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AL PASO
-Hola! - le dice al paso ella.
-Hola- responde él con un tono en que se funden la sorpresa y la desaprensión.
-¿No me vas a saludar?- dice ella con un tono en que se sospecha una reprimenda.
Rafael se aproxima e intenta besarla una mejilla que se le hace huidiza detrás de ese abrigo moteado. El rostro de la mujer no disimula su mal humor. Se le nota hastiada, confusa, irresoluta. Habla en voz baja, como murmurando ensalmos.
La recuerda, ahora que la contempla dentro de sus cavilaciones, pequeña, movediza, aunque laboran en secciones muy diferentes. Entre su tránsito entre el monólogo y una conversación que no atina a descifrar, imagina Rafael que reclama por regresar a ese oficio monótono, sin cambio alguno, toparse con los rostros de compañeras que la desprecian a juzgar por sus mohines, juramentos varios propalados al viento y una resolución que se hace incierta para el hombre. Habla para sí, pero le llamó la atención por saludarla tan al paso. ¡Es extraña, por cierto!
-Te deseo que inicies la jornada en buen pie y que sea un día provechoso- dice, calculando el efecto que tendrán sus palabras en ella.
No sonríe y se sume aún más en ese abrigo moteado, tan poco sentador y capaz que lo haya elegido a propósito para que coincida con su desastroso estado de ánimo.

VISITAS
La velada ha sido armoniosa. Anfitriones y visitantes conversan sobre asuntos sin importancia, que son los más adecuados para sacar adelante cualquier reunión. La intrascendencia pareciera flotar sobre cada uno de ellos como un bálsamo. Que los hijos y sus labores, sus dudas profesionales, risas al recordar sus archirepetidas anécdotas de cada velada. La noche pareciera mecerse tras los cristales. Es un invierno de fogueo, sin vendavales ni frío calando los huesos, una noche acorde a la levedad de una velada conciliadora.
Pero un retrato, un simple retrato dibujado a lápiz por algún artista anónimo no ha sido el detonante, pero sí la alarma. Es el General, trazado más por el fanatismo que por alguna gota de talento. Un bodrio que, sin embargo, llena el pequeño espacio tras un marco vidriado demasiado suntuoso.
Los ojos de ella, la esposa visitante, recorren huidizos el retrato aquel y por asociación de ideas, surge el tema de la dictadura. La mecha se acaba de encender y sólo basta que una palabra para que lo incendie todo.
-¿Quién lo dibujó?- pregunta con timidez, a sabiendas que pisa terreno minado. Su esposo la contempla de reojo, disimulando su nerviosismo, mientras tamborilea sus dedos sobre la mesa.
-Un amigo, tú lo conoces, Alberto.
-Creo que sí, es uno que canta también, ¿no?
-Ese mismo. Como cantante es bien entusiasta, aunque el talento no lo acompaña. Y bueno, como dibujante, ya lo puedes aquilatar. Pero es buen chato.
-El gran general- suspira la dueña de casa levantando su cabeza en actitud mística.
La esposa visitante, no transige con la moderación afectada que reina en el lugar y estampa sobre esa atmósfera embalsamada:
-Nadie ha respondido por la gente que desapareció.
Su esposo la contempla aterrado, la dueña de casa pareciera metalizarse, pero nada dice.
-Fueron muchos asesinatos, no tengo estómago para resistirlo, perdónenme, pero soy franca.
La dueña de casa abre sus ojos, nada dice, pero todo indica que algo se cuaja en sus vísceras.
-Todos temíamos -prosigue la visitante.
-¡Pero hubo orden! -vomita la dueña de casa y el esposo de la visitante observa como ese cristal tan pulcro que cautelaba esta velada se ha trizado. Y son esos labios ofendidos el esmeril que abre cauces y permite que vuelen astillas en todas direcciones. Hasta la noche, hasta ahora apacible se ha entenebrecido. Ya nada es lo mismo y cualquier intento de armisticio sera imposible. Es hora de partir. Y callar. Las relaciones podrán recomponerse algún día. Los besos de despedida apenas rozan la piel, sólo los hombres aprietan sus manos en un saludo franco. Los códigos yacen desperdigados en el piso entreverados con las migas de pan.

