Mi padre sentía atracción por los objetos extraños. El ático estaba abarrotado de cosas que me parecían fascinantes.
Un día subí con mi amigo Marito para mostrarle la última adquisición de mi papá. Era una radio antigua, de esas que funcionaban con válvulas.
La encendí para impresionarlo. Luego de enchufar el aparato, y mover la perilla, una voz femenina se escuchó pidiendo ayuda.
Nos sobresaltamos. Apagué el reproductor para escuchar mejor.
Nada más se oyó.

- Fue de afuera.
- Nooo, salió de la radio – dijo mi amigo.

Volví a encenderla.

- Aquí! Afuera. Van a llevarme.

Volví a apagar el reproductor radiofónico, mientras Marito abría la ventana.

Una mujer intentaba escapar por la ventanilla de un platillo volador, mientras dos humanoides la reintroducían a la fuerza.

El semáforo dio luz verde y la nave que flotaba frente a mi casa, partió a la velocidad de la luz mala.

Nos miramos estupefactos.
Mario había envejecido producto del susto unos 30 años.
Yo, en cambio, hablaba en lenguas extrañas, como el lenguaje inclusivo.

Mi madre nos llamó para comer.

Degustamos unas ricas lentejas, mientras intentábamos sonar veraces contando lo sucedido.

Nuestra perra Laica, dejó de roer su hueso para comentar:

- Todo verso. No les crean.

Nos retiramos tan ofendidos, que no probamos el flan con crema.

-Vengan cheee… que voy a tocar el violín – dijo mi padre.

Nunca soporté ni al señor Ingalls ni a mi padre con esa extraña costumbre.

Ya en la calle, decidimos ir a la ópera para calmar los nervios.

Aquí es donde quedamos varados.
A nuestro escritor se le dio por hacer una pausa para mirar por TV el partido de Argentina-Bolivia.

Retomamos por la noche.

Todo lo sucedido se encontraba tachado.

Subíamos las escaleras rumbo al ático…


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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 14/9/2023.