitar que me diera un ataque de risa.

Sonrió y gesticuló como diciendo:

-Ahaaa, eso es un acto reflejo que busca evitar revelar sus temores.

Y tomó nota.

-Pará, pará, ¿Qué anotaste? – me apuré a advertirle con mi mano derecha.

-No se preocupe. Son notas técnicas - pareció decirme con su expresión.

Me fui relajando mientras transcurría la hora. Parecía un buen profesional.
A los sesenta minutos dimos por terminada la sesión.
Me sentía liberado.
Quería volver.

Se dispuso a acompañarme hasta la salida.
Cuando abrió la puerta, giró hacia atrás:

-¡Nora, ya vengo! ¡Voy a acompañar al señor! - dijo con voz fuerte.

Y agregó con una sonrisa :

- A mi mujer le revienta si no le hablo.


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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 15/9/2023.