Luchar por la vida.
A muy temprana edad supo que luchar sería la razón de su existencia.
Lo había perdido todo, casa, familia, amigos que quizá nunca volvería a ver, pero ella sabía que no podía rendirse, había algo mucho más grande en su vida por lo que luchar y decidió desaparecer por un tiempo, no le sería tan difícil, tenía a dónde ir.
Luego de la masacre de su familia de la cual sólo por milagro había sobrevivido, sabía que debía desaparecer, al menos hasta que…
Muy alejado de la ciudad existía un convento, allí se refugiaría, las monjas la conocían y la protegerían.
Ellas no la juzgarían, había pasado gran parte de su niñez visitando aquel convento, sus padres eran personas poderosas en la ciudad, no sólo por su nivel económico, sino que como médicos los dos, habían ayudado a muchos con sus enfermedades, algunas veces hasta salvarles la vida a cambio de nada.
Ahora era ella la que necesitaba de la ayuda de ellos.
Esa misma tarde las monjas del convento la recibían dándole el apoyo que necesitaba.
Entre las monjas había mujeres que había ayudado a sus padres con su labor y eso fue suficiente para querer ayudarla, todas estaban agradecidas y lloraban la muerte de aquella familia que se había convertido, para muchas, en su propia familia.
Para aquellos malditos hombres que la muerte era su medio de vida, el fin de aquella persecución, había concluido con aquella matanza donde nadie había sobrevivido, ni siquiera el perro, se sentían seguros, sin saber que la hija mayor estaba a salvo y protegida. Los padres de Anahí los habían reconocido tras un asalto y pensaban denunciarlos.
Un año transcurrió desde aquello, la policía no había podido descifrar el misterio de la matanza, porque había sido una verdadera matanza, el matrimonio de médicos había muerto ejecutados con un certero tiro en la nuca cada uno, sus hijos presenciaron la ejecución y luego fueron asesinados de la misma manera, salvo ella, aunque parezca mentira había tenido el coraje de esconderse y poder contener el llanto al ver el sufrimiento de todos y de cada uno de sus seres queridos. Juró que si se salvaba se convertiría en jueza de cada uno de aquellos hombres, aunque para ello le costara su propia vida.
Durante todo ese tiempo las monjas la escondieron, muchas veces gente extraña había visitado el convento, pero jamás dieron con ella.
Anahí se había convertido en una más de ellas, aunque luego de unos meses no fuera tan fácil protegerla, su embarazo se notaba demasiado y tuvieron que esconderla en los subterráneos que el convento tenía en secreto.
Hasta el día que nació su hija, una bella criatura que en nada se parecía a su padre, el propio jefe de la banda que había asesinado a su familia y que aún la buscaba sin que sus compinches lo supieran, era demasiado el riesgo que corría al saber que ella no se encontraba entre los muertos.
Luego de un año, Carlos, el padre de la niña, sin saberlo, aunque aún la seguía buscando, se sentía más seguro al ver que ella no aparecía, la banda seguía con sus negocios de drogas y asesinatos, Anahí había pasado a ser un mal recuerdo para él y no imaginaba volver a verla jamás, no se había enamorado de ella, sólo fue maldad y aunque la muchacha jamás le correspondió, él hizo que cayera en sus redes de la manera más vil.
Las monjas cuidaban a Stefani como si fuera hija de cada una de ellas mientras Anahí completaba sus estudios, sabía que no tendría la fuerza suficiente para luchar contra aquellos hombres ella sola y menos aún, físicamente, por eso la carrera de abogada era su meta, ella los haría encarcelar de por vida.
Mientras Stefani crecía y se convertía en la niña mimada de todos, Anahí muy cambiada, había dejado de ser una muchachita de trenzas largas y doradas para convertirse en una mujer que había sabido qué hacer de su vida.
