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- ¡Venga mi General! ¡Venga!

- Mire, acabamos con todos.

Observó todos los cuerpos regados, agujereados y ensangrentados.

- ¡¿Qué has hecho estúpido?!

- Lo que usted ordenó General.

Sintió, como antes en sus sueños recurrentes, que la mirada inerte de aquel niño se clavaba en la suya dañándole los ojos.

Despertó sin el espanto de las primeras veces, más bien con una tranquilidad inusitada para haber tenido una pesadilla. Se levantó de la cama y se dirigió al baño; mientras su esposa le reclamaba con la voz chillona que él tanto odiaba:

- ¿Adónde vas? Ahora te largas todas las noches sin siquiera darme una excusa ¡Ya no me respetas!

Camila Lerner Tudela, señora de 47 años de edad, es la cónyuge del General, desde que lo conoció supo que éste era un buen partido, ya que una persona ambiciosa, inteligente y tenaz, con cierta dosis de brutalidad que se requería en una profesión como la suya, ascendería rápidamente. Siempre aguantó sus malacrianzas, sus desplantes e infidelidades, debido a que las compensaciones económicas fueron muchas. Además, estaba ya muy acostumbrada al estatus de “esposa del General”, aunque últimamente esa posición no era del todo cómoda. Sin embargo, a su edad y con su belleza marchita no podría conseguir nuevamente un esposo rico.

El General se lavó la cara sin hacer caso a las alegaciones de su mujer, trató de afeitarse y peinarse, pero que difícil resulta hacer algo tan común cuando ya no se cuenta con un reflejo. Sacó la casaca de cuero y el pantalón de mezclilla del armario observando con nostalgia su naftalinado uniforme de gala, el cual uso cuando fue condecorado por el Presidente de la República en esa bella época. Pensando en el giro que había dado su vida en estas semanas, se cambió el pijama y se puso la ropa. Luego, bajó de su dormitorio por la vieja escalera, cruzó el hermoso jardín lleno de rosas y margaritas dirigiéndose al garaje; subió al Mercedes de asientos de cuero, era su automóvil favorito, un clásico.

Salió a toda velocidad dejando atrás el distrito de Chorrillos. Mientras cruzaba la Vía Expresa meditaba porqué había dejado de salir en el día. Fue a causa de las miradas cínicas de sus amigos políticos y esos comentarios cobardes que lo tildaban de asesino a sus espaldas. En vez de ello, todas esas personas deberían honrarlo, agradecerle de haberlos librado de esa lacra, gracias a él ahora ellos podían vivir tranquilos; el miedo y los sobresaltos desaparecieron juntamente con todos esos terroristas.

Cuando se acercaba a su destino sintió un leve dolor en la boca, no le dio mucha importancia, en ese momento tenía otras premuras. Se ocuparía de aquello mañana en la noche, buscaría algún dentista que lo atienda a esas horas, ya que tantas semanas viviendo de noche como si fuera de día le habían provocado repulsión a la luz del Sol.

Llegó finalmente al departamento de Lupita, su amante de turno, se estacionó en el sótano del edificio, aseguró las puertas de su automóvil e ingresó al elevador. No había nada más relajante como “tirarse una buena hembra” decía siempre él, nada mejor para recobrar las fuerzas y recuperar la concentración. Por ello, constantemente había permitido a su tropa violar a las indias de los poblados andinos en las incursiones, ellas tenían que hacer también su servicio a la nación, esbozó una sonrisa al pensar en ello, claro pues no podía tener un montón de soldados “aguantados” peleando contra los “tucos”, eso no era conveniente.

Al llegar a la puerta se dio cuenta que había olvidado la llave, entonces tocó el timbre del departamento 911, el curioso número le hacía referirse a éste como “el salón de emergencias”. Cuando contaba como nombraba a la casa de su “querida” en las reuniones, hacía estallar las carcajadas de sus colegas. Antes que terminara de rememorar la anécdota por completo, le abrió la puerta una jovencita vestida sólo con ropa interior de color rojo del tipo que a él le gustaba. Ella lo abrazó, lo besó en cada mejía efusivamente y con la voz de niña traviesa le dijo:

- Pase mi General, tome asiento, póngase cómodo y relájese. Ahora mismo le traigo sus pantuflas y el Whisky.

Lupita se sentó en las piernas de su amante luego de haber traído el Whisky y las pantuflas. Mientras la muchacha le acariciaba la canosa y casi calva cabeza con suavidad, el General sintió el despertar de su miembro viril, se emocionó al ver como a pesar de su edad su masculinidad aún le respondía, sabía que tenía que aprovechar el momento. La cargó, la llevó a la habitación, la desvistió, y empezó a cabalgarla.

Es cada vez más difícil fingir con el anciano, felizmente no durara mucho - pensó ella, mientras soportaba los embates del General. Guadalupe Sánchez Bautista, muchachita de 23 años de edad, había trabajado de secretaria por algún tiempo, nunca había sido muy destacada en su labor, era en verdad algo lenta. Pero un buen día llegó a ser la secretaría del General, debido exclusivamente a su belleza; cuando éste llegó a ocupar el cargo de Ministro del Interior del Gobierno dictatorial. Él desde el primer momento se le insinuó, le compraba regalos costosos que ella recibía, muchas veces con repulsión; pero finalmente la crisis económica y el apego a la vida fácil la hizo rendirse a los requerimientos del General. No se quejaba pues tenía muchas comodidades: un lujoso departamento en San Isidro, ropa de moda, restaurantes caros y hace poco el cuerpo de un joven atlético que la hacía estremecer. Esto último tendría que ocultarlo como un valiosísimo secreto, porque si él llegara a enterarse que lo engaña con el vigilante del edificio los mataría a ambos.

