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Pudo haber fallecido aquella vez en que sumergido en insalvables contradicciones se zampó cuarenta pastillas de Valium. Despertó entre la espesura de unas matas al costado de una acequia, mareado y con su cuerpo enredado entre la maleza. Resuelto a despeñarse de una buena vez de esta existencia ingrata, eligió ese lugar oculto y enmarañado para que nadie lo obstaculizara en su empeño e intentase rescatarlo.
Se levantó, desfasado en sus movimientos y cruzó entre bruscos bamboleos el charco gris sin saber si debería pedirle perdón a la vida que la sentía latir en sus sienes o a la muerte que misericordiosa le engañaba. Caminó a tientas, sucio, embarrado y sin mucha noción hacia donde se dirigía. Nadie se cruzó con él, agregando irrealidad a ese momento. Suponía que tras el adormecimiento producido por las drogas sobrevendría el reposo final, el último, y ello significaría el fin de sus penurias. Saberse de nuevo respirando bajo ese sol candente de diciembre no estaba en sus cálculos. Recordó los dichos de uno de sus parientes más añosos aventurando que la muerte llega cuando llega y no cuando uno la busca. -Debe ser así- pensó y hasta un escalofrío recorrió su cuerpo al imaginar que después de muerto, uno continúa pululando en estos espacios terrenales por un buen tiempo, imaginándose que todavía pertenece al mundo de los vivos hasta que un encuentro con alguien vivito y coleando le descubre su nuevo estado.
No fue de este modo o así lo creyó, suponiendo que ahora existía en un mundo paralelo, con sus parientes compungidos por su intento y reprendiéndolo por no saber afrontar las vicisitudes de esta existencia.
Años después, el asunto fue más drástico. Amoldado a esta supuesta existencia paralela que según leyó, algunos científicos la consideran posible, pero no mensurable todavía con las rudimentarias herramientas que tienen a la mano, nuestro hombre se enamoró de una chicuela y a sabiendas que esta situación podría revivir esas flaquezas de su alma, perseveró en ese romance. Superaba a la joven por veinte años, una locura en realidad, pero se arriesgó, se la jugó, caminó a tientas sobre el borde del abismo.
Una tarde, por cierto, la joven decidió que era el momento de separarse, que no lo amaba y que quizás nunca estuvo segura de continuar con esto. Fue el acabóse para el hombre. Arrastrando su existencia, abandonó ese lugar que imaginó repleto de promesas y con una congoja que le hería como una daga en su pecho, resolvió que era el momento de acabar con su existencia. No cabía dentro de ese desgarro el imaginar que estaría terminando con su vida paralela o si algún flashazo repentino le permitió vislumbrar que esta vez sí abandonaría para siempre esta existencia de tantas amarguras. Nada importaba ya y para afrontar sin reparos la decisión que tomaría, entró a un restaurant y se sirvió un par de cervezas.
Ya en su casa, se recostó en su humilde jergón y sin que alguna luz lo inspirase para que abandonara esa idea funesta, tomó la hoja de afeitar que descansaba sobre el velador, la contempló al trasluz y luego, comenzó a dibujar una línea sanguinolenta en su cuello trazando imaginariamente un camino hacia el más allá. En algún momento, desangrado y aturdido, perdió la conciencia.
Sin embargo, no fue la muerte y la inexistencia de todo lo que proseguía tras esta decisión. Cuando abrió sus ojos, sus familiares lo contemplaban con rostros condolidos. Su madre se levantó a medianoche y aterrada al descubrirlo bañado en sangre, pidió a gritos que alguien la socorriera y pronto llegó una ambulancia de emergencia, donde fue trasladado moribundo.
Mientras le cosían las heridas, el tipo recreaba sus últimos momentos antes de perder la conciencia e imaginó que de nuevo había sido atraído por algún portal hacia una nueva vida paralela.
Lo que no estaba en sus cálculos fue que la novia aquella o la copia suya que aguardaba en ese nuevo mundo se condolió con él, retrocedió en sus dichos y cuando él se recuperó del todo, prosiguieron con su romance. A menudo, él imaginaba que esta novia suya era mucho más cariñosa que la del mundo que abandonó, siendo idéntica en todo, aun en los más ínfimos detalles.
Se casaron al fin y si bien no todo fue venturoso, con sacrificios pudo sacar adelante este matrimonio. Nacieron dos hijos y una vida de mucho esfuerzo. Finalmente, años después la mujer lo abandonó, quedándose a cargo de sus dos muchachuelos. Esta vez fue diferente, tenía responsabilidades, amaba a esos hijos suyos y no intentaría rebanarse el cuello para escaparse hacia otro mundo paralelo. Perseveró en sus cuidados para con ellos, aprendió a cocinar para brindarles el necesario alimento y como le gustaba innovar, las preparaciones le quedaban sabrosas, siendo engullidas por sus muchachos. Dentro de sus posibilidades, les proveyó de educación y terminaron siendo dos buenos profesionales.
Hoy, nuestro hombre sólo anhela vivir hasta que la vida deje de estar aprehendida a sus huesos. No sabe si será el final de todo o surgirá otra vida paralela y en realidad, ello no le preocupa. Después de todo, cada vez que intentó restarse de esta existencia, las cosas fueron para mejor.













Texto agregado el 07-08-2023, y leído por 157 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
08-08-2023 Me sumé a leer esta narración y es lo de siempre, deberías restarte de la escritura. Por lo pronto, me resto de este portal y me fracciono para ver tiktok y escuchar un podcast al mismo tiempo. eRRe
08-08-2023 Creo que la muerte tenía otros planes para él. Después de todo, nunca llegó la tercera que es la vencida. Abrazo. sendero
08-08-2023 Las vidas paralelas existen aunque con diversos roles. Muy apasionante el tema, querido Guidos. MujerDiosa_siempre
07-08-2023 —Abstrayéndome en lo narrado por momentos me parece ir navegando en situaciones distintas con diferencias de tiempo; mientras que en otros creo desplazarme en dimensiones paralelas con similitud de situaciones. Creo que la lectura me lleva por secuencias de tiempo-espacio desfasadas. Tal como dice Ome, para ponerse a pensar. —Saludos. vicenterreramarquez
07-08-2023 Como para ponerse a pensar. Saludos. ome
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