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La duda (entrega siete) o anotacones de una adolescente de Rubén García García
Cuando llegué a casa, Aymara tenía café y galletas de harina con canela. Estuve tentada a preguntar, pero me contuve. Ella conoció a mi bisabuelo Anselmo, a mi abuelo Gerardo, a mi abuela Rosa ya finados. Calculo que fueron veinte o más años. «estas galletitas se las hacía a tu papá», «son deliciosas, ¿cómo era la casa cuando llegaste Amayra?” «Parece que por estos lugares el tiempo no ha pasado, con excepción de los arreglos que hiciste».
Fue al final de la plática que me contó. «Conocí a don Anselmo( tu bisabuelo) una tarde fría y lluviosa. Yo Iba con mi padre de regreso a la casa, fuimos al monte por unas hierbas para quitarle la tos y la fiebre a mis hermanos. Él iba al pueblo cuando nos vio. Se bajó del caballo y me puso una manga. Me subió y él se fue a pie platicando con mi padre. A los diez días vino por mí y así fue como llegué a esta casa. Estaba flaca y ojerosa, pero no era tonta. Si lo hubiese sido doña Chofi, la curandera del pueblo, no me hubiese llevado al monte a recolectar sus hierbas. Ella era una mujer de edad, gorda, que tenía dificultades para caminar. Me aprendí el nombre de cada hierba, dónde se encontraba y para qué servía. En los días húmedos recolectábamos hongos buenos, los malos te matan. Meses después, una tarde Don Anselmo me dijo «ha de estar extrañándote doña Chofi» y entendí que aquel encuentro no había sido tan casual, como lo había pensado.
Tu bisabuelo me enseñó el español, a leer, a escribir. Me dio techo, ropa, buena comida y me dio el hábito de hacer ejercicio. Ejercicio era ir al monte y traerle hierbas difíciles de encontrar que se daban en las montañas o en los aguáchales. El procesaba las hojas, las raíces y los hongos y los conservaba en frascos en la sombra y herméticamente cerrados. Siendo ya una jovencita, había aprendido el manejo de las pócimas. Lo acompañaba a ceremonias con sus pares de la región en absoluta discreción. Por supuesto su hijo Gerardo y doña Rosa no tenían idea del respeto que le tenían en la región. Había gente que llegaba del norte, muy lejos. Tu bisabuelo era un hombre de conocimiento. Cuando ella se quedó en silencio, me dijo: “eres ya toda una mujer, seguramente tendrás muchos pretendientes” Solo le conteste con un gracias. Agregué que saldría a terminar el trabajo y que regresaría por la tarde. Sacó de una cartera un seguro plateado. Me pidió que la mano izquierda la pusiera sobre la de ella y con la punta afilada unió mi piel con la suya. Me dolió, pero no moví la mano, una gota de sangre mía se unió a la suya. Rezó con palabras desconocidas y me hizo repetirlas. Sentirás mucho sueño y mañana tu sombra la observarás más oscura. Ágilmente se fue a su recámara y volteó su cara y parecía sonreírme con la mirada.
Dormí profundamente. Cuando llegué al parque él me esperaba. Fuimos al mismo sitio. Era discreto y lo sentí íntimo. Sin embargo, eso ya no me satisfacía, deseaba salir y caminar como cualquier pareja y descansar en alguna esquina para robarle un beso. Me lo reservé para no contaminar el momento. Él me había dicho que cuando lo dispusiera hablaría con mis padres. El problema era yo y las circunstancias.
Acostada sobre su pecho le platiqué lo que había pasado desde que llegó Aymara. De repente, sin pensarlo le dije “siento que ella sabe lo de nosotros” “¿le has contado algo? “para nada”, “¿entonces?”. Razona conmigo: conoció a mi bisabuelo, estuvo con mis abuelos, fue nana de mi papá durante doce o más años. Es cierto que es una anciana, pero tan ágil como una mujer de cuarenta años. Siempre me mira profundamente a los ojos y me dice: «cuídate», Ayer le dije que iba a ser una investigación de campo y hoy que nos juntaríamos para terminar la tarea. Por supuesto la tarea ya la tengo hecha. Ella no me cuestiona, pero yo siento que no me cree y que está esperando a que yo le cuente lo que ella imagina o quizá sabe. Anoche juntamos nuestras manos y con un alfiler de plata unió las pieles, y me hizo repetir lo que ella rezaba. Dormi hondo y relajado, pero sé que soñé, mas no recuerdo qué. Me abrazó y dijo: «ya es tiempo de hablar con tus padres, de esa manera podemos ser como cualquier pareja». Eso me emocionó y lo besé con pasión en la boca y fue uno, luego otro y su palma se deslizó por mi espalda hasta sentir que sus dedos se cerraban en mis nalgas. ¡No sé cuánto tiempo pasaría para volver a verlo!, asi que me dejé llevar por los brotes de luz y calor de nuestra piel. Cuatro horas de deseo, de ser explorada por un varón al que amo, de saber parte por parte donde exhalo intensidad, de saciar mi curiosidad y ejecutar decenas de poses para conocer mis puntos de placer. Para el disfrute sublime es indispensable dejar a un lado todo lo que pueda inhibirlo. Fuera vergüenza. Fuera nausea, Fuera todo pensamiento y emoción que trastorne el movimiento de ir hacía lo profundo y poco a poco brotar como ave hacia las alturas y desgajarte en luces de colores y encontrarte en un crespúsculo, en un rumor de brisa que se ira diluyendo hasta quedar en el manto de la flacidez y el relax.
Como no encontré a Aymara subí al dormitorio. Aun había luz que fue cediendo a la sombra de la noche. Ese momento tan particular que no sabes distinguir si es la alborada o la tarde que se muere. Me atrae el canto de los pájaros chisteadores, pequeñas aves que se ocultan en el ramaje y al cantar emiten un sonido como si te llamaran sacando el aire por los labios. Si no sabes de ellos parecería que son seres fantasmales que te llaman.
En la recámara recree en la memoria la magia del encuentro. Todo influye: un espacio confortable e íntimo, donde tienes la certeza que nada interrumpirá. Un hombre del cual amas, lo deseas y es capaz de hacerte sentir especial; es como subirte a una nave y emprender un viaje hacia el espacio.
Abracé a la almohada apretándola contra mis pechos. Mis pezones seguían sensibles. Y es que mis niñas piden caricias, ser tocadas con sutileza. Que haya terciopelo en las palmas y en la yema de los dedos. Su mano tosca de varon era capaz de convertirse en un lienzo de seda. Su boca húmeda, su lamer exaltaba todas mis terminaciones de placer y en ese hacer del ir y venir, mi pezón exigía ser consumido y succionado. Toda mi epidermis respondió, llevándome a un breve vuelo por un cielo con ruedas fulgurantes. Me dormí con la almohada apretada en mis pechos.

Texto agregado el 21-08-2023, y leído por 224 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
22-08-2023 Belo conto naves
21-08-2023 —Las enseñanzas del bisabuelo más el propio tiempo de vida le han entregado a Aynara conocimiento y sabiduría para ver y darse cuenta de aquello que se guarda y cuida como secreto. Por tanto si ella lo supiera a ciencia cierta con seguridad sabrá aconsejar y guiar a la adolescente, en esa aparente duda que de alguna forma aflora en su relato. —Saludos. vicenterreramarquez
 
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