Amigo, cuando duermo y sueño, siempre tengo múltiples sueños y salto de uno a otro sin descanso hasta que despierto. Incluso a veces, salto hasta sueños que no son míos, como ahora que platico contigo y es un sueño tuyo.
Aterrorizada, la mujer bracea nadando con desesperación, mientras el tiburón casi la alcanza. Está soñando, pero la sensación de realidad es inevitable como en todos los sueños. El escualo abre sus fauces y ella... despierta. Agitada, temblorosa, comprende que está a salvo en su cama.
En algún lugar del mar, cerca de la playa, un tiburón no comprende cómo es posible que se le haya escapado aquella presa que prácticamente estaba ya entre sus afilados dientes.
Me levanto de la cama con la necesidad urgente de ir al baño. Todavía voy semi dormido. Al llegar, observo que mis manos están peludas y tienen uñas largas y encorvadas como si fueran garras. Asustado, miro hacia el espejo, mis facciones son las de un felino. Me espanto de veras. Grito angustiado: “¡Brenda, ayúdame!, algo me está pasando”. Sobresaltada por mis gritos, ella acude de inmediato a mi lado. “¿Qué sucede? ¿por qué tanto grito?” “¡Mírame, me estoy convirtiendo en gato!” Su mirada es de sorpresa y luego empieza a sonreír socarronamente. “¡No seas idiota!”, dice. “Todavía estás medio borracho. Eso te pasa por andar bebiendo alcohol sin medida, sin quitarte el maquillaje y los guantes luego de interpretar al Gato con Botas en la obra que trabajas”. Mi mente sigue embrollada sin atinar a razonar bien del todo. ¿Soy actor? Más aliviado, solo logro decir: “¿Entonces no me estoy transformando como Gregorio Samsa?”
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