Hoy es mi último día de trabajo, y me asusta pensar que ya hayan pasado tantos años.
Si parece que fue ayer que recibí el llamado telefónico de la oficina de personal para anunciarme que debía concurrir a tomar posesión del cargo. ¿Cómo no voy a recordar ese momento? que quedó nítidamente engarzado con la música que escuchaba en ese instante: “Serenata a la luz de la luna” por Glenn Miller.
Muchas cosas han cambiado desde aquella época, pero curiosamente la oficina de personal sigue estando en el mismo piso, en el mismo lugar.
Tenía planeado no despedirme para evitar emociones fuertes que pudieran afectarme. Mis compañeros entenderían si luego los llamaba por y les explicaba el porqué de mi ida subrepticia.
No obstante, quería cumplir con algo que para mí era todo un desafío. Ir a la Sección Personal cerrar los ojos por un momento, sólo un segundo, para apretar 30 años de trabajo, 30 años de vida en un instante.
No pude hacerlo, sencillamente no me animé.
A medida que se acercaba la hora de salida, una infinita angustia y desolación me invadía. Ya los compañeros de trabajo parecían ajenos a todo mi entorno. Los veía como figuras extrañas que ya no pertenecían a mi mundo, a mi nuevo mundo. Ellos seguían con su rutina, que ya no sería la mía. ¿Qué extraña sensación es esta, que hace que durante años deseemos este momento, y cuando llega nos produce angustia?
Me fui antes de hora, como a escondidas, con miedo, como si estuviera haciendo algo malo. No me despedí de nadie por el temor de quebrarme en ese momento.
Llegué al auto, prendí la radio, y la sintonicé en una emisora cualquiera. Alcancé a escuchar las inconfundibles trompetas con sordina de la orquesta de Glenn Miller y los últimos acordes de: “Serenata a la luz de la luna”.
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