Tomando un café, un día cualquiera:
Estaba una de tantas tardes en uno de esos boliches al paso, sentada en una mesita al lado de la ventana. Porque si van a hacer lo mismo un día, desde ya les digo, vayan al lado de una ventana, así observan pasar toda la corte de los milagros (o casi).
Esa tarde no fue necesario mirar hacia fuera, entró al salón una señora muy emperifollada pero de una forma extraña. Antes de sentarse, dejó caer en una de las sillas de la mesa vecina a la mía de la derecha, una cantidad inusual de bultos, entre paquetes, bolsos, carteras, paraguas y demás bártulos. La mayoría rodó debajo de la mesa. Luego se tomó un tiempo, como para medir la distancia entre su persona, la gravedad y la silla de madera, para dejar caer luego toda su humanidad desplomándola en la silla aguantadora, con un resoplido – Fffiú…. – descansando finalmente de tanto trajín al parecer. Traté de no mirarla demasiado, pero la curiosidad se impuso porque su vestimenta era por demás original. Llevaba zoquetes verde rabioso, y calzaba unas ojotas coloridas con dibujos de palmeras y soles caribeños. Lucía varias faldas, o tal vez fuera simplemente el forro que asomaba bajo el ruedo, una de ellas. La pollera de arriba, era de un tono gris plomo con voladitos que alguna vez, habían sido blancos con seguridad. Bajo sus faldas y por encima de los zoquetes verdes sin madurar, tenía unas calzas marrones tan ajustadas que asomaban por debajo de las mismas y por encima de los zoquetes, unas masas de carne bien roja e inflamada. Prosiguiendo con su atuendo, llegamos a la zona de la cintura (zona peligrosa en verdad) porque caía en cascada, subdividiéndose en cuatro o cinco porciones de grasa zigzagueante. El cuello debo confesar que comenzó a dolerme, me encontraba en una posición algo incómoda, pero todo vale a la hora de la verdad (y de la curiosidad).
Confieso que la seguí mirando aunque con cierto disimulo, pero era algo inevitable, imagínense En la parte superior, conté no menos de seis prendas superpuestas de todos los colores y texturas, cortísimas. Se acercó el mozo a preguntarle qué se servía y pidió un vaso de agua por el momento, nada más. Era lógico, hacía un calor bochornoso y húmedo, aunque dentro estaba más fresco. Por su cara corrían ríos de transpiración, llevándose parte de los colores que se había colocado horas antes sin duda. Se debe haber sentido observada porque me miró con sus ojos orlados de pestañas postizas, y quedé sin poder moverme. ¡Tenía una mirada de criatura tan fresca, tan pura e inocente! Esbozó una sonrisa por entre las mezclas de colores, lunares falsos y maquillajes superpuestos, una sonrisa por encima de sus labios mal pintados de rojo, y era la sonrisa impecable, deslumbrante de una niña incontaminada, de una recién nacida…
Quedó desnuda su alma y la mía, de poder ruborizarse lo hubiese hecho. Así fue mi primer encuentro con la Señora D.
Argentinismo: Zoquetes= Medias
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