Edmundo Rojas Riquelme, andaba siempre por lugares comunes. Iba de su casa al trabajo y viceversa; los domingos iba con su mujer a la iglesia, a darse golpes de pecho. A pesar de que no tenía vida ni historia que contar, ni había hecho algo digno de destacar, se creía Supermán. Muchas veces se puso la capa de este héroe legendario y saltaba del andén de su casa a la calle.
Nunca anduvo por el filo del abismo, como lo hacen otros seres sencillos que prefieren quedar en el anonimato; tampoco se subió al trapecio, menos a la cuerda del volatinero. Edmundo, anduvo siempre por caminos fáciles, aún así criticaba a aquellos que han subido al Everest y han descendido con más humildad que antes. Edmundo, era un ser perfeccionista, todo le parecía mal hecho. Se imaginó la creación de otra manera y aseguró que si Dios lo hubiera llamado antes, pudo prevenirlo de algunos errores en la creación. Dios, de haberlo hecho, el mundo no sería un caos como es ahora.
Edmundo, siempre veía inconsistencias y defectos, donde no los había. Edmundo, nunca vio esas orejas de burro y esos dientes de conejo que él tenía. En asuntos de literatura, aquello que escribía, no admitía corrección. Él era el paradigma de la perfección y lo único que hacía, era tirar pluma a los pollos, en el restaurante que trabajaba.

AUTOR: PEDRO MORENO MORA
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