El General quedó exhausto, ella como era costumbre sacó de la mesita de noche los cigarros y el encendedor, prendió uno de ellos y se lo pasó. Tomó un poco de aire y le dijo:

- Acuérdese de pagar la cuenta de la tarjeta no quiero quedarme sin dinero.

- No te preocupes resolveré eso, te dejó también un poco de efectivo para que no tengas problemas.

Buscó la gorda billetera en el bolsillo del pantalón y sacó de ésta un par de billetes de mil dólares, los puso en la mesita de los cigarros y regresó a la cama. Luego, se quedó un buen rato callado, pensando en las denuncias que los hijos de puta de las organizaciones de derechos humanos le habían hecho. En realidad, no le interesaban mucho las acusaciones, sabía que las Fuerzas Armadas cerrarían filas para defenderlo, ninguna imputación efectuada por “mariquitas” lo iba a tumbar a él que había enfrentado a los “asesinos terrositas” sin amilanarse.

- ¡Huy carajo! Es muy tarde, me voy, falta poco para que amanezca.

Se paró, se vistió y salió del departamento raudamente, no sin antes darle una palmada en la nalga a Lupita. La joven se fue al baño a lavarse el apestoso sudor y vio en el espejo una terrible marca que el General le dejó en el cuello.

Cuando el autor del mordisco se dirigía de regreso a casa, sintió nuevamente el dolor en la boca. Ahora sí tendría que conseguir un dentista con urgencia. Ya había pensado en uno, era el hijo de su amigo Alberto, el cual le debía muchos favores, por lo que, no se negaría a enviar a su hijo odontólogo para que lo atienda. Lo llamaría desde su casa.

Al llegar a su residencia se dirigió inmediatamente a su estudio, buscó como loco el teléfono del amigo en su agenda, pero no lograba encontrarlo. Seguramente tenía anotado ese bendito número en los cuadernos viejos, ya que hace tiempo no llamaba a Alberto.

Se dirigió al cuarto de la servidumbre tocó la puerta de la tosca y fea cocinera ayacuchana, y gritando le dijo:

- Juanacha, quiero que busques mañana en los cuadernos de mi escritorio el teléfono de mi amigo Alberto y me lo des en la noche ni bien despierte.

- Esta bien General , eso haré.

- Hay algo de comer, tengo hambre.

- Sí General en la refrigeradora hay un plato. Ahora se lo sirvo.

- No te levantes yo me serviré solo.

Juana Quispe Mamaní, mujer joven de 25 años, inteligente y emprendedora, fugó siendo una niña de su tierra junto a sus tíos, debido a los crímenes perpetrados contra su comunidad, su familia aguantó todo lo que pudo por amor a su terruño; sin embargo, un fatal día sus padres salieron a trabajar en la chacra y nunca más regresaron. Todas las noches tiene pesadillas, en las cuales sus padres claman por su ayuda, oye sus voces gritar pidiendo que los desentierre del fondo de una fosa y ella no puede hacer nada. Cuando llegaron a Lima sus tíos la obligaron a trabajar en diferentes casas como empleada, hace cinco que labora en la casa del General, al cual detesta por obvias razones. Mañana será un gran día en la vida de Juana, ya tiene ahorrado una buena cantidad de dinero para poner un “negocito” con el cual sustentarse; por lo que, se irá de esa horrible casa para siempre. Aprovechando que el General duerme en el día se marchará comunicándole su renuncia a la señora Camila, quien la desprecia, y no pondrá reparos a su partida. Dejará atrás todas las vejaciones y humillaciones que le hicieran esas infames personas. Ella no es rencorosa, así que sólo tiene preparada una sorpresita para el tipo al que odia.

El General fue a la cocina sacó el plato de la refrigeradora y lo puso a calentar en el microondas, en un minuto estuvo listo, cogió una cucharada y se la llevó a la boca. Apenas la comida rozó su lengua la tiró asqueado, cogió desesperadamente un secador para limpiarse la boca. ¡Serrana de mierda! Le dije que no cocinara con ajos –pensó mientras se vio tentado a ir a reventar a la chola a golpes. Pero la alarma de su reloj sonó, ya faltaba apenas media hora para que amanezca, así que saldaría cuentas en otra oportunidad con la Juanacha.

Subió soñoliento a su cuarto de pequeñas ventanas y cortinas gruesas, como él lo había dispuesto. Felizmente, la bruja de su esposa al amanecer se largaría de su cama. Le dio ganas de orinar y fue al baño, terminó de evacuar y, en ese instante, sintió un agudo dolor en la boca que le hizo gritar, se dirigió por instinto al espejo a mirarse olvidando que ya no se reflejaba, al no conseguir su propósito solo le quedó palparse todo el contorno de sus fauces con las manos.

¡Diablos! Son colmillos.

Texto agregado el 11-10-2004, y leído por 214 visitantes. (0 votos)


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