Disfrazada, durante todo su aprendizaje, concurrió a la facultad de derecho hasta el día que obtuvo su título, con ayuda de amigas invalorables consiguió cambiar su nombre y pudo pasar desapercibida cambiando también su aspecto físico. Carlos jamás la reconocería.
Diez largos años había transcurrido desde que llegara al convento hasta aquel día tan esperado, cuando le entregaron su título de abogada. Lo único que lamentó era que ni sus padres ni sus hermanos pudieran verla.
Muchas veces, su hija le preguntó por qué ella no conocía a su padre, esto fue lo más difícil, no quería mentirle, pero la niña jamás debía enterarse de cómo había sido concebida y menos aún quién era su padre.
La mentira debía ser su aliada, tuvo que inventar una historia donde ella era una muchachita enamorada y que no había tenido el tiempo suficiente de casarse debido a una enfermedad de quien era el amor de su vida y tras la muerte del mismo ella quedó muy triste, pero siempre sabiendo que debía seguir con el embarazo que apenas estaba creciendo en su vientre.
Stefani creció muy feliz junto a su madre y creyendo la historia contada por ella, jamás volvió a preguntar por su padre.
Cierto día, Carlos y su banda cometieron un robo donde el guardia de seguridad fue muerto a manos de él.
Todos los diarios comentaron la crueldad del hombre y sus secuaces y que lamentaban la ineficiencia de la policía que no lograba detenerlos.
Anahí leyó las noticias y sabía que había llegado el momento, ella los buscaría, aún recordaba el lugar donde Carlos la llevara cuando abusó de ella, lo tenía grabado en su mente.
Durante todo el tiempo que vivió en el convento, no sólo estudió, se preparó físicamente y aprendió artes marciales. Estaba preparada, tenía armas, las había conseguido con el pretexto de que su vida corría peligro y que necesitaría defenderse, aunque no las usara.
Una carta sería el detonante de todo lo que ocurrió poco tiempo después.
Carlos conocía muy poco de Anahí, había sido un capricho nada más y ni siquiera estaba enamorado de ella, por lo tanto, no conocía ni su letra.
Aquella carta fue el principio del fin de la banda, aunque en realidad no fue solamente una carta, fueron tres cartas, una para cada uno de aquellos maleantes y asesinos, en cada una de ellas los nombraba a cada uno y les decía que Carlos los estaba engañando, que en cada robo que hacían, el dinero que les repartía era la mitad de lo que en realidad habían robado.
Anahí había visto a los asesinos a cara descubierta cuando creían que todos los miembros de la familia estaban muertos y se nombraban y hablaban entre risas mientras eran vistos por ella sin que lo supieran. Con el correr de los años fue averiguando todo sobre ellos hasta poder identificarlos.
Estos asesinos no eran más que hombres ignorantes que al verse traicionados por su jefe, lo mataron sin piedad y como dice el refrán, muerto el perro se acabó la rabia… sin un líder, poco a poco fueron cayendo en la trampa y gracias a Anahí, la policía pudo detenerlos.
Luego de un tiempo, cada uno de aquellos hombres murió de aparentemente, causas naturales, aunque…
Anahí se había convertido en una muy buena abogada y tenía acceso a la cárcel a visitar a sus defendidos los cuales confiaban en ella, era una mujer muy simpática que muchas veces hasta permitía que sus familiares les llevaran algo de comer, debidamente supervisada por la policía, que ella entregaba a cada uno de ellos con su simpatía habitual.
Dicen que la Justicia, aunque tarde llega y hoy Anahí sigue ejerciendo la abogacía, pero nadie más murió entre sus defendidos, aquellas muertes, luego se atribuyeron a comida de ratas que alguien confundió y que ciertos reclusos comieron, a nadie le importaba la vida de unos asesinos, los casos fueron cerrados y con ello, el fin de una banda de asesinos sin piedad que desapareció sin pena ni gloria, pero que cerraron un capítulo en la vida de una mujer que al fin podría comenzar a vivir.
Omenia
5/8/2023
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