VECINOS
Una tarde cualquiera, la música destemplada dio paso al rechino de muebles y su traslado hacia algún vehículo que jamás vimos. La primera que desapareció de este escenario fue la esposa, una joven de sospechoso rubio y vestimentas de gala compradas acaso en alguna tienda del retail. Ella y su hijita, una pequeña sonriente y ajena a todo. El regaeton cesó por fin y sólo escuchamos un concierto de martillazos y chirridos, conversaciones inaudibles de quienes seguramente realizaban el traslado.
Antes de todo eso, la música estridente se colaba intrusa en cada rincón de nuestra casa. Yo, trataba de evitar el conflicto, pero mi esposa, menos tolerante abría la puerta y gritaba:
¡Bajen la música por favor!
A veces resultaba, otras no y ese famoso ritmo monótono retumbaba insolente, desencajando los vidrios de las ventanas y destrozando nuestros nervios. Llegué a odiar todo retumbo, temblaba cuando escuchaba los bajos de cualquier melodía. Los fines de semana los aguardábamos con temor. Ya los viernes comenzaban las conversaciones altisonantes y el regaeton de fondo, las risotadas y la humareda pregonando sus asados. Esto se repetía todos los sábados, siendo el domingo la ocasión para un breve remanso de paz.
El esposo era metalúrgico y de vez en cuando allegaba trabajo para la casa. Entonces, al regaeton se sumaba el lamento metálico provocado por sus esmeriles, siendo un bochinche insoportable. Discusiones tras las paredes, gritos y garabatos de la rubia para amenizar esta situación.
Tres años duró todo esto y ya la costumbre parecía haber moldeado algunos espacios de paciencia. Mi esposa temía lo peor: que llegaran otros aún más ruidosos que lo transformaran todo en un verdadero caos.
-Con los gitanos no se puede conversar. Si llegan, se acaba todo- decía ella, descorazonada.
Al final, esa vivienda quedó vacía y reinó el silencio. Lo degustamos en lo que valía, era la ansiada paz pero con la incertidumbre sobrevolándolo todo.
Y cuando aparecieron los nuevos vecinos, temimos lo peor: desembarco de fierros, rostros adustos, nuevos martillazos y reacomodos varios. Luego de esto, una fiesta entre varios integrantes, sin música de fondo, conversaciones mesuradas y quietud aparente.
Ya ha transcurrido un par de meses y el silencio reina en ese hogar. Ya comienzo a creer en los milagros, en las bendiciones. Pero vivimos con el alma en un hilo. No sabemos por qué, acaso porque lo bueno dura poco, porque toda escoba nueva barre bien, por esto y por lo otro. Y la paz que hasta intranquiliza porque parecemos olerla como cosa sospechosa. -¿Nos habrá el asaltado el síndrome de Estocolmo? me pregunto a veces. Hasta hoy vivimos intranquilos, incrédulos, porque ya desconfiamos que el respeto entre vecinos sea cosa posible. El tiempo dirá si es para mejor- digo entre susurros, desdiciendome por dentro.






















Texto agregado el 05-09-2023, y leído por 210 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
08-09-2023 Has plasmado bien la clase de amigas que tienes en este sitio, me he dado cuenta que todas las mujeres de tus relatos son las desesperadas, las que no tienen control, las tontas, las impulsivas... ¡Bravo! Has captado bien su esencia. Solo mi cachorro cafeina es más misógino que tú. eRRe
07-09-2023 Cada vez que paso por tu casa, me encuentro con algo nuevo en cuanto a las temáticas, ahora es la forma la que cambió. Tres momentos, degustables todos, exquisitos. Gracias. Gsap
05-09-2023 Me agradaron los relatos. Un poco más el titulado "Visitas". En "Vecinos" se materializa eso de "mejor malos conocidos que buenos por conocer". Creo que muchos sufrimos de ese mal, tememos que la calma anticipe un huracán porque ya estamos habituados a cierto grado de caos. Un saludo Dhingy
05-09-2023 —Una triada de desencuentros que se producen en encuentros concertados o fortuitos. Quedo pensando en "Vecinos", porque si bien es cierto que después de malos ratos con vecinos que se fueron, a pesar de vivir un periodo de tranquilidad esta no lo es tanto, al estar suponiendo los problemas que puedan ocurrir con los vecinos nuevos. —Y a propósito, tuve un negocio en una gran avenida transitada por gitanos y gitanas que pasaban a verme y eran buenos conversadores/as. —Un abrazo. vicenterreramarquez
05-09-2023 Quedo fascinada por lo bien que narrás, Guidos. Acertado el título desde luego. Excelente. MujerDiosa_siempre
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