No tenía oído para la música ni para la poesía, menos para la pintura y el baile, pero se creía mejor que todos. No sé cómo sus padres le pusieron ese nombre; tal vez pensaron que con el tiempo aprendería todo lo que se propusiera. Los padres de Edmundo creían que el cinco por ciento es talento y el noventa y cinco trabajo. Su hijo tenía el ciento por ciento de idiotez, aún así se pavoneaba en los museos, conciertos y recitales. Yo estoy seguro que el nombre que le pusieron le quedó grande; al ir creciendo se le convirtió en una carga difícil de llevar. Cada vez que llamaban lista en el colegio, sus compañeros se reían y miraban con ironía a semejante bobo, con ínfulas de genio.
Cuando fue a prestar el servicio militar no podía coger ni siquiera el rifle; siempre le robaban la cachucha y las botas y todo lo que su madrecita le mandaba. Antes de terminar el servicio le dieron la libreta militar, pues haciendo poligono casi le vuela la tapa de los sesos al instructor. Después de ese suceso, en el cual demostró que no servía para nada, lo mandaron a recoger las hojas que caían de los árboles y como eran muchas se le iba todo el día. Al día siguiente le regaban todas las hojas que había recogido el día anterior y como estaba haciendo mucho viento, le ordenaron ir tras de ellas. Lo tenían de bobo, lo ponían a embolar todas las botas del pelotón y ni eso podía. Luego lo mandaron de ranchero y la comida se quemó.
El capitán no sabía dónde poner a ese estorbo de Edmundo, lo llevó a su casa a ver sí de jardinero servía, pero las flores se secaron apenas les puso un dedo encima. El capitán, indignado de ver a semejante inservible, llamó a su madre y le dijo que viniera a llevarse a su hijito. Ella fue lo más pronto que pudo y se llevó para su casa a ese mamarracho que ni vestirse bien podía, pues los pantalones se le caían; no sabía ni amarrarse ni los cordones de los zapatos. Para desgracia de todos los cuenteros de planeta azul, este Beethoven de medio pelo vino a aterrizar a esta página; desde el día que llegó, en vez de cantar y tocar el piano, lo único que hace es ruido. Era experto en romper letras y destrozar ideas, quería imponer las suyas, que no sonaban ni rimaban, tan solo asustaban a los lectores de este planeta azul, que ya parece ocre